Resurrección para darnos vida
Los temas de los cuatro domingos anteriores desembocan en la síntesis de la celebración de hoy: Conforme al profeta Ezequiel (37, 12-14), “pondré en ustedes mi espíritu y revivirán”, o sea que Jesús, fuente de agua viva y de la luz, es quien concede la vida a quien cree en Él.
Las tres lecturas de hoy subrayan la misma realidad, esto es que sólo la fuerza del Espíritu hace florecer la esperanza, rompe los lazos de la muerte y restituye la vida en plenitud; pues, el hombre es radicalmente incapaz ante la fatalidad de la muerte. Es sintomático el lamento de los hebreos exiliados a Babilonia y abandonados al pesimismo: “nuestra esperanza se ha acabado”; “nuestros huesos se han secado”; “hemos sido rechazados”. Para el profeta Ezequiel, se está en un tiempo de esperanza en la poderosa acción de Dios: sí, Dios abrirá de nuevo las tumbas (esto es, el exilio), y conducirá de nuevo a Israel a su tierra y entonces, sucederá como una nueva creación (conceptos de espíritu y vida en el v. 14). Se delinea así, en tensión mesiánica, la idea de una renovación total. Dios reasegura a su pueblo: el Señor lo reconocerá, esto es, experimentará directamente su poder vivificante.
El término “vida” es un término clave del Evangelio de S. Juan, “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá; quien viva y crea en mí no morirá para siempre” (Jn 11,25-26); es esta una sentencia clave en el Evangelio de S. Juan, al grado de constituir un tema dominante: a saber: Cristo es la vida: y quién acoge su Palabra y se adhiere a su Persona, está en grado de romper el dominio de la muerte corporal y de la muerte espiritual. Jesús lo subraya en la resurrección de Lázaro, signo profético de su propia resurrección.
Los diversos actores de la escena (Martha, María, los discípulos, los presentes), son llevados a Jesús a realizar el paso de la fe, a reconocer en sus obras la revelación del Dios viviente. El que tenga esta fe posee ya aquella vida que se manifestará plenamente en la resurrección final. En la espera de ser siempre mejor insertos como miembros vivos en Cristo, los fieles invocan al “Dios y Señor de la vida, que con sus sacramentos hace pasar de la muerte a la vida”.
En el Catecumenado cuaresmal recorremos de nuevo el itinerario catecumenal, es decir volvemos al inicio de la nueva creación. La Comunidad Cristiana ve en la resurrección de Lázaro el signo profético del misterio que se realiza en el Bautismo. Por ello, en la celebración bautismal la Iglesia se dirige al catecúmeno como hace con el cristiano que cae en pecado: Cristo ordena: “lázaro sal fuera”; luego vuelve a ordenar; “desátenlo y déjenlo andar”; las ataduras del pecado caen a la voz que ora ante el hombre pecador, y su oración lo vuelve a la vida, regenerándolo en las aguas bautismales.
La resurrección de Lázaro es aún signo de la realización de la nueva creación y de la nueva Alianza prometida en el profeta Ezequiel. Jesús gime ante la primera creación, sumergida en el desorden, en la muerte y en la disolución: por obra del Espíritu Santo, su pasión, su muerte y su resurrección lo proclamarán Señor de la muerte y de la vida.
Los bautizados, asentados en Cristo Vida del mundo, deben hacerse promotores de vida. Con sus elecciones positivas contribuyen en el inmenso taller humano a empujar la historia hacia cielos nuevos y tierras nuevas. Si nuestra civilización parece acelerada hacia la decadencia y la disolución, la esperanza cristiana afirma la posibilidad de un mundo nuevo porque la potencia de Dios se manifestado victoriosa en Cristo. La Eucaristía que es celebración de una Vida hecha don, resulta fuerza de resurrección si el cristiano asimila los contenidos: hacerse como Cristo, pan partido por la vida del mundo.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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