Homilía Domingo XII Ordinario; 23-VI-2013

La muerte como camino hacia la vida

En la primera lectura, por el profeta Zacarías dice Dios: “volcaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de consolación: mirarán al que atravesaron. Harán luto como se hace por el hijo único, lo llorarán como se llora al primogénito”.

Estos versos pertenecen al oráculo que ilustra la regeneración espiritual y escatológica de Israel, refiriéndose a lo que Dios obrará en favor del pueblo. Infundiendo un espíritu de gracia y de consolación; o mejor, de piedad y de imploración, hará que los habitantes de Jerusalén se arrepientan mirando al crucificado y que hagan un gran luto como se hace por un hijo primogénito.

El tiempo oportuno de la salvación depende pues de un sufrimiento y de una muerte misteriosas. En la lectura del Evangelio de S. Lucas, Jesús primero pregunta a los discípulos: qué opinan de Él. Después que le responden, Él, amplía sus respuestas: “el Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los sumos sacerdotes y por los escribas; ser sometido a la muerte y resucitar al tercer día. Y, a todos les decía: si alguno quiere venir detrás de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame.

Quien quiera salvar la propia vida, la perderá, pero quien pierda la propia vida por mí, la salvará”. Jesús provoca la adhesión de los discípulos después de haber orado, pero, la revelación que Jesús hace de Sí mismo a los discípulos, “el Hijo del hombre debe sufrir mucho”, etc. explica por qué los discípulos no atinan a responder quién es Cristo; dirigiéndose Jesús a todos los oyentes, se evidencian mejor las consecuencias de estas palabras para el discípulo.

Para revelar su identidad, para cumplir su misión y para salvar la verdad de su vida, Cristo está dispuesto aún a perder la vida física. La decisión incondicionada y absoluta de ser Él mismo y de cumplir su misión, a cualquier precio, es el acto supremo de fiel obediencia a Dios. Para revelar la identidad y la misión a cumplir, perder la propia vida física, esto es morir, es el signo, la verificación o la prueba absoluta de la fidelidad a la propia identidad y a la misión recibida del Padre; es el acto con que se salva la vida. Y ¿cuál es la identidad de Cristo?; porque Él nos salva por lo que es: Él es verdadero Dios y verdadero hombre.

Él es la reconciliación entre el hombre y Dios, la comunión perfecta del hombre con Dios. Y es necesario añadir: Jesús nos salva con lo que hace . Y lo que hace es la misión recibida del Padre Celestial, la cual depende de la aceptación o rechazo por parte de los demás. Jesús provoca a sus apóstoles a decir lo que piensan de Él, de su identidad y misión; y Pedro responde: “Tu eres el Cristo de Dios”. Hay diferencia, entre como piensan los Apóstoles acerca del Mesías, reflejando la mentalidad corriente y como piensa Jesús. Los Apóstoles entienden el Mesías como poder; Él, lo entiende como amor: si Dios es amor, a Jesús, que es Hombre-Dios, no le queda otro camino que entenderse como amor. Solamente un hombre-amor, puede ser la revelación de Dios-amor.

El Hombre-Jesús, escoge actuar su misión mediante el amor puro, o sea únicamente por y con amor, con el apelo a las conciencias, con la donación, el servicio, la paciencia, la dulzura, los medios pobres. Porque este es el único camino para la transformación de los corazones. Jesús no pudo aceptar jamás, ser lo que sus paisanos querían que fuera; Él es lo que el Padre quiso que sea, a saber la verdadera imagen de Dios y la verdadera imagen del hombre, el verdadero rostro de Dios y el verdadero rostro del hombre.

Jesús sabía que la fidelidad a la decisión de actuar el proyecto del Padre Celestial, le procuraría mucho sufrimiento, el rechazo por parte del poder de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; hasta morir violentamente. Él aceptó libremente esta consecuencia de su decisión para no traicionar el amor al Padre y al hombre. Esa fidelidad motiva también nuestra fidelidad hasta la muerte, como camino hacia la vida.

AMEN.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

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