Carta Annua del P.Nicolás de Anaya al P. Superior en Roma (12).

3333550107_dd87082e26_q“Algunos han entendido que fue a los pueblos de Tenerapa, donde comenzó su secta el falso dios; otros que a Otinapa, donde mataron al P. Hernando de Santarén; otros a Cocorotame, que está en una hoya, a la cual se baja por una escalera de palos, a trechos, donde nunca entró español ni sacerdote, y donde viven indios gentiles, y hay fama está recogida toda la chisma de mujeres, niños y despojos, etc. Y aunque su primer intento se entendió que era acudir a lo de Chiametla, después que salió, se entendió haberle mudado, por haber venido nuevas más frescas de que está aquello menos necesitado de socorro y más seguro que otras partes”.

“Lo cierto es que aunque respecto a los enemigos, no son muchos los soldados españoles y los indios de guerra, amigos que el Gobernador lleva, es de mucha consideración que el Gobernador y gente española andan en campaña, no sólo no le osan acometer por andar ellos divididos en parcialidades, pero andan refrenados para no hacer insultos ni insolencias, a lo menos en nuestras misiones, donde hay más cerca españoles en que ha habido no pequeños peligros de alteraciones y la muerte de nuestros Padres”.

“Porque en la Misión de Las Parras y de La Laguna, donde ha estado por Superior el P. Thomás Domínguez, hubo más ocasiones que en otras, de conmoverse esta nación. La primera fue unos grandes llantos que allí hubo, por cierto indios de estos laguneros, que fueron ahorcados en Cuencamé, y otros que de nuevo se prendieron y apretaron con tormentos, por sospechosos de haber sido en la conjuración de los Tepehuanes, y que dos de los presos iban a recoger la gente para dar principio al alzamiento. Esto fue causa de que entre los de Las Parras y de La Laguna, se tratase a consejo abierto, de las muertes de los Padres; aunque los más de los indios, favorecían la parte de la paz y de la religión”.

“De sí certifica el P. Thomas Domínguez, que, si no fuera por la fidelidad de un indio llamado Don Alonso Mala, no estuviera ya con vida, y que si avivase la voz de otros castigos en tierra de paz, se podía temer una total perdición de aquella parte. Más remitieronse a instancias de nuestros Sacerdotes, los culpados que por estas sospechas estaban presos; y con esto cesó esta ocasión y con satisfacerles de la justificación con que en lo demás se había procedido”.

“La segunda ocasión era la poca opinión que al principio se concibió de los españoles, porque como a una dieron los Tepehuanes en Guanaceví, en El Zape, en Santa Catalina, en Atotonilco, en Papasquiaro y en otros Reales y haciendas de los españoles, haciendo en todas su hecho pensado, con toda pujanza, no dejó de causar esto abilantez (¿) en las demás ocultas naciones y mucho más en las vecinas , hasta que por un parte los Capitanes Martín de Olivas y Juan de Cordejuela, reprimiesen su osadía en La Sauceda; y el Gobernador y el mismo Capitán Cordejuela, en la jornada y socorro que hicieron a Guanaceví, recorrieron la tierra con miedo de los enemigos; más antes de esto, la poca prevención de los españoles, la atribuían los indios a cobardía, y les ponían ánimo para intentar otro tanto como los vecinos; por esto se deseó por parte del Gobernador enviar escoltas de algunos soldados a los Padres, para que siquiera pudieran salir seguros a tierra de paz, pero ni aún esto se pudo, parte por la poca seguridad de los caminos, parte por no enflaquecer la poca gente que en la Villa había, con que por horas se temía el mismo suceso que a los otros Padres, y aún de mucho mayor mal, comunicándose las fuerzas de estos con las de los Tepehuanes rebelados”.

“La tercera ocasión que se ofreció de inquietud, fue una rigurosa enfermedad de viruelas, que a manera de peste, los llevaba sin remedio, con una hinchazón tan deforme, que aún antes de morir, no había quién los conociera, precediendo al mal rigurosos dolores, que si no se mitigaban, los mataba al segundo día, aún antes de salir las viruelas. De ahí procedió una hablilla entre los viejos, diciendo que por haber recibido a los Padres y tenerlos en sus tierras, se había enojado cierta vieja que ellos dicen estar en la sierra y la tienen en gran veneración y respeto; y por eso, le había enviado tantos males, y que, aunque habían querido aplacarla con ropa y otras cosas, no se había mitigado su justa ira y enojo. Con esto, no dejó de darse causa a alguna alteración; con que al mismo tiempo surgió entre los Tepehuanes, aquel hechicero con sus embustes. Hubo otro en esta Región de Parras, ofreciendo los mismos premios y amenazando con los mismos castigos”.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

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