Los Jesuitas en Durango
Ya sabemos que a partir de 1492, fueron llegando a México una oleada trás otra de misioneros; primero los franciscanos, y después muchos otros. El 28 de septiembre de 1572, llegó a Nueva España un grupo de la Compañía de Jesús: ocho sacerdotes, tres hermanos teólogos y cuatro coadjutores, encabezados por el Superior R. P. Pedro Sánchez. Las primeras Fundaciones importantes fueron de los Colegios de S. Pedro y S. Pablo en 1573 y de S. Gregorio en 1586.
Este buen inicio, sirvió de ejemplo para su actividad entre indígenas y criollos; actividad que se extendió benéficamente por la República en una red de Colegios y Residencias que elevaron el nivel cultural, moral y religioso: Pátzcuaro en 1573; Oaxaca en 1574; Puebla y Valladolid en 1578; Guadalajara en 1586; Zacatecas en 1590; Durango en 1593. Junto a sus casas, los jesuitas establecían escuelas para enseñar a leer y escribir; eran escuelas gratuitas y populares, admitiendo a pobres, ricos, indígenas o negros; también se enseñaba la doctrina cristiana, la buena educación, la limpieza, la piedad, el respeto a los pobres y la caridad fraterna. En los colegios de externos, se tenían internados, donde los jóvenes vivían de día y de noche; ahí los jóvenes en su mayoría, se formaban competentemente, no sólo en las letras, sino también en todas las virtudes cívicas y religiosas.
En el Noroeste de la Nueva España, mediante misiones entre infieles fomentaron lo temporal para apuntalar lo espiritual. Desde el 6 de julio de 1591, los jesuitas empezaron a trabajar en ministerios especialmente dedicados a indígenas a orillas del río Sinaloa. Los misioneros jesuitas, fueron de lo mejor de su Orden, que rebosante de vigor y de fe, se lanzó a la conquista del Nuevo Mundo recién descubierto. Esta empresa exigía grandes cualidades de virilidad, carácter, inteligencia, valor, salud y constancia. En los 175 años que los jesuitas atendieron el noroeste de México, en las distintas formas y ministerios, atendieron a más de dos millones de indígenas. Ellos estudiaron el mayor número de lenguas indígenas; su obra lingüística histórica y científica es notable.
El cronista de la Compañía de Jesús, narra que, cuando en 1590 gobernaba la Provincia de la Nueva Vizcaya, D. Rodrigo Río de la Loza, solicitó al Provincial de los jesuitas, le enviara a esta Provincia, misioneros de la Compañía, para la instrucción de las naciones vecinas; el P. Provincial le envió luego a los Padres Martín Pérez y Gonzalo de Tapia. Pero, cuando los Padres se presentaron al Gobernador, éste les dio una grata bienvenida; pero les dijo que en vez de misionar entre los vecinos de Guadiana, creía “ser conveniente que se dedicasen a los pueblos de Sinaloa”. Los padres Martín y Gonzalo, oído el parecer, partieron luego con rumbo a Culiacán, permaneciendo unos días en la Villa, ejerciendo el ministerio en muchos pueblos de la región, por el rumbo de Rosario, Chiametla y Matatán, hasta que llegaron a S. Felipe y se repartieron los pueblos, para evangelizarlos.
Al principio, los indígenas se mostraron recelosos, pero distinguiendo el trato de los colonizadores y de los misioneros, acabaron familiarizándose con los Padres. El P. Tapia, permaneció un tiempo, progresando rápidamente en la misión. Después decidió internarse en el territorio y luego regresar a sus primeras doctrinas. Mientras tanto, en Tevorapa, pueblo cercano a S. Felipe, un indígena decidió matar al P. Martín, y aprovechando una ocasión en que el Padre quedó solo en su aposento, Nacabeba y dos compañeros ingresaron al cuarto del Padre; conversando con él, traidoramente con macana lo golpearon en la cabeza; el Padre, como pudo salió del cuarto, y a la entrada de la Iglesia abrazando una cruz expiró el primer jesuita martirizado en la Nueva Vizcaya. Los asesinos le cortaron la cabeza y un brazo y huyeron.
Héctor González Martínez
Obispo Emérito
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