Homilía Domingo XXXI ordinario; 4-XI-2012


Amar a Dios y al prójimo

             La primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio trae esta frase: “escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno sólo”. Es una frase clásica que los fieles recitan tres veces al día, especialmente por la mañana; esta plegaria; expresa y recuerda al pueblo creyente judío los caracteres esenciales de la fe de los hebreos: es la profesión de fe en un solo Dios, el compendio de toda la Ley en el mandamiento del amor, el recuerdo de la Alianza. Es celebre la pequeña frase: Shema Israel.

             Un escriba preguntó a Jesús: “¿cuál es el primero de los mandamientos?”; Jesús respondió: “el primero es: escucha Israel: el Señor Dios nuestro es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu mente y con toda tu fuerza. El segundo es este: amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento más importante que estos”. Aprendámonos el Shema Israel.

             Los escribas eran doctores dedicados al estudio de la Ley mosaica. Es de notar que el escriba del Evangelio se acerca a Jesús, no para ponerlo a prueba, sino que está disponible  a escuchar la palabra de Jesús, que unifica en un solo mandamiento el amor a Dios y el amor al prójimo; por ello, ratifica lo dicho por Jesús: “has dicho bien, Maestro; por ello en verdad que Dios es único y no hay otro fuera de Él; y amarlo con todo el corazón, con toda la mente y con toda la fuerza y amar al prójimo como a sí mismos vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Repitamos Shema Israel.

            El vértice de la Ley en el Antiguo Testamento, es el amor a Dios, completado por el segundo: “amarás a tu prójimo como a ti mismo. En realidad, en el Antiguo Testamento nunca se creyó poder amar a Dios, sin interesarse por el hombre. El amor hacia Dios se prolonga necesariamente en el amor hacia el prójimo. En el Nuevo Testamento, de principio a fin, el amor al prójimo aparece como inseparable del amor a Dios. Los dos mandamientos son en realidad uno sólo. Que el vértice y la clave de toda la Ley.

             La caridad fraterna, viene a ser el contenido y la realización de toda exigencia moral. Es, en definitiva, el único mandamiento, como lo expresa Jesús en su última voluntad: “un mandamiento nuevo le doy, que se amen los unos a los otros como yo los he amado; la obra única y multiforme de toda fe, que pretende no ser muerta. En efecto, “quien no ama al propio hermano que ve, no puede amar a Dios a Quien no ve; quien ama a Dios ama también a su hermano” (Jn 4,20s). Se afirma pues con toda firmeza, que sólo hay un único amor.

             El amor al prójimo no es pues simple filantropía, es esencialmente religioso. Es religioso, por su modelo pues el cristiano ama a su prójimo por imitar a Dios que ama a todos sin distinción; pero lo es sobre todo, por su fuente, porque es la obra de Dios en nosotros. Pues, ¿cómo podríamos ser misericordiosos como el Padre Celestial si el mismo Señor no nos no enseñara, y si el Espíritu no lo infundiera en nuestros corazones?

            Así que dos mandamientos y un solo amor. El asunto entre el amor de Dios y el amor a los prójimos está siempre en el centro de la vida cristiana. Esto es tan claro y preciso en su formulación teórica como problemático e inestable en su aplicación existencial. En toda época de la historia de la Iglesia esta realidad esencial corre el riesgo de quedar parcialmente velada ú oculta desplazando la aguja de la balanza hacia uno o hacia el otro de los dos polos: Dios o el prójimo.

             Ante el hambre, la injusticia y la opresión hay el riesgo de una respuesta de violencia. Para resolver los problemas de la sobrepoblación se sugiere una planificación indiscriminada de los nacimientos o el aborto legalizado. Ante la crisis de la familia se propone como remedio el aborto. A un enfermo incurable que sufre, se le sugiere la eutanasia.

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