Adorarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y a Él sólo darás culto
Las lecturas de la presente Cuaresma son del Ciclo bautismal. Este primer domingo cuaresmal celebra el enfrentamiento victorioso de Cristo sobre el maligno y su fiel “sí” a la voluntad del Padre. Jesús, que en el bautismo del Jordán fue manifestado por el Padre como “Hijo amadísimo”, inmediatamente fue conducido por el Espíritu al desierto para que fuera tentado.
El episodio de la tentación es desconcertante para cierta piedad que lee en la tentación un desorden y que transporta sobre la vida terrena de Jesús la gloria del Hijo de Dios. No se trata de una narración con fin edificante, sino de una narración clave que presenta la relación plenamente humana en que Jesús vive su relación con el Padre. Tenemos aquí los primeros asomos de una prueba que cruzará toda la vida de Jesús hasta el momento culminante de la cruz. Entre el bautismo del Jordán y el bautismo de la cruz se descube un camino de progresiva fidelidad a la vocación recibida, que debemos aprender.
La triple insinuación diabólica: contrasta con la declaración del Padre en el Bautismo de Jesús: “este es mi Hijo amado en quien me complazco”: primera tentación: “Si eres el Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan”; segunda tentación: “si eres el Hijo de Dios, arrójate hacia abajo”; tercera tentación: el diablo, condujo a Jesús a un monte altísimo, le mostró todos los reinos del mundo con su esplendor y le dijo: “todo esto te daré, si postrándote me adoras”; Jesús le respondió “retírate Satanás, está escrito, adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto”.
La tentación va a la raíz de la condición filial de Jesús. Si Cristo hubiese eludido la pobreza de la condición humana y hubiese recorrido la vereda del suceso fácil, no habría sido auténticamente hombre, ni Hijo de Dios. En el fondo, esta es la tentación de todo hombre.
Escenario de estas tentaciones es el desierto, que es lugar tradicional de la prueba y de la intimidad con Dios. En el Antiguo Testamento, en tiempos del Éxodo, en el desierto el pueblo de Israel experimentó la tentación y salió derrotado. En el mismo lugar Cristo, como nuevo Israel, salió victorioso de Satanás. El tentador, con refinada habilidad, presenta a Cristo el espejismo de un fácil mesianismo: el espejismo del poder, del prestigio, de la riqueza.
Pero la elección de Cristo es inequívoca. Con una triple respuesta: “está escrito”, muestra como su vida transcurre a la sombra de la Palabra Divina: su alimento es hacer la voluntad del Padre, pues “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Este inciso resulta central en la liturgia de hoy, indica cual sea la única elección que promueve el hombre y que lo asienta en la libertad. La otra elección posible es la autonomía ante Dios, la desconfianza en Él, por la engañosa presunción de lograr la plenitud personal.
En el paraíso terrenal, las instrucciones del Señor, más que un don y una garantía de vida, por insinuación diabólica, Adán y Eva las interpretaron como señal de defensa de las prerrogativas divinas por parte de Dios. Este error de interpretación manifiesta inmediatamente un efecto devastador: la vergüenza de los primeros padres produce desarmonía, desgarramiento del hombre en sí mismo que en adelante no podrá más ver la realidad con ojos limpios e inocentes. Y el pecado traerá consigo la división profunda de la primera pareja humana: el resquebrajamiento de la armonía humana y cósmica; la dramática verdad del hombre orgulloso y pecador. Su elección negativa no puede sino conducir a la muerte. En cambio, Cristo, respondiendo positivamente al proyecto del Padre, aparece como el nuevo Adán, que rectifica el golpe sufrido por el primer Adán e inicia la humanidad nueva, que ahora buscamos ser.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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