La autenticidad cristiana
En el Evangelio de hoy, según S. Mateo, la tensión creada entre Jesús y los jefes de los judíos, desemboca en amenazas tan violentas que despiertan estupor. S. Mateo reporta este encuentro de Jesús con los fariseos, no como relatando una historia, sino como una incisiva catequesis contra la hipocresía. En el capítulo 23 de S. Mateo, resuena por seis veces: “ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas”.
Entonces y ahora, esa amenaza va contra los que se sientan en la cátedra de Moisés, enseñando sin actuar; quienes pasan por maestros y observantes de la ley, sin cumplirla; quien rechaza ser pequeño para servir a los hermanos. Estas palabras evangélicas son una amonestación actual a quién es maestro en la comunidad; porque quien anuncia el Evangelio no tiene derecho a diluirlo.
La violencia del lenguaje de Jesús contra sus contemporáneos, a primera vista puede sorprender, pero es proporcionada a la gravedad de la perversión de la vida religiosa que habían provocado. El reclamo más fuerte que Jesús les dirige es el de hipocresía. Aquellos fariseos eran creyentes que se habían empeñado en la aventura de la fe y en la reconstrucción de la vida religiosa de aquel tiempo. Sabían bien que la fidelidad a la Alianza no se reduce a participar en el culto, sino que incluye exigencias morales, como la justicia y la misericordia. Pero, por el miedo a perderse reducían la fidelidad a Dios a la observancia de la ley; reducían la fe a la religión.
En esa actitud de hipocresías manifiesta, el fariseo se engaña a sí mismo y engaña a los demás. El fariseo aparente fidelidad a Yahvé, pero en realidad, su religiosidad es ajena a la aventura de la fe. En vez de llevar a los hombres a Dios, sólo logra atraer las miradas hacia sí mismo, sin advertir siquiera que él en todo lo que hace sólo busca hacerse notar.
Ante tales perversiones, se comprende la fuerte reacción de Jesús. Pues, no hay nada de más extraño a la religión del amor, que el legalismo farisaico con las consecuencias del legalismo corrosivo. Cuando en la conciencia del creyente se infiltra el legalismo, se bloquea el dinamismo propio de la aventura de la fe, aunque se salven las apariencias.
¿Por qué la acusación de hipócrita es dirigida a nosotros los cristianos, más frecuentemente que a otros?, siendo que, ciertamente el ideal cristiano es muy elevado. Pero ¿por qué los cristianos nos acusamos de afirmar con las palabras lo que desmentimos con los hechos? Tal vez, porque la hipocresía es la tentación por excelencia, de quienes queremos recorrer la aventura de la fe.
La hipocresía impidió al pueblo judío cruzar el umbral que lo llevara al reconocimiento del verdadero Mesías. Este es un peligro que actualmente corremos también los cristianos: el peligro de desnaturalizar el mismo rostro del Reino de Dios. Los cristianos no estamos inmunes más que los judíos contra el riesgo de la hipocresía; porque el orgullo sutil de una parte y cierta inercia espiritual de otra parte, continúan influyendo en nuestro medio. Más que de una verdadera hipocresía consciente, se trata de una hipocresía manifiesta en hechos y comportamientos inconscientes. Sobre todo, los que tenemos responsabilidades públicas, más que los demás corremos el riesgo de comportarnos con cierta hipocresía; por aparecer superiores a los demás o por no tomar decisiones que puedan desagradar: estamos tentados a no intervenir, a responder evasivamente, cuando se nos exijan decisiones claras, riesgosas o impopulares.
Cristo se ha hecho para nosotros, modelo y norma de conducta. Así, S. Pedro aconseja: “rechacen toda malicia y todo engaño, así como cualquier tipo de hipocresía, envidia o calumnia” (1Pe. 2,1).
Héctor González Martínez
Administrador Apostólico
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!