JUEVES SANTO: Misa de la Cena del Señor

En la primera lectura tomada del libro del Éxodo escuchamos la narración de la Pascua judía, por la que Israel fue liberado de la esclavitud en Egipto. En el culmen de la opresión, se implanta la fiesta de la liberación. El rito de la Pascua judía, significa “salto” o “pasar de largo” sin herir con la decima plaga en que Dios dio muerte a los primogénitos de los egipcios, pero dejando vivos a los hijos de los israelitas.

Dijo Dios a Moisés y Aarón: “este mes será el principal de los meses;… el diez de este mes cada uno procurara un animal para su familia…, será un animal sin defecto, macho de un año, cordero o cabrito… lo guardaran hasta el día catorce y toda la asamblea lo matara hacia el atardecer.

“Tomaran la sangre y rociaran las jambas y el dintel” de sus casas. Este elemento es un ejemplo de inculturación, porque el uso de la sangre era anterior en la vida nómada por el desierto en que se rociaba sangre para asegurar la fecundidad de los rebaños; y era untada en las puntas agudas y altas de las tiendas para ahuyentar a las potencias hostiles o malignas. Así comprendemos que Pascua significa brincar o pasar de largo; la sangre del cordero es defensora, salvadora; simboliza la vida que Dios da a su pueblo a su paso.

Esa noche comerán la carne, asada al fuego, y comerán panes sin fermentar y hiervas amargas, como recuerdo de la esclavitud y los sufrimientos en Egipto… “Lo comerán a toda prisa, porque es el paso del Señor”. La comida apresurada expresa la prisa de los que están dando el paso a la liberación.

Después de la decima plaga el Faraón inmediatamente autoriza la salida de los hebreos: hombres, mujeres, hijos y rebaños. Habiendo palpado que el Dios de los israelitas había mostrado su poder, para la mentalidad de los egipcios; es explicable que proporcionaran a los hebreos, oro, plata y ropa, pues sería una afrenta permitir que los israelitas salieran con las manos vacías.

La nueva Pascua, nueva Alianza. Es la segunda lectura, S, Pablo, corrigiendo los defectos de los corintios al celebrar la Eucaristía, nos transmite “que el Señor Jesús, que en la noche en que iba a entregarlo, tomo pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.

Y al bendecir la copa de vino, dijo: “este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre”. Alude a la Alianza del Sinaí que se llevo a cabo con la sangre de victimas sacrifícales. El adjetivo “nueva” recuerda la profecía de Jeremías: “Ya llega el día en que yo pactare con el pueblo de Israel y de Judá una nueva alianza… Esta es la alianza que yo pactare con Israel en los días que están por llegar; pondré mi ley en su interior, la escribiré en sus corazones y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jer 31, 31.33).

La Iglesia, al celebrar la Eucaristía, debe proclamar la muerte redentora del Señor hasta el final del tiempo. Es el sacramento de la presencia invisible, que recuerda la muerte ocurrida y da en prenda el triunfo futuro. Del mismo modo que la celebración de la Pascua conmemoraba la liberación de Israel, así también la Eucaristía conmemora la liberación que Cristo lleva a efecto.

Un elemento nuevo. Estando a la mesa, “Jesús se levanto de la cena, se quito el manto, y tomando una toalla se la ciño; echo agua en una jofaina y se puso a lavar los pies de sus discípulos”. En este signo, Jesús adopta una actitud inequívoca de servicio y da una lección a los que pertenecemos a la Iglesia y que a veces hacemos del ejercicio de la autoridad una opresión, una explotación o una tiranía. Hoy, a la vista de todos, renovamos el gesto de Jesús de lavar los pies, y aprendemos: solamente celebramos la Eucaristía si hay en la comunidad una verdadera actitud de servicio mutuo; de lo contrario, es necesario que tomemos en serio el sacramento de la muerte del Señor. 5 Abril del 2012

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