Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hiscisteis (Mt 25,41)

Hemos llegado a la solemnidad de Cristo Rey, último domingo del ciclo litúrgico. El evangelio nos presenta la escena del juicio final. Jesucristo nos ofrece la materia del juicio, es decir qué es lo que va a considerar decisivo para colocarnos a su derecha o a su izquierda. -derecha e izquierda tienen sentido simbólico no político; en la Escritura la derecha siempre es signo de bendición, la izquierda significa todo lo contrario, lo negativo-. En el evangelio de S. Mateo Jesucristo termina la predicación pública con el mismo tema con que la había iniciado: bienaventurados los pobres, los mansos, los que lloran, lo que tienen hambre, los misericordiosos… (Mt 5,3-12).

           En el Sermón de la Montaña bienaventuranzas y justicia van unidas: Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en el cielo (v. 12), y en el tema del juicio final también van unidas la justicia y la vida, tanto para los que están a su derecha: Venid vosotros, benditos de mi Padre: heredad… (v. 34) como para los que están a su izquierda y no han querido ver Cristo en la persona necesitada: Apartaos de mí, malditos… (v.41). Todos estaremos frente a Cristo Rey y será puesta al desnudo la autenticidad de nuestra relación con Dios, lo que cada uno ha hecho o ha dejado de hacer. En realidad seremos nosotros mismos quienes nos dictaremos la sentencia según hayamos acogido o rechazado al necesitado. Jesucristo solamente constatará lo que hemos hecho, lo que día a día hemos escrito con hechos. Jesús nos lo anticipa para que abramos los ojos. Estamos a tiempo de prepararnos un juicio favorable.

En la escena evangélica no se pronuncian palabras como justicia, solidaridad, amor. Jesús habla de comida, de ropa, de bebida, de techo para guarecerse. Jesucristo se identifica con los indefensos, por ello nuestra actitud hacia ellos expresa realmente cuál es nuestra actitud hacia Dios. Solamente liberando a quienes sufren construiremos la vida tal como Dios la quiere.

A Cristo no se le encuentra en las nubes, se le encuentra entre los más insignificantes, aunque no pertenezcan a nuestra comunidad. Para acceder al reino, tenemos que pasar por la vida de los hermanos: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis (v.40). Los que están a la derecha responderán al juicio: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te vestimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? (v.39) y reformulado, lo volvemos a escuchar (v.44) cuando los que están a su izquierda le hacen la misma pregunta. Jesús se identifica con todo tipo de necesitados, está presente de manera real en todos y en cada una de estas personas. Según la parábola es más importante el amor y servicio a los pobres que preocuparse de reconocer en ellos la presencia de Jesús.

Si nuestra religiosidad se fundamentada sólo en el culto y en las oraciones, no escucharemos la voz de Jesús que nos invita a entrar en la casa del Padre. Lo esencial y de lo que seremos juzgados pasa por la atención que hemos prestado al hermano necesitado. Importa no sólo escuchar este evangelio, sino leerlo y releerlo. De seguro que en la vida de cada uno tenemos muchas cosas que cambiar si queremos ser fieles al Señor. Debemos preguntarnos si los pobres, los necesitados marcan nuestras prioridades y si nuestro estilo de vida está en conformidad con lo que hoy nos pide el evangelio.

Héctor González Martínez

Arzobispo Emérito de Durango

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