Los mandamientos del Señor alegran el corazón
La clave de las lecturas de hoy puede estar en que no se debe excluir a nadie que sirve en nombre de Dios. En la teoría todos estamos de acuerdo, en la práctica solemos estar bastante lejos de lo que afirmamos, y muchos son los problemas que surgen en la Iglesia por un exceso de celo mal digerido. Moisés corrige a Josué, quien se sentía celoso porque Eldad y Medad habían recibido el espíritu y se pusieron a profetizar sin haber acudido a la tienda como lo hicieron los setenta ancianos (v. 11,26). Moisés le contesta: ¡ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta! (v. 29). Moisés mira el bien del pueblo – no busca la exclusividad-, se alegra de la manifestación del espíritu, e incluso hubiera deseado que todos los israelitas tuvieran el espíritu. Moisés comprende que el poder de los otros no merma su poder sino que uno y otro participan comunitariamente en la misma misión.
La misma actitud que Moisés tiene Jesús cuando los discípulos habían visto a un hombre expulsando demonios en su nombre, es decir, exorcizaba en el nombre Jesús; ellos se lo prohibieron porque consideraban que no pertenecía al grupo de los doce, al grupo de los elegidos. En cambio, Jesús les contesta: no se lo impidáis, porque quien hace un milagro en mi nombre, no puede luego hablar mal de mí (Mc 9,39). En esta respuesta Jesús previene a sus discípulos y a todos los cristianos contra el exclusivismo, contra el hecho de creer que sólo los de mi grupo hacen el bien; el bien es bien, lo haga quien lo haga. Dios reparte sus dones entre todas las personas y grupos, y no siempre comunica su espíritu por los canales oficiales. El Espíritu está por encima de las instituciones o personas, es soberano. Y si estamos atentos, podemos comprobar esta realidad diariamente. También entre nosotros hay gente que “mora fuera del campamento”, fuera de la Iglesia, y sin embargo sobre ellos también sopla el viento del espíritu, espíritu que con frecuencia intentamos retener los que nos consideramos que estamos dentro; tarea totalmente inútil, ya que se nos escapa de las manos: El que no está contra nosotros está a favor nuestro (v.9, 40). Quisiéramos tener la exclusiva del poder, de hacer el bien y creernos los buenos, como Josué, y por otro lado nos quejamos de la dura labor que el Señor nos impone. Quiere decir que no hemos entendido que lo que somos y tenemos es un puro regalo del Señor. Jesús no es favorable a los “capillismos”, ni de los partidismos interesados.
Si contemplamos la historia de la Iglesia vemos cómo desde arriba se ha intentado monopolizar el espíritu, pero el Espíritu se comunica a quien quiere y como quiere. En realidad ha sido más una lucha por salvaguardar los privilegios que por salvar o cumplir el proyecto de Dios. Nadie en la Iglesia debiera sentirse celoso de que el pueblo, los que creemos que no forman parte de la Iglesia o de nuestro grupo o comunidad, profetice, haga el bien. El deseo de Moisés se cumple con el tiempo como vemos en el capítulo segundo de los Hechos.
Y si echamos una mirada a las diócesis, parroquias… cuántas “barridas” suelen hacerse con motivo de los cambios de obispos, párrocos, etc., porque no coinciden con la manera de ver o de hacer las cosas de unos o de otros, porque “no son de los nuestros” y se desperdician dones y dones, experiencias… ¡Cuánto nos cuesta aceptar que no somos propietarios de reino de Dios! Creemos tener más el monopolio del Reino de Dios que aceptar que somos simples servidores del Reino y que Dios cuenta con todos y reparte sus donde según voluntad. Debemos aprender a respetar, a aceptar a los demás, a amar al que no piensa como yo, a ser comprensivos y acogedores como lo era Jesús con todo el que se acercaba a Él.
No estaría de más que ante las lecturas de hoy nos dejáramos interpelar seriamente y preguntarnos si valoramos o no los dones que poseen otras personas o grupos y si nos alegramos cuando desde otros frentes al nuestro también el Reino de Dios se hace presente.
Héctor González Martínez
Arzobispo Emérito de Durango
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