Tu luz surgirá como la aurora
Leamos del profeta Isaías: “comparte tu pan con el hambriento; abre tu casa a los miserables, sin techo, viste a quien anda desnudo y no des la espalda a tu propio hermano. Entonces tu luz brillará como la aurora, tu herida sanará luego. Delante de ti caminará tu justicia, la gloria del Señor te seguirá”. Reaccionando contra una religión hecha de puro formulismo, Isaías explica cuales sean las prácticas religiosas agradables a Dios. Sólo así, la gloria del Señor estará con su fiel y este será como una luz en las tinieblas.
En el Evangelio de S. Mateo somos instruidos: “ustedes son la sal de la tierra… ustedes son la luz del mundo; una ciudad colocada sobre un monte, no puede quedar oculta”. Como en el Antiguo Testamento, el creyente es luz, porque camina en la gloria de su Señor, y la manifiesta mediante las obras. Así el cristiano es luz del mundo, porque sigue a Cristo luz del mundo; y porque como Cristo, obra para la gloria del Padre.
Ahora, esto es posible al cristiano porque Cristo ha subido al Padre. Más difícil es el tema de la sal; pero, si lo consideramos como imagen de lo que purifica o que da sabor, y como signo de la Alianza, entonces el cristiano aparece en el mundo, como aquel que da sentido y como signo de la Alianza entre los hombres y Dios.
El trozo evangélico entra en el contexto de las bienaventuranzas. Los que son proclamados bienaventurados, no lo son sólo por sí mismos, sino también en relación al mundo: ellos, para las realidades terrestres son luz y sal: “ustedes son luz del mundo”. Jesús dirigió estas palabras en primer lugar a los creyentes, a los discípulos que son los pobres, a los mansos, a quienes tienen hambre y ser de justicia: ellos son luz no tanto porque pertenezcan de hecho a la Iglesia, o tengan una doctrina de salvación que comunicar; tampoco, porque sean hombres de oración y fieles al culto; sino, porque en primer lugar son pobres, mansos, limpios de corazón, constructores de paz.
Al pueblo hebreo, preocupado por la práctica exterior e irreprensible del culto, atareado en reconstruir el templo destruido, Yahvé recuerda e Isaías subraya en la primera lectura que más que el esplendor del culto, le agrada hospedar a los sin techo, compartir el pan con los hambrientos, vestir a los desnudos, no dar la espalda tu hermano y toda obra de misericordia. Entonces sí, tu luz se levantará como la aurora, tus heridas cicatrizarán de prisa, te abrirá camino la justicia y la gloria del Señor cerrará tu marcha. Entonces, clamarás al Señor y Él te responderá, lo llamarás y Él te dirá: aquí estoy”.
Como “el justo brilla como una luz en las tinieblas” (Sal 111), en el rito del Bautismo, el bautizante entrega a los familiares, una vela encendida en el Cirio pascual: porque Cristo resucitado “es la luz”. El bautizado es el iluminado que se inserta en la muerte y resurrección de Cristo. Vivir la luz es el compromiso que le espera; a ello, lo mueve y lo estira el Espíritu. Las acciones de la luz son acciones del Espíritu; y por ello, en el bautizado no hay lugar para la vanidad, la presunción o la soberbia personal.
El Evangelio de S. Mateo, sentencia hoy: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se enciende debajo de una tapadera, sino que se pone, sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa” (Mt 13,14). Podemos preguntarnos: “¿dónde está hoy la luz que salva?”. ¿La luz de Cristo, ilumina aún este mundo o nos movemos hacia un mundo nuevo nos atrae y hacia el debemos movernos como en un éxodo? Los cristianos de hoy, arriesgamos de ocultar bajo pesantes sistemas la luz de Cristo.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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