P.Hernando de Santarén 2

3333550107_dd87082e26_qLlegando a Ciudad de México, el Hno. Hernando pasó al Colegio S. Pedro y S. Pablo de la  Compañía de Jesús, para realizar  sus estudios de Teología con mucho fervor. Los tiempos libres, se pasaba al adjunto Colegio de S. Gregorio Magno, a enseñar doctrina cristiana y compartir su experiencia religiosa, con los hijos de los Caciques naturales, ahí hospedados; y al mismo tiempo aprender náhuatl, que después habría de ejercitar. Ahí hizo cuatro años de Teología, de lo que salió aventajado teólogo, siempre con la mira en la virtud, sabiendo que las letras sin virtud son como naves sin velas para navegar. Se ordenó de Sacerdote y tuvo su tercera probación en el Colegio del Espíritu Santo de Puebla. Muchos deseaban que permaneciera en aquel Colegio.

          Pero, nuestro Señor le tenía escogido para luz y apóstol de la gentilidad, los Superiores le enviaron a la selva de la gentilidad de Sinaloa, donde ya había misionado el P. Gonzalo de Tapia (pronto martirizado) y  el P. Pedro Méndez habían fundado una Misión tres años antes; allá colaboraban también los Padres Martín Pérez, Juan Bautista de Velasco, Alfonso de Santiago y el Hno. Francisco de Velasco. Tan avenidos y en comunión estaban, que para 1594 ya tenían bautizados y educados en la fe seis mil cien cristianos adultos, repartidos en veinticinco capillas. Era tan copiosa la mies, que era imposible atender a tantos; por lo que el P. Tapia había pedido al Provincial socorro con nuevos obreros del Evangelio; cuando supo que había llegado a Culiacán el refuerzo, dijo: “ahora sí, que con tan buenos compañeros, hemos de dar un grande empellón al demonio; esta vez le hemos de retirar y desterrar bien lejos”; pero a él no le tocó verlo.

          Acompañando al P. Méndez, allá enviaron al P. Hernando, muy parecidos en el fervor y en el celo. Parten pues, los dos en mayo de 1594, hacia el poniente. El P. Hernando sufrió con fervor los muchos trabajos, fatigas y necesidades de un camino tan largo, despoblado, y desprovisto de lo necesario para la vida humana. Todo lo sufría el P. Hernando con paciencia y alegría, aceptado más por amor a Cristo.

          En todo el camino, los Padres experimentaron la paternal Providencia de Dios, librándolos de manifiestos peligros de la vida, defendiéndolos de traiciones, reveses, crueldades y varios asaltos  de los chichimecas, debiendo a veces dejar los caminos ordinarios y atravesar sierras y montes asperísimos, ni senda por muchas millas. La Providencia de Dios permitió, que una vez el P. Hernando de repente se vio cercado por un grande incendio, que no daba esperanzas de su vida, pero, queriéndolo el Señor para grandes fines de su mayor gloria, le libro del incendio.

          El 27 de junio de 1594, llegaron a la Villa de S. Miguel, cabecera de la Provincia de S. Miguel de Culiacán, habiendo caminado trescientas leguas. Rápidamente corrió la noticia y fue grande la reacción, saliendo las gentes a los caminos, calles y plazas a recibirlos. Esta devoción y benevolencia creció después de ver y conversar con religiosos tan santos y humildes, tan despegados de sí y de las cosas, tan suaves y humanos en su trato, tan celosos del bien de sus almas; pidieron con insistencia que se detuvieran algunos días con ellos para predicarles; así lo aceptaron los Padres, predicando el P. Méndez a los nahuas y el P. Santarén a los españoles.

          Continuando las labores de los Padres Tapia y Méndez, en las cinco predicaciones que hizo el P. Santarén en esa ocasión, con su santidad y dulzura de estilo, aquella provincia se apegó de tal manera al Padre, que todo el tiempo que vivió le profesó devoción y aún después conservó su recuerdo celebrando su celo y los santos efectos que provocó, dejando edificada y admirada aquella tierra, rogando su bendición y encomendándose a sus oraciones.

          Es que el P. Santarén, no parecía un operario solo, sino un conjunto  unido y compacto, por su actividad, celo y virtudes para conquistar con las armas espirituales de la predicación naciones, pueblos y provincias, cuantas aún no habían conquistado sus hermanos, desterrando al diablo.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

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