No hagáis lo que ellos hacen (Mt 23,3)
La primera lectura está tomada del profeta Malaquías, profeta en Israel en torno al cuatrocientos cincuenta antes de Cristo. Malaquías se dirige especialmente a los sacerdotes que servían en el templo, porque suponía que ellos eran los que primeramente debieran servir de ejemplo para el resto de la nación. Sin embargo, fueron los primeros en menospreciar el nombre de Dios, ofreciendo un culto impuro, contaminado, contrario a las leyes que Dios había ordenado y porque abierta y sistemáticamente desobedecían a Dios. Su actitud ante el pueblo era de pública rebeldía, de abierto enfrentamiento hacia el Señor.
El evangelio de Mateo es directo y tajante y va en la línea de Malaquías. Jesús desenmascara una vez más la falsedad de escribas y fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen (v.3). Los escribas y fariseos eran los encargados de enseñar la Palabra de Dios, de interpretarla en las sinagogas desde un asiento especial y reservado: cátedra de Moisés (v.2). Lo censurable de los escribas y fariseos no era lo que enseñaban sino lo que hacían o dejaban de hacer, porque los fariseos decían muchas cosas correctas, pero no las ponían en práctica, sólo las cargaban a los demás, hacían todas sus obras para ser vistos y aplaudidos. Había una profunda contradicción entre sus palabras y sus obras, entre su exterior y su interior. El exterior era perfecto, pero en su interior eran sepulcros blanqueados (Mt 23,27). Los fariseos estaban llenos de orgullo, pero Jesús enseñó que un líder debe caracterizarse por su humildad y su espíritu de servicio: el que es el primero entre vosotros, será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido (v.11-12).
El discurso se dirige también a los discípulos (v. 1), es decir, a nosotros, que también estamos expuestos a caer en los mismos vicios que aquí se condenan, a decir y no hacer, a cargar a los demás con cargas que nosotros ni intentamos cumplir. Estamos tentados de la vanidad, de la ostentación en el cumplimiento, de la incapacidad para discernir lo fundamental de lo accidental y secundario, de la falta de correspondencia entre la doctrina y la vida.
La religión cuando no surge del corazón se convierte en algo que abruma y asfixia. Las palabras litúrgicas de hoy son tan claras que unos y otros podemos correr el peligro de intentar pasar por alto, haciendo oídos sordos, pensando que no está hablando de nosotros, o que los demás son más para que no nos pueda señalar. Son una invitación a quitarnos las caretas, a cuidar nuestro interior, a que no nos llamemos cristianos y vivamos y actuemos con los criterios del mundo, a sentir de la manera más parecida a Jesús, porque sacerdotes y laicos no siempre actuamos así. Entre la multitud de sacerdotes que entregan diariamente su vida en favor de los hombres, desafortunadamente tenemos que pensar sobre los escándalos de muchos sacerdotes en diversas partes del mundo. Como dice el profeta Malaquías se apartaron del camino recto y han hecho que muchos tropiecen en la ley (Mal 2,8). A la hora de reflexionar sobre estos textos me preguntaba: si yo hubiera hecho todo lo que he dicho, ¿cómo sería hoy mi vida de fe, de caridad, de relación con Dios? He dicho y he enseñado muchas cosas que yo no he cumplido… Si los padres, que se quejan de la conducta de sus hijos, hubieran practicado lo que les exigen, ¿cuál sería el comportamiento de los mismos?… Ante tanto fracaso matrimonial, si los esposos hubieran hecho realidad las promesas de entrega que se hicieron, ¿cómo sería su vida actualmente?…
Jesús demostró que vino a este mundo a servir y no a ser servido, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres…, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz (Fil 2,7-8). En la Iglesia no puede haber superiores, nadie es más que nadie. Todo cargo tiene que ser un servicio, no un honor o un motivo para mirar de reojo a los demás. Jesucristo nos ha dado ejemplo. Como comunidad de Jesús estamos llamados a alimentar la fraternidad y la fraternidad nace de la experiencia de que Dios es Padre, y hace de todos nosotros hermanos y hermanas. La ley primordial es: todos vosotros sois hermanos (v.8). La Eucaristía no puede ser una obligación, sino el compromiso de tomar nota de lo que estamos celebrando, de cumplir las palabras del Señor que en la consagración nos dice: haced esto en memoria mía, hacer y actuar de la misma manera que yo.
Héctor González Martínez
Arzobispo Emérito de Durango
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