El banquete del Reino
Las lecturas de hoy nos presentan el Reino de Dios como un gran festín. Un festín que preparará el Señor para todos los pueblos, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados (Is 25,6). También S. Mateo nos habla de un banquete. Lo expresa con dos parábolas yuxtapuestas. La primera parábola (v.1-10) nos habla de un banquete con ocasión de la boda del hijo del rey, y sorprende que los invitados se nieguen a asistir.
Era impensable que los convidados no aceptaran, y mucho menos que mataran a los criados del rey. No apreciaban la importancia que el rey les había concedido al invitarles a la boda de su hijo. Ante esta situación, el rey de la parábola pide a los criados que vayan de nuevo e inviten a todos los que encuentre por los por los caminos, malos y buenos (v.10). La segunda parábola (v.11-14) nos sorprende con la presencia de uno de los últimos invitados que se presenta sin traje de bodas.
Dos son las situaciones que enojan al rey en el texto evangélico.- y expresan el sentido de la parábola-: en principio, los primeros convidados rehúsan la invitación, prefieren ocuparse de sus negocios, marcharse a sus campos, e incluso algunos maltratan a los criados hasta matarlos, y por otro lado lo enoja que uno de los invitados asista al banquete sin traje de bodas. Dos enojos aparentemente desconectados, pero en ambos casos los convidados no tienen conciencia de la importancia del banquete y de lo que esto significa para el rey que los convoca.
Mirando las parábolas desde nuestra perspectiva, el texto nos exige una seria reflexión. El reino de Dios es algo muy importante para Él, como lo es para un rey la boda de su hijo; e importante para nosotros debe ser aceptar esta invitación. Ignorar la invitación supone no poder participar del banquete. La invitación cristiana a participar del reino es un don, pero un don que exige respuesta, hace falta cumplir un requisito que el evangelio lo pone como algo externo y que en las bodas se le da mucha importancia y es el vestido. Los que fueron al banquete, necesitaban además de participar, tener el vestido de bodas; no basta con tener la buena intención, sino tener el nuevo vestido (v. 11-12).
Lógicamente Dios no intenta exigirnos un tipo de vestido. La figura del vestido de boda tenemos que verla en el contexto evangélico donde Jesús nos advierte que nuestra rectitud debe exceder a la de escribas y fariseos (5,20). Para entrar en el banquete es necesario un estilo de vida, que ponga en práctica las enseñanzas de Jesús. Hay que responder con frutos de justicia (Mt 25,31-40). La vocación cristiana no es una garantía mágica de salvación, hay que vivir en coherencia con lo que nos pide el Evangelio (Mt 25,31-40).
En una sociedad donde la dimensión religiosa tiene cada vez menos importancia, es necesario recordar que la llamada del evangelio de Jesucristo no es una convocatoria carente de valor. No se trata de algo que pueda ser desechado sin consecuencias. No pensemos que por el hecho de estar bautizados, ya estamos salvados. Como decía anteriormente el evangelio de hoy exige una seria reflexión. ¿Podemos creer que por el hecho de estar bautizados, de asistir a misa, de formar parte de alguna asociación o cofradía, ya estamos salvados? ¿Podemos creer que por el hecho de decir que somos creyentes y que la misericordia de Dios es infinita, no tenemos más que hacer? ¿Podemos creer que se puede compaginar el ser cristianos y el hacer un evangelio a nuestro gusto y vivir con los valores del mundo: abortos, rupturas matrimoniales, manos manchas de corrupción?… ¿O podemos creernos que el banquete es en exclusiva para nosotros y no dejamos o impedimos que entren otros?
El traje de bodas tiene que significar un compromiso a favor de los hermanos, especialmente de los más necesitados. No basta con decir Señor, Señor. No basta con pensar que ya estamos salvados. El banquete de Jesús ha de expresarse como invitación al gozo, pero también al compromiso de la comunión y del amor entre los creyentes.
Héctor González Martínez
Arzobispo Emérito de Durango
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