Carta-Informe del P. Nicolás de Anaya al P. General en Roma (9)
“Súpose por un espía de los enemigos, que fue preso y ahorcado, que venían a ella los indios que destruyeron a Santiago Papasquiaro, y traían por Capitán a aquel Pablo que engañó a los cercados y los hizo salir con falsa paz. El dicho Pablo estaba rancheando poco más de dos leguas de la Villa, y él y otras parcialidades traían revelada y alterada a toda la tierra, aunque no se atrevieron a acometer a Guadiana, en que toda la gente menuda, niños y mujeres, estaban recogidos en nuestra Casa e Iglesia, por ser la más capaz y fuerte que hay en aquella Villa; otros se recogieron en la Iglesia de S. Francisco, otros en las Casas Reales y en otros dos o tres puestos”.
“Luego que yo, el P. Nicolás de Anaya, tuve noticia de lo sucedido, con la mayor prisa que pude, partí a Zacatecas, para ver si desde allí podía dar orden de pasar a Guadiana, y verme con el Gobernador para disponer lo que conviniese; y no siendo por entonces posibles le escribí, rogándole entre otras cosas, que diese orden, en que los cuerpos de los Padres, se pusiesen en cobro, y que si ser posible se trajesen a la Villa, no permitiendo que desnudos y en el campo, estuviesen hechos pasto de las bestias fieras”.
“Por esto y por visitar la tierra y dar socorro a las minas de Indehé, Guanaceví y otras partes, salió el mismo Gobernador con algunos soldados, que serían 67 de a caballo armados, y ciento veinte indios armados de nación Conchos, y trescientos quintales de harina, y setecientas reses vacunas, saliendo con este socorro de las minas de Indehé para Guanaceví, halló en el camino algunas estancias quemadas, hechos pedazos los cálices, las aras y ornamentos que allí había; y aunque en algunas partes halló rastros de enemigos, no pareció seguirlos, por no dilatar el socorro; pasó con trabajo una cuesta que llaman del Gato, habiendo de pasar todo el bagaje, por donde apenas pueden caminar uno tras otro; saliéronle allí los enemigos que les arrojaban peñascos tan grandes que se veía llevar los árboles por delante, aunque presto se pusieron en huida y dejaron el paso libre”.
“En la cumbre de esta cuesta, halló muertos al P. Esteban Montaño, O.P., a un Regidor de la Villa de Guadiana llamado Pedro Rendón y a dos indios, que todos habían sido allí muertos por noviembre, a principios de la conjuración. El P. Esteban, echaba de sí una admirable fragancia; tenía en la corona, en un pie y en los dos dedos de la partícula, la sangre tan fresca como si la acabara de derramar, con haber dos meses que era muerto; tenía el Breviario junto a sí, tan sano y entero como si sobre él no hubiera llovido ni caído las muchas nieves que por diciembre hubo. También se halló una memoria, a modo de testamento y última disposición de sus cosas, que había hecho al salir de Guanaceví, cuando no había prenuncios del alzamiento. Lleváronse allí los cuerpos, y trajera consigo el Gobernador el de este santo religioso, si no le hubiera sido forzado dejarlo allí en Guanaceví por la estimación que todos aquellos vecinos hicieron de su santidad y muestra de ella, y por el consuelo de aquel Real de Minas”.
“El día siguiente, que fue 15 de enero, entró el Gobernador en Guanaceví, donde encontró quemadas las haciendas de sacar plata; los dueños y vecinos, en grande aprieto por los asaltos que cada día daban los enemigos, a cuya causa los españoles y su gente estaban retirados en la Iglesia. Fue su llegada muy importante y oportuna, por haber ya faltado del todo el bastimento y municiones. Cobraron nuevo aliento y hubo regocijo general. Salió de allí el Gobernador con ánimo de buscar al enemigo, llevando consigo veintisiete soldados y treinta indios amigos, enviando por otra parte al Capitán Montaño con otros veinticinco soldados y sesenta indios amigos, y algunos otros tepehuanes que le servían de espías, con orden de que corrida la tierra, todos se juntasen en El Zape, como lo hicieron llegando allí a 23 de enero, habiendo hecho presa el Capitán Montaño a un indio llamado Antonio que, por su declaración parecía haberse hallado en todas las muertes y robos que se habían hecho y era hijo del Cacique de Santa Catalina, donde mataron al P. Hernando de Tobar; de entre cinco, solo este pudo apresar, matando a dos y escapando los otros dos. De este Antonio se supo que los comprehendidos en el alzamiento y conjuración con los Tepehuanes, eran también los Tarahumares, y los de Ocotlán, los de El Valle de S. Pablo, Conchos, Acaxees, Xíximes, Piaxtla, Nangarito, San Francisco del Mezquital, Laguna y Parras, y que había quien llevase y trajese cartas, y en Guadiana quien avisase de nuestros intentos”.
Héctor González Martínez
Obispo Emérito
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