¿Dónde tiene su inicio la FE? La fe viene (nace) de la escucha Rm 10,17
En la carta a los Romanos dice San Pablo: «Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm 10, 9), es decir, entrarás en la nueva historia, historia de vida y no de muerte.
Luego San Pablo prosigue: «Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?» (Rm 10, 14-15).
Y dos versículos después añade: «La fe viene de la escucha» (Rm 10, 17).
La expresión de san Pablo: «la fe viene del mensaje (de la escucha)» (Rm 10, 17), nos hace suponer que la fe aunque es don de Dios, requiere del anuncio y el paso de la “escucha acogedora” por la que el hombre deja plasmar su corazón en la obediencia de la palabra escuchada.
Para San Pablo la predicación es el actuarse de la revelación para el hombre de hoy, por eso: «Cuando Dios revela, el hombre tiene que “someterse con la fe” (cf. Rm 16,26; Rm 1,5; 2 Co 10,5-6), por la que el hombre se entrega entera y libremente a Dios y le ofrece “el homenaje total de su entendimiento y voluntad”, asintiendo libremente a lo que Él ha revelado».
Con estas palabras, la Constitución dogmática Dei Verbum (4) expresa con precisión la actitud del hombre en relación con Dios. La respuesta propia del hombre al Dios que habla es la fe.
En esto se pone de manifiesto que: «para acoger la Revelación, el hombre debe abrir la mente y el corazón a la acción del Espíritu Santo que le hace comprender la Palabra de Dios, presente en las Sagradas Escrituras». En efecto, la fe, con la que abrazamos de corazón la verdad que se nos ha revelado y nos entregamos totalmente a Cristo, surge precisamente por la predicación de la Palabra divina: «la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo» (Rm 10,17; Cfr. VD 25).
En efecto, Pablo se pregunta: «¿cómo podrán creer si no han oído hablar de él? Y ¿cómo oirán si no hay quien lo proclame?» (Rom 10, 14). Debe haber pues quién proclame o predique el mensaje, es necesario transmitir el mensaje para que sea oído, para que sea creído, en otras palabras para que se alcance la finalidad, que aquellos que lo escuchan, lleguen a la puerta de la fe, crean.
¿Cuál es pues nuestra tarea en este año de la fe?
Nuestra tarea es abrir al hombre el acceso a Dios, como nos lo recuerda el Santo Padre en la Verbum Domini: «No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante» (cf. Jn 10,10; VD 2).
Esto no significa otra cosa que llevar a los hombres a la fe, con la que abrazamos de corazón la verdad que se nos ha revelado y nos entregamos totalmente a Cristo. Hablar de Cristo es nuestro mandato: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura» (Mc 16,15). La predicación evangélica es necesaria en cuanto dispositiva para la fe (fides ex auditu- la fe nace de la escucha). Por eso aunque la fe es posibilitada por la gracia, ésta se aprehende por el oído (Cfr. Rom 10, 17) o como algunos traducen: «La fe (nace) de haber oído».
La Palabra es el vehículo normal de la fe. En nuestros tiempos la «palabra» también se hace imagen, color y sonido, adquiriendo formas variadas a través de los diversos medios de comunicación social. Tales medios, así comprendidos, son un imperativo de los tiempos presentes para que la Iglesia realice su misión evangelizadora» (Medellín, Conclusiones 16,7).
San Agustín sintetiza la fe como don de Dios y como fruto de la acción del predicador de la siguiente manera: «Te invoca, Señor, mi fe, la fe que tú me diste, que tú me inspiraste por la humanidad de tu Hijo y el ministerio de tu predicador» (Confesiones 1).
El Catecismo de la Iglesia católica en el número 183 nos afirma claramente que: «La fe es necesaria para la salvación. El Señor mismo lo afirma: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará»» (Mc 16,16). Hoy mucha gente está alejada de la fe, otros tienen una fe incipiente, o su fe está mezclada con otras creencias, o simplemente hay una gran indiferencia, pero el Santo Padre nos recuerda que: «no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo» (Puerta de la fe 10), que sólo la pueden encontrar en la fe, por ello, en este año de la fe hagamos caso a los grandes pensadores como Hans Urs von Balthasar: «La fe no debe ser presupuesta sino propuesta» y salgamos a proponer a todos la fe.
Que en el centro de este “Año de la Fe” se encuentre la persona de nuestro Señor Jesucristo, porque «no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hech 4,12); porque la fe en Jesús como el Hijo del Padre es la puerta de entrada a la vida eterna (Cfr. Puerta de la fe 1).
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