Los primeros y los últimos
Hoy, en el pasaje del Evangelio, Jesús compara el Reino de los Cielos con el dueño de una viña, en que el dueño sale a distintas horas del día contratando trabajadores para cortar la cosecha de uvas. Al final de la tarde el dueño de la viña dijo a su administrador: “llama a los trabajadores y págales su jornal; iniciando por los últimos y terminando por los primeros; pagándoles a todos la misma cantidad”.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿por qué les hablas en parábolas?” Jesús les contestó: “A ustedes Dios les concede conocer los misterios del Reino, pero a ellos no”. La clave de lectura propuesta por el mismo Cristo a esta parábola está en el último versículo: “Los últimos serán primeros, y los primeros serán últimos” (v 16). Pero, “para Cristo, el reclamo fundamental, dirigido a Dios como dueño de la viña, es la falta de justicia; reclamo ya formulado antes en el episodio del hijo pródigo. El profeta Isaías había profetizado: “oirán y no entenderán; mirarán pero no verán, porque se ha endurecido el corazón de este pueblo; se han vuelto torpes sus oídos, y se han cerrado sus ojos; de modo que sus ojos no ven, sus oídos no oyen, su corazón no entiende, y no se convierten a mí para que los sane. Dichosos ustedes por lo que ven sus ojos y por lo que oyen sus oídos”. (Mt 13, 14-17).
El mismo reproche ya lo había formulado el hermano mayor del hijo pródigo; “Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer fiesta y comérmelo con mis amigos, pero llega ese hijo tuyo, que se ha gastado tus bienes con prostitutas y tú le matas el cordero gordo”; el padre le respondió: “hijo, tu estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Esta parábola muestra la bondad del papá, olvidando todo lo que hizo el hijo menor. También muestra la mezquindad del hermano mayor, defecto que pueden repetir, quienes se sienten superiores por la edad o por la antigüedad; por tanto la alianza es un don del amor gratuito de Dios a los que le buscan; el Reino es únicamente don y gracia de la bondad del Señor.
La Alianza es pues, un don del amor gratuito del Padre Celestial, fundado en su libertad absoluta y supone nuestra libertad (Gal 3, 10-16. Pues, “Cristo nos ha liberado de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros maldición, pues dice la Escritura: maldito todo el que cuelga de un madero. De esta manera, los paganos obtendrán la bendición de Abraham mediante Cristo Jesús, y nosotros, por medio de la fe, recibiremos el Espíritu prometido” (3,14).
Justicia de los hombres y justicia de Dios. En varios de los ejemplos propuestos por Mateo, contrasta la escala de valores propuestos por Jesús con la escala de valores de los rabinos judíos. Jesús da primacía a la lógica de Dios, diversa a la lógica de los hombres; frecuentemente, lo que es ganancia para los hombres, para Jesús es mezquindad. Jesús quiere dirigir las voluntades humanas de los hebreos que siendo los primeros en la llamada de Dios, tuercen después la voluntad divina, cayendo miopemente en la justicia meramente humana, minimizando los valores del Reino que son únicamente don y gracia de Dios.
La óptica de Dios, es diversa de la lógica humana; tal vez parece como si el hombre quisiera igualar o desplazar a Dios. Hay que afirmar la primacía de la bondad de Dios que no contrasta ni desplaza al hombre; frecuentemente, lo que es ganancia para el hombre, ante Dios es pérdida; lo que para el hombre es pérdida, para Dios es ganancia; los bienaventurados son los que lloran; lo que para el hombre, es prioritario, para Dios pasa al último punto de la balanza. El hombre nuevo ha de invertir su escala de valores. La ley del Reino de Dios parece ser lo paradójico, lo inédito, lo inesperado. Dios escoge lo débil y despreciable para confundir lo fuerte y lo estimable de este mundo. Jesús nace en un pesebre de pastores, no elige al primero, sino al último, su criterio favorece lo paradoxal, lo inédito, lo débil para confundir a los grandes de este mundo. El Dios de los cristianos, es absolutamente original e imprevisible. Un aspecto del rostro de Dios que Jesús reveló con claridad e insistencia sin igual es la preferencia por los pobres, los humildes y los últimos. Con ello, no podemos olvidar la aventura del pueblo judío, que del primer lugar cayó al último.
Héctor González Martínez
Arzobispo Emérito
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