El amor ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo

 

La Fiesta de la Santísima Trinidad que celebramos hoy no sería necesaria, puesto que en toda oración comunitaria y en toda Fiesta litúrgica nos dirigimos y celebramos al Dios Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero no resulta superfluo que este Domingo, acabadas las Fiestas pascuales, en las que la Santísima Trinidad ha tenido un protagonismo diferenciado, se lo dediquemos a las tres Divinas personas glorificándolas conjuntamente, ya que ellas son las protagonistas de nuestro existir, de nuestra redención y nuestra santificación.

Las lecturas litúrgicas que acabamos de hacer nos han presentado un retrato vivo del Dios Uno y Trino, no a partir de definiciones filosófico-teológicas sino de sus situaciones tal como se nos describen en la Biblia. Las tres lecturas nos revelan esas tres dimensiones que acabamos de apuntar; en efecto, en el libro de los Proverbios se nos habla de la creación, obra del Padre, en la segunda lectura san Pablo entona un canto de alabanza a Dios, nombrando a las tres divinas Personas, por obra de Cristo estamos reconciliados con el Padre y el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rom 5, 5). Aún más, en el evangelio Jesús prometió a sus discípulos enviarles el Espíritu Santo; y lo hace con unas afirmaciones que destacan expresivamente la unión y el protagonismo de las tres divinas Personas. Baste sólo esta: Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que el Espíritu Santo tomará de lo mío y os lo anunciará (Jn 16, 15).

Nuestra fe trinitaria tiene su asiento en varias epifanías en las que se nos muestran las tres Personas; la más visible y elocuente de todas es la que acontece en el Bautismo de Jesús se oye la voz del Padre y se hace visible el Espíritu Santo en forma de paloma; en Pentecostés lo hace en forma de lenguas de fuego. Cristo, además, fue enseñando quién es el Padre, lo que es Él mismo y el Espíritu. Son tres personas que viven en intimidad y realizan una obra de amor entre sí y para con el mundo: nosotros somos el objeto de ese amor. El Padre nos ama, el Hijo nos ama y también nos ama el Espíritu Santo. Y a cuantos les responden con su amor, las tres divinas Personas vienen y hacen en ellos su propia morada. Es decir, nos transformamos en templos de la Santísima Trinidad.

De lo que sí hemos de ser conscientes es que ni hoy, ni nunca podremos comprender el “misterio de la Santísima Trinidad”. San Agustín escribió toda una obra no para comprenderlo racionalmente, sino para aceptarlo en la fe, fiados en la revelación que había hecho el propio Jesús. Una anécdota reflejada en cuadros famosos presenta al Santo paseando en la playa y un niño a sus pies con una cocha en sus manos. ¿Qué haces ahí solito en la playa? –le preguntó–; es hora de irte para casa. –Estoy intentando meter todo el Mediterráneo en este hoyo que he hecho –le respondió él–. –Pero eso es imposible. – Más imposible es que tú llegues a entender el misterio sobre el que estás escribiendo le dijo –el niño–. La verdad es que sólo porque nos lo ha revelado el mismo Dios es por lo que podemos creerlo.

Pero es que hay más: y es que podemos afirmar gozosamente que nuestra vida cristiana está marcada y orientada por la presencia y el amor de ese Dios Uno y Trino. Tomemos conciencia de todo ello, recordando algunos momentos en que se expresan o expresamos sus nombres:

1   Ya en el Bautismo fuimos signados y bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y, por ese Sacramento, quedamos envueltos en su amor;

2   la celebración de la Eucaristía la iniciamos santiguándonos en “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y, al final el celebrante nos bendice y despide en el nombre de las tres divinas Personas;

3   en la misa dominical rezamos el Gloria y el Credo, centrados en la actuación de la Santísima Trinidad, y el sacerdote reza las oraciones, dirigiéndolas “al Padre por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo”;

4   al final de la Plegaria Eucarística, antes del Padrenuestro, el sacerdote proclama cuál es la dirección de nuestra alabanza: “por Cristo con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria…”;

¿Y cuántas veces, durante nuestra vida, al hacer la señal de la cruz, hemos repetido el nombre de las tres divinas Personas? ¿Y cuántas otras no hemos dicho “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era…, y como resumen de nuestras mejores actitudes de fe?

Héctor González Martínez

Arzobispo Emérito de Durango

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