La Nueva Evangelización en Juan Pablo II

3333550107_dd87082e26_q“Desde el principio, sin daros cuenta, habíais adivinado en vuestro corazón el gran deseo de Dios de que los hombres de todas las razas, nos fuéramos uniendo en una sola comunidad de amor, en una inmensa familia, cuya cabeza es Jesús, cuyo Padre es el Padre de Jesucristo, cuya alma es el Espíritu Santo, Espíritu de Jesús y del Padre. Esa familia es la Iglesia, que tiene por Madre a la Virgen María…”

     “Los más conscientes de vosotros anheláis que sea respetada vuestra cultura, vuestras tradiciones y costumbres, y que sea tomada en cuenta la forma de gobierno de vuestras comunidades. Es una legítima aspiración que se inscribe en el marco de la variedad expresiva del espíritu humano. Ello puede enriquecer no poco la convivencia humana, dentro del conjunto de las exigencias y equilibrio de una sociedad”.

“A este propósito deseo alentar a los sacerdotes y religiosos a evangelizar, teniendo bien en cuenta vuestra cultura indígena; y a acoger con alegría los elementos autóctonos de los que ellos mismos participan. En esa línea hago mío el pedido que vuestros obispos hicieron en Puebla: Que las Iglesias particulares se esmeren en adaptarse, realizando el esfuerzo de un traspasamiento del mensaje evangélico al lenguaje antropológico y a los símbolos de la cultura en que se inserta. (Puebla, 405)”.

Si los mexicanos hubieran oído eso, que era lo que siempre habían anhelado oír, ciertamente hubieran también entendido, que, aunque toda cultura puede servir de base al Evangelio, dada nuestra situación de pecado, puede que no todo en ella sea conforme a él, que recibir a Cristo también implica convertirse y purificarse, y hubieran aceptado y modificado todo lo no correcto de su cultura, correcciones, aun de fondo, en sus amadas tradiciones.

“Pero, aunque la Iglesia respeta y estima las culturas de cada pueblo, y por lo tanto las de vuestros grupos étnicos; aunque trata de valorizar todo lo positivo que hay en ellas, no puede renunciar a su deber de esforzarse por elevar las costumbres, predicando la moral del Decálogo, la más fundamental expresión ética de la humanidad, revelada por Dios mismo y completada con la ley del amor enseñada por Cristo. Considera a la vez un deber tratar de desterrar las prácticas o costumbres que sean contrarias a la moral y verdad del Evangelio. Ella, en efecto, ha de ser fiel a Dios y a su misión. Por lo cual no puede verse como un atropello la evangelización que invita a abandonar falsas concepciones de Dios, conductas antinaturales y aberrantes manipulaciones del hombre para el hombre  (Puebla, 406)”. 

       

  Héctor González Martínez.

Arzobispo Emérito de Durango.

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