Carta-Informe del P. Nicolás de Anaya al P. Superior en Roma (8)

3333550107_dd87082e26_q“Venían los enemigos a caballo y a pie, vestidos de las ropas y bonetes de los Padres que dejaban muertos, lo cual se pudo divisar por hacer buena luna. Recogióse el Alcalde Mayor con su gente en Guanaceví, donde quedaba puesto en presidio, dentro de la Iglesia, con todos los demás, hombres y mujeres, en número de más de quinientas personas; y habiendo quemado y asolado los Tepehuanes todo aquel Real y todas las haciendas vecinas, tenías puestos en gran aprieto a nuestra gente, que pedía y esperaba el socorro que el Gobernador les llevó después de Guadiana, de gente y bastimento, como luego se dirá”.

“No hubiera peligrado menos el puesto y asiento  que es la villa de Guadiana, si el Señor no hubiese proveído que al tiempo de la conjuración, en que los indios daban con los demás puestos, éste se librase con especial providencia, que, a no ser así, se pusiera en gran contingencia de perderse y de cerrarse la puerta al remedio de los demás”.

“Habíanse pues confederado con toda la nación Tepehuana los pueblos del Tunal y otros vecinos, y distantes poco más de una o dos leguas de la Villa, para que al mismo tiempo que los demás daban en sus puestos, dieran estos a una en aquiste. Fue nuestro Señor servido que una recua cargada de ropa que pasaba a Topia, les moviese a anticiparse por robarla, con que incautamente hicieron demostración de su depravado intento, y así dieron lugar a prevención, con que el Gobernador manó llamar  aseguradamente a los indios principales de dichos pueblos vecinos que andaban ya alborotados y con grandes resoluciones prevenidos de mucha flechería, arcos y otros pertrechos de guerra, lo cual se vino a entender poco después aún más claramente, porque aún no se tenía tanta sospecha de estos indios cercanos, hasta que habiéndolos llamado para ayudarse de ellos en el reparo de la Villa y para hacer trincheras y cubos y tomar las bocas de las calles y cerrar otras, andando en esto, uno de los indios, no pensando que lo oyese nadie dijo así: dadnos hoy prisa, que mañana lo veréis, lo cual oyó un religioso de S. Juan de Dios, que acaso estaba detrás de una puerta, y se tomó de aquí más luz de su mala pretensión y motivo, para ponerlos en prisión y darles tormento, para cuyo efecto los encerraron en las Casas Reales y a otros que se tenían por más culpables y que removían a los demás, se pusieron en el cepo y estándoles examinando uno por uno, de improviso se levantó un grande alboroto, que clamaba arrebato en la Villa diciendo, que habían muerto españoles y que venía gran suma de indios; entraron en esto los españoles, diciendo: arma, arma, y con sus espadas y dagas mataron a puñaladas a dichos indios; vióse haber sido esto ardid de guerra y rebato falso de algunos de los españoles, que lo fingió para no esperar a que un negocio tan grave, en qué consistía no solo la paz, sino la vida de todos, se remitiese a probanzas y confesiones, donde los indios era tantos y el peligro tan manifiesto y urgente, pues dos de los heridos, antes de morir, confesaron a voces estar aliados con los demás, y esperar presto socorro para destruir en un punto la Villa, a cuyo fin en son de regocijo se tocaba un clarín con que los conjurados se entendían. Hallóse en casa de un indio una corona de rica plumería dispuesta a dos órdenes, porque se trataba de aquel que había de ser rey de Guadiana y de toda aquella tierra; este con casi otros 70 indios de los mismos que se hallaron culpados y ser los principales movedores del alzamiento, los más de ellos Caciques, Gobernadores y otros Principales, fueron ahorcados alrededor de la Villa y en la plaza, y porque se tuvo noticia que los demás de la nación tepehuana iban cargando a esta parte, trató luego el Gobernador con más calor y diligencia del reparo y pertrechos de la Villa, eligiendo cuatro puestos con cuatro Capitanes, que asistiesen en las entradas de ellas, con cubos, troneras y otros reparos y echó bando con perdón general a cualesquiera españoles, mestizos y mulatos, que hubiesen cometido algún delito, si viniesen a servir a su Majestad para el socorro de la Villa y Gobernación”.

                  “Envió munición, pólvora y bastimentos a La Sauceda, a Indehé, a Guanaceví y a los demás puestos, aunque de pólvora había poca provisión, hasta que llegaron los quintales de ella, la moneda y lo demás que se esperaba de México, de que el Sr. Virrey hizo el socorro que fue menester, librando la moneda necesaria en las Cajas de Zacatecas y Guadiana con calor del General Francisco de Urdiñola”.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

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