¡No está aquí: ha resucitado!
La comunidad cristiana ha contemplado en el Evangelio de San Marcos la narración del “hallazgo” de la tumba vacía. Un relato breve pero intenso, lleno de emoción. San Gregorio de Nisa, en el Siglo IV d.c., describió la emoción que se vive en una noche como ésta:
“¿Qué hemos visto? El esplendor de las antorchas que eran llevadas en la noche como en una nube de fuego. Toda la noche hemos oído resonar himnos y cánticos espirituales. Era como un río de gozo que descendía de los oídos a nuestras almas, llenándonos de buena esperanza… Esta noche brillante de luz que unía el esplendor de las antorchas a los primeros rayos del sol ha hecho con ellos un solo día sin dejar intervalos a las tinieblas”.
María Magdalena ha sido testigo del lugar de la sepultura. Pero sucede lo inesperado, “el primer día de la semana, al salir el sol”. Ocurre la entrada en la tumba vacía y el encuentro con el personaje sentado a la derecha y vestido de blanco, un “mensajero de Dios”, les dijo:”No se espanten… No está aquí ha resucitado”. Las mujeres fueron enviadas a anunciar la Resurrección del Señor: “Ahora vayan a decirles a los discípulos.. Él ira delante de ustedes a Galilea. Allá lo verán, como él les dijo”.
El Evangelio de San Juan, del domingo de resurrección, nos indica cómo llegaron a la fe los primeros creyentes en la resurrección de Cristo, y como pueden hacerlo los creyentes de todos los tiempos: a la certeza de la fe (aunque parezca contradictorio) se llega por medio de los signos. Al entrar en la tumba la mañana de Pascua, se desarrolla un proceso de “educarse a ver los signos de la resurrección” para creer en lo que ha ocurrido. Desde esa mañana, y ahora más que nunca, ese Cristo muerto pero también resucitado comenzará a irrumpir en la historia y en la vida de cada hombre a través de la fe en los signos de su presencia.
El apóstol Pablo se preocupa de considerar cómo estos acontecimientos de la historia de Cristo afectan nuestra vida; se trata ahora de también nosotros busquemos las cosas de arriba, es decir, que orientemos nuestra historia personal-comunitaria de acuerdo a lo que creemos y a lo que esperamos. Al igual que aquellos discípulos, los discípulos y misioneros de hoy, hemos de creer a las Escrituras aunque no veamos físicamente al Resucitado, pues en nosotros ha de vibrar la misma fe que movió al “discípulo amado” a no apagar su esperanza de que algo sucedería para su Señor, luego del calvario.
Durango, Dgo., 08 de Abril del 2012
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com
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