El que es fiel en lo poco, lo será en lo mucho (Lc 16,10)
Siendo niño, volvía del entierro del señor Abel, persona muy entrada en años. Acetre en mano, caminaba a la izquierda del párroco. Delante, el señor Quintín, hombre sentencioso, que portaba el tradicional pendón en los entierros. Ya cerca de la iglesia se vuelve y dice al párroco: ¡Ay, D. Antonio! Los jóvenes se mueren muchos; los viejos, no queda ninguno. Esta sentencia se me grabó, y el día a día confirma su realidad. Estamos de paso. Lo mismo mueren ricos que pobres, y tampoco hay seguro vida en esta tierra, ni para jóvenes ni para ancianos. Y como dice el libro de Job: desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él (1,21); por mucha riqueza que se haya almacenado en este mundo, aquí se queda todo, nadie se lleva nada material.
Continuando con el evangelio del domingo anterior, S. Lucas, en la primera parte del texto, nos invita a pensar en esta vida con criterios de eternidad, y a almacenar para la vida eterna, allí donde no se acercan los ladrones ni roe la polilla (12,33). Lo lógico, por tanto, es que nos preocupemos no de lo pasajero, sino de aquello que es fundamental: el Reino de Dios. La comida y vestido deben quedar en lugar secundario.
Profundizando más en el tema, el evangelista continúa ofreciéndonos las parábolas que hemos escuchado. Son parábolas con distintos protagonistas, pero con un mismo tema: la vigilancia en espera del retorno de Jesús. Vigilancia sobre nosotros, sobre nuestro trabajo, sobre nuestra conducta. La vigilancia supone la capacidad de una espera activa, el hombre vigilante busca que su comportamiento coincida siempre con la voluntad del Señor. Una de estas parábolas es la del ciervo que espera la llegada de su amo, sea la hora que sea. En esta parábola, Jesús contrasta el comportamiento de un buen criado con el comportamiento del mal servidor. El buen criado cuida de su trabajo en ausencia de su amo, busca obedecer (vv.37-38). El mal sirviente no aprecia la vigilancia. Vive como si nunca fuera a rendir cuentas a su amo. Pero llegará el día de la responsabilidad, y al regreso de su amo, el criado malvado será castigado.
Todos necesitamos vigilar, la experiencia personal nos confirma que constantemente somos acechados por el diablo para que obremos en contra de los planes de Dios en nosotros. El Señor nos dijo: Velad y orad, para que no caer en la tentación (Mt 26,41) y el apóstol Pedro nos amonesta: Sed sobrios, velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar (2P 5,8). No vivir vigilantes, implica gastar la vida, vivir a merced de lo que se guisa en la calle, y vivimos en una sociedad en la que muchos están interesados en crear gente irreflexiva para así poder dominarlos más fácilmente.
Pero, ¿cuándo sucederá esto?… Jesús no dijo exactamente cuándo sería el momento de su llegada, pero sí comparó este día a la impredecible llegada de un ladrón que no avisa cuando llega, y roba una casa por la noche (v.39). Lo mismo vosotros –dice el Señor– estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre (v.40). La llegada del Reino no admite distracciones. El cristiano centinela no sólo ha de estar atento, sino que debe cultivar la espiritualidad de las pequeñas cosas, porque como dice el Señor: el que es fiel en lo poco, lo será en lo mucho (Lc 16,10).
La intervención del apóstol Pedro (v.41) hace que la atención se dirija a todos aquellos que hoy tenemos alguna responsabilidad ante la comunidad. ¿Cuál es el deber de los responsables en cada comunidad: iglesia, familia, escuelas, municipios, etc.? Entender que su función es la de servir, establecer relaciones de fraternidad y la de ser administradores fieles y prudentes. Si esto se realiza, entonces sí, los líderes podrán administrar todos los bienes, es decir, los valores humanos, morales y espirituales, todo aquello que lleva a la plena realización de las personas. Pero los responsables pueden también pervertir su función si transforman la autoridad en dominio o autoritarismo. Y el tema es más grave si conociendo la voluntad de Dios, se actúa de manera contraria. El juicio de Dios será más severo.
Según cumplamos o no tendremos premio o castigo. Un buen vigilante realiza su cometido con todos los sentidos. Tampoco se abandona a las improvisaciones que surjan, sino que en todo momento estará atento a poner en práctica los valores que motivan su misión.
Héctor González Martínez
Arzobispo Emérito de Durango
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