HOMILÍA
MONSEÑOR FAUSTINO ARMENDÁRIZ JIMÉNEZ
HOMILÍA
MONSEÑOR FAUSTINO ARMENDÁRIZ JIMÉNEZ
XVI Domingo Ordinario
Vengan conmigo a un lugar solitario
Y se puso a enseñarles muchas cosas.
Mc. 6,30-34
Este domingo el Evangelio nos presenta la continuación del envío Misionero de la semana pasada. A primera vista, el relato se entiende tan bien que no precisa comentarlo.
Hoy, “las constantes novedades de los recursos tecnológicos, el atractivo de los viajes, las innumerables ofertas para el consumo, a veces no dejan espacios vacíos donde resuene la voz de Dios. Todo se llena de palabras, de disfrutes epidérmicos y de ruidos con una velocidad siempre mayor. Allí no reina la alegría sino la insatisfacción de quien no sabe para qué vive. ¿Cómo no reconocer entonces que necesitamos detener esa carrera frenética para recuperar un espacio personal, a veces doloroso pero siempre fecundo, donde se entabla el diálogo sincero con Dios? En algún momento tendremos que percibir de frente la propia verdad, para dejarla invadir por el Señor… Así encontramos las grandes motivaciones que nos impulsan a vivir a fondo las propias tareas”.(Gaudate et Exsultate 29).
La solución consiste en buscar «un lugar desierto». Esta referencia al desierto es fundamental en el relato, porque evoca la situación del pueblo de Israel durante su camino desde Egipto a la tierra prometida. Entonces, en el desierto, fue alimentado por Dios. Ahora, en un lugar desierto, el nuevo pueblo de Dios será alimentado por Jesús.
Cuando se acercan a la orilla y ve a la multitud reunida, no le dice a Pedro que reme mar adentro y busque otro sitio. Siente compasión de ellos porque los ve abandonados. Jesús ve la necesidad de la gente, le duele que estén desorientados como ovejas sin pastor, y siente una profunda compasión por ellos y renuncia al legítimo descanso, pero no para hacer milagros sino para enseñar. Solo después se preocupará por darles de comer. ¿Y qué les enseña? Jesús les enseña a vivir como hijos de Dios y como hermanos; les enseña el sentido trascendente de la vida; les enseña a vivir lo cotidiano con Dios y según Dios.
He aquí el primer pan que el Mesías ofrece a los discípulos y a su Iglesia que lleva a «un lugar desierto»: el pan de la Palabra. Todos nosotros tenemos necesidad de palabras de verdad que nos guíen y que iluminen nuestro camino. La Palabra Santa que solo puede ser correctamente interpretada de cara a los hermanos, sobre todo en los que sufren y están necesitados como ovejas sin pastor. Sin esta verdad, que es Cristo mismo, no es posible encontrar la orientación correcta en la vida.
Cuando nos alejamos de Jesús y de su amor y su palabra, cuando cerramos los ojos a la necesidad del hermano y le damos la espalda, nos perdemos, y la existencia se transforma en desilusión e insatisfacción. Con Jesús y el hermano al lado, se puede proceder con seguridad, se pueden superar las pruebas, avanzar en el amor hacia Dios y hacia el prójimo. Jesús se hizo don para los demás, convirtiéndose así en modelo de amor y de servicio para cada uno de nosotros.
Preguntémonos ¿sentimos nosotros el mismo interés por Jesús? ¿Vamos corriendo detrás de él, o preferimos quedarnos cómodamente sentados en casa?
Pero también debemos preguntarnos sobre todo los que tenemos una responsabilidad ante la comunidad: ¿Siento compasión de la gente, o procuro quitarme de en medio cuando me van a fastidiar mi merecido descanso?
A muchos misioneros y catequistas les consolará ver que, aunque no podemos hacer milagros como Jesús, sí podían dedicar nuestros esfuerzos y nuestro tiempo a enseñar el Evangelio.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Arzobispo de Durango
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