Tratado de Libre Comercio (Pt1)

El 1 de enero de 1994 amanecimos con las incursiones violentas del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, encabezado por el encapuchado Sub-comandante Marcos. El campo de guerra fueron lugares chiapanecos en torno a S. Cristóbal de las Casas. Todos entendimos que la fecha de aparición fue escogida como una reacción contra la globalización, el neoliberalismo y el Tratado de Libre Comercio, que entraba en vigor ese día.
Diez días antes de la apertura del TLC y a ese propósito, en un Congreso de Pastoral Social, realizado en Tijuana, expresaba yo las siguientes reflexiones morales, que hoy actualizo ante la apertura del Tratado a los productos agrícolas. Considerando el Tratado de Libre Comercio y su relación con las inequidades, comparemos en primer lugar el abismo existente entre los países desarrollados llamados del “norte” y los países eufemísticamente llamados del “sur” o “en vías de desarrollo”. Señal de que «la unidad del género humano está seriamente comprometida» (Solicitudo Rei Socialis 14).
Los grandes problemas nacionales han de ser enmarcados en un contexto de orden mundial económico, político, religioso, etc.; sobre todo cuando son problemas que aquejan a grandes mayorías. Hablando de subdesarrollo señalaríamos que no es sólo fenómeno económico-social, sino también cultural, político, humano y religioso: muchas formas de pobreza, inequidad, carencias y privaciones, marginación y desempleo, analfabetismo, dificultad para la educación en sus distintos niveles, negación o limitación de derechos humanos, libertad de asociación para formar sindicatos, democracia dosificada, dificultad para llevar adelante iniciativas de economía alternativa.
En el caso concreto de México, hay que reconocer que, a pesar de los ingentes recursos con que el Creador ha dotado a nuestra tierra, se está todavía muy lejos del ideal de justicia. Al lado de grandes riquezas y de estilos de vida semejantes y a veces superiores a los de países prósperos, se encuentran grandes mayorías desprovistas de elementales recursos de subsistencia.
La responsabilidad de estas situaciones se comparte entre las mismas naciones en desarrollo y las naciones desarrolladas «que no sienten el deber de ayudar a los países sin bienestar… (comparten responsabilidad) los mecanismos económicos, financieros y sociales que, aunque manejados por hombres, funcionan de modo automático» (SRS 16). A la búsqueda de un nuevo orden mundial, a los líderes de todo orden nos urge reflexionar y profundizar situaciones tan acuciantes.
Por nuestra parte, los que estamos bautizados y somos creyentes, sabemos además, que Jesucristo es el Acontecimiento Central de la historia de la humanidad y del mundo; decía un autor cristiano del siglo IV: “cuando encontré a Cristo me comprendí hombre”; y el Papa Juan Pablo II, muchas veces gritó al mundo: “en el Verbo Encarnado, el hombre es auténticamente hombre”. La Iglesia por su parte continúa la presencia de Cristo y como tal, cada uno de nosotros prolonga el Acontecimiento Cristiano.
Dios llama a transformar el mundo en cada época y la Confirmación hace responsable de ello. Cristo llama desde las necesidades de los pobres y necesitados. El está en todos ellos; en sus rostros se puede reconocer la voz y el rostro de Cristo. No se puede poner remedio eficaz, a tan lamentables estragos en la vida del hombre, sin volver la atención franca y sinceramente a los preceptos de Aquel que tiene palabras de vida eterna (Cfr Jn 6,70).
Durango, Dgo. 13 de enero del 2008.
Héctor González Martínez

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