FIELES DIFUNTOS: SOLO EL AMOR PERMANECE

Este 02 de Noviembre se celebra en Nuestro País, el Día de los Fieles Difuntos, una tradición meramente mexicana y que año con año se sigue festejando en todos los Estados. «La práctica de orar por los difuntos es sumamente antigua. El libro 2° de los Macabeos en el Antiguo Testamento dice: «Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados» (2Mac. 12, 46). En el siglo VI los benedictinos tenían la costumbre de orar por los difuntos al día siguiente de Pentecostés. San Odilón u Odilo en el 980, abad del Monasterio de Cluny, en el sur de Francia, añadió la celebración del 2 de noviembre como fiesta para orar por las almas de los fieles que habían fallecido, por lo que fue llamada «Conmemoración de los Fieles Difuntos». La tradición de asistir al cementerio para rezar por las almas de quienes ya abandonaron este mundo, está acompañada de un profundo sentimiento de devoción, donde se tiene la convicción de que el ser querido que se marchó, pasará a una mejor vida, sin ningún tipo de dolencia, como sucede con los seres terrenales. Esta celebración se combinó con elementos indígenas y del sincretismo resultó una original celebración en el Día de Muertos, distinta de las otras naciones católicas. Lo que se puede y debe hacer por nuestros difuntos es, No olvidarlos, es decir, no olvidar su cariño, su entrega, todo lo bueno que hicieron y que hicieron a nosotros. Rezar por ellos, pues han tenido sus limitaciones y faltas. Han sido, igual que nosotros, pecadores y no santos y necesitan del perdón de Dios. Por eso, rezar por ellos, para que Dios se compadezca y los haga participar de su gloria y felicidad eterna. También confiar en ellos, pues probablemente ya están cerca de Dios, sobre todo si han vivido como hombres honrados, caritativos y verdaderos cristianos; y sobre todo esperar el reencuentro con ellos, ya que la fe cristiana dice que no se han perdido para siempre, sino que se volverán a ver quizás en el otro mundo. El sentido de la vida humana es peregrinar hacia el hogar definitivo: el cielo. La vida terrena tiene carácter transitorio, pasajero y solo el amor permanece.

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