Vivir en la “Era del Espíritu”
Varias culturas antiguas, la bíblica entre ellas, han visto en el hombre dos o tres elementos: el hombre es carne (fragilidad, vida), es cuerpo (realidad extensa), y espíritu (un tipo de interioridad y de trascendencia).
La palabra espíritu (en hebreo ruah y en griego pneuma) tiene relación con el aliento, la respiración, que es un elemento distintivo de la vida. Añadamos que espíritu es la forma que tenemos los hombres de vivir; por ello hablamos, y las palabras están hechas de aliento, respiración modulada con sentido y nos abren a todo lo que existe. En este sentido podemos hablar del espíritu del hombre, con minúscula y del Espíritu de Dios con mayúscula. Muchas veces es difícil distinguir ambos espíritus, pues Dios y el hombre nos vinculamos y relacionamos precisamente por el espíritu.
Concentrándonos un tanto en el espíritu, nos detenemos en el Antiguo Testamento, para visualizar mejor el sentido antiguo de la palabra espíritu o Espíritu, como un elemento básico para nosotros, ya que el primer libro de la Biblia, el Génesis inicia con estas palabras: “La tierra era una soledad caótica mientras el espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gen 1, 2).
El Espíritu, simbolizado como Huracán de Dios, planea sobre el abismo de un mundo que en sí mismo sería caos confuso o revuelto. Así aparece como presencia creadora y estática de Dios, que después actúa por su palabra: (“Y dijo Dios: hágase la luz”; y lo demás) a fin de comunicarse. Avanzando en esta línea, dirá el Génesis que Dios creó con su Aliento-Espíritu al ser humano; dice el texto: “Formó al hombre de barro del suelo e insufló en su nariz Espíritu de vida” (Gen 2,7).
Vemos en esto, que los hombres formamos parte del Aliento de Dios, que es algo gratuito, un don personal. Así podemos decir que el Espíritu es Dios, pero no es forma cerrada, sino como gracia que se abre a los hombres; y añadimos que los hombres son Espíritu, en cuanto moren y vivan dentro de la Vida Divina. A lo largo del Antiguo Testamento, el Espíritu se encuentra especialmente vinculado con los Jueces y los antiguos Profetas, especialmente carismáticos liberadores del pueblo, como Elías y Eliseo.
Eso hizo que muchos judíos pensaran que el Espíritu era algo del pasado, mientras que el tiempo actual aparece como tiempo de ausencia del Espíritu de Dios: es como si los hombres se encontraran vacíos y necesitaran una presencia divina. Por eso esperaban la venida del Espíritu Santo para el futuro escatológico, en línea mesiánica o apocalíptica.
En esta línea, el Ruah-presencia, es la acción de Dios que sostiene todo lo que existe, y de un modo especial promueve la historia de los hombres. Este Espíritu-presencia es expresión de Dios que actúa sin cesar haciendo que la vida nazca, y que los humanos alcancen su plenitud. Espíritu-Ruah, es la misma hondura de vida de los hombres, que en sí mismos son frágiles, pero que se encuentran sustentados en Dios y dirigidos hacia la plenitud mesiánica: por eso, la experiencia del Espíritu se encuentra vinculada a la esperanza.
Por eso: detengamos la lectura y reflexionemos en qué nivel está cada uno de nosotros. O en qué avance se encuentra el desarrollo de cada Comunidad de nuestra Iglesia Diocesana o la sociedad en que vivimos. Porque la sola crisis de las gasolinas ha cimbrado al país. Vale la pena preguntarse: ¿En que se apoyan las personas, las familias y los grupos sociales?; ¿vivimos bajo los influjos de la fragilidad carnal, o de la corporeidad o del Espíritu?
Héctor González Martínez
Obispo Emérito
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