Dios no ha hecho la muerte (Sab 1, 13). No temas; basta que tengas fe (Mc 5, 36)

La enfermedad y la muerte, he ahí dos problemas de fondo en la experiencia humana. Hay que afirmar, sin embargo, el hombre es un ser para la vida y la felicidad, y que Dios no hizo la muerte, como nos dice el libro de la Sabiduría. En todo caso, estamos ante el gran interrogante de todos los tiempos: el “¿por qué la muerte?” Ciertamente que las lecturas que acabamos de hacer no nos proporcionan la “solución”, como nosotros querríamos, por mucha fe que tengamos en Cristo Jesús, pero sí nos iluminan para que sepamos aceptarla desde la fe en Dios. Veamos, pues.

El libro de la Sabiduría responde a la pregunta formulada, inspirándose en el libro del Génesis, afirmando que Dios no ha querido la muerte sino la vida. No dijo “hágase la enfermedad” o “hágase la muerte”, sino hágase la vida”(Cf. Gén 1, 11-27). Dios es el Dios de la vida. Según su plan, el destino del hombre es vivir para siempre: lo hizo a imagen de su propio ser (Cf. Gén 27), que es todo vida eterna. Ahora bien, el autor del libro de la Sabiduría, fiel a la mentalidad del pueblo de Israel, atribuye la existencia de la muerte al pecado, que trastornó el plan de Dios e introdujo el mal en el mundo. Más concretamente lo atribuye al Maligno: Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser; mas, por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo (Sab 2, 23-24).

Importa subrayar la verdadera perspectiva cristiana que, inspirada en estos pasajes bíblicos, nos permite afirmar que: el dolor, la enfermedad, la muerte no son criaturas de Dios. El mundo iba saliendo de la nada y Dios veía que cada cosa era buena, como también lo era el hombre, corona de la creación. Lo que Dios no dijo fue: “hágase el dolor”, “exista la enfermedad”, “la muerte o el pecado”. Ésas tienen que ser criaturas del hombre, al que Dios había dotado de un precioso don que lo hacía ser tal: la libertad. En el plan de Dios, el hombre no era un “ser para la muerte”; él era un “ser para la vida”. En el mal uso del don que lo hacía ser tal está la causa.

Así las cosas, es en el evangelio donde vamos a encontrar una perspectiva más esperanzadora. Cristo vino a dar vida: Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante (Jn 10, 10). Muestra Él su poder sobre la enfermedad humana, curando a la mujer, y su poder sobre la muerte resucitando a la hija de Jairo. Desde la perspectiva de Cristo, la muerte no es definitiva: La niña no está muerta; está dormida (Mc 5, 30). Es una muerte transitoria. En el plan de Dios la muerte no es la última palabra, sino el paso a la existencia definitiva. Él mismo, Jesús, resucitará del sepulcro a una nueva vida. El Cristo que curó a la mujer y que devolvió la vida a la niña es el mismo que triunfó de la muerte, experimentándola en su misma carne. Es el mismo que ahora sigue, desde su existencia gloriosa, estando a nuestro lado para que, tanto en los momentos de debilidad y dolor como en el trance de la muerte, sepamos dar a ambas experiencias un sentido pascual, incorporándonos a Él en su dolor y en su destino de victoria y de vida. Otro momento bien diferente será el que pueda vivir quien ha renunciado a esta esperanza.

También la Iglesia debe ser “dadora de vida” y transmisora de esperanza, cuidando a los enfermos como ha hecho a lo largo de dos mil años, poniendo remedio a la incultura y defendiendo la vida contra todos los ataques del hambre, de las guerras, de las escandalosas injusticias de este mundo, del terrorismo, así como de todo atentado contra la vida en sus comienzos (aborto) o en sus finales con la eutanasia. El hombre que no es ni siquiera dueño de su propia vida mucho menos lo será de las vidas de los demás y esto no porque lo diga la Iglesia sino porque así lo dicta la propia ley natural.

Por otra parte, también en este domingo estamos asistiendo a dos milagros realizados por Jesús con los que revela progresivamente su condición divina. Si antes era la tempestad del lago la que calmaba, hoy aparece como señor de la enfermedad y de la muerte. ¿Qué más se puede pedir, cuando los testigos de los milagros reconocen admirados que Dios está presente en las actuaciones de Jesús?

Efectivamente, el reino de Dios está presente y va actuando en nuestro mundo. El proyecto de Dios es proyecto de vida, no de enfermedad ni de muerte. Eso se ve en el poder liberador que muestra Jesús, su Hijo predilecto. Si en los domingos anteriores aparecía como “el más fuerte”(Mc 3, 27) que lucha contra las fuerzas del mal y como dominador de las fuerzas de la naturaleza, hoy quiere comunicarnos, también a los cristianos del siglo XXI, su poder liberador sobre la enfermedad y la muerte. Por todo ello queremos decirle: Dios amigo de la vida, te bendecimos porque vemos a Cristo resucitando a aquella niña y devolviendo la salud a aquella mujer enferma. Con ello anunciaba la presencia del reino de Dios entre los hombres y anticipaba el triunfo definitivo de su propia resurrección.

Héctor González Martínez

Arzobispo Emérito de Durango

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