Domingo IV de Cuaresma; 30-III-2014 El ciego de nacimiento, fue, se lavó en la piscina de Siloe y regresó viendo

arzo-01Cuando nace un niño, se dice la feliz expresión: “ha nacido a la luz”: este paso permite la continuidad de la vida. Cuando una persona muere, se dice “se ha apagado”. Es significativo que el lenguaje común identifique la vida con la luz y la muerte con la oscuridad: luz y oscuridad expresan simbólicamente la condición humana en sus contradicciones: no sólo vida y muerte; también verdad y mentira; justicia e injusticia; la misma alternancia cósmica del día y de la noche ilustra la fundamental importancia de la relación luz y tiniebla: envuelto en la tiniebla el mundo pierde su consistencia, las cosas no tienen contorno ni colores; el hombre es como ciego, inerte, aferrado a un agudo sentido de soledad, de extravío, de miedo; el primer resplandor despierta la vida, la alegría y la esperanza.

            Luz y tiniebla se enfrentan en el trozo evangélico de hoy. Un hombre, enfermo de irremediable ceguera, marginado de la consideración social y religiosa, es la personificación simbólica de la condición de pecado en que se encuentra el hombre aún no iluminado por Cristo. Sólo el encuentro con Cristo, luz del mundo, luz que ilumina a todo hombre, quita el velo de los ojos, rehabilita al hombre, lo restituye a la plena dignidad, le permite retomar el esplendor de las cosas y el sabor nuevo de la vida.

El ejemplo del nacido ciego siempre ha sido interpretado en perspectiva bautismal. En el culmen del Catecumenado cuaresmal, aparece este trozo evangélico de S. Juan. El tema de fondo es el encuentro entre aquel que es tiniebla con Cristo-luz. Describe el esfuerzo angustioso que el hombre debe afrontar en su paso de una situación puramente humana a una situación de fe. Esto supone el reconocimiento de la propia ceguera y la aceptación de Cristo-luz. Clave de lectura de este trozo evangélico son los términos “ciego” y “ver”, tomados en el doble sentido natural y espiritual.

La parábola del ciego de nacimiento, demuestra que Jesús es la luz del mundo, pues, quien sana a un ciego de nacimiento, demuestra que es luz. Y, esta luz, que ilumina la realidad del hombre, se convierte automáticamente en ocasión de discernimiento; así, el hombre tiene que definirse ante ella: o la acepta o la rechaza. Quienes más decididamente han rechazado a Jesús fueron los dirigentes del pueblo judío, los pastores que abandonaron al rebaño y cerraron los ojos ante los signos realizados por Jesús: no quisieron reconocer que Jesús es el Mesías enviado por Dios; la afirmación de Jesús les pareció blasfema.

Pero, el bautizado, el creyente, el que acepta al enviado, comienza a ver, es iluminado, pasa de la oscuridad a la luz; es un paso que no se realiza de repente ni es claramente perceptible desde fuera, pero que se experimenta profundamente: el ciego sanado decía: “soy yo”.  Los judíos rechazaron abiertamente a Jesús, porque el verdadero signo, que es Jesús mismo, “Yo soy la luz”, sólo se capta mediante la fe; pero,  para la investigación desconfiada de los judíos el conocimiento de Jesús es inaccesible.

El que ha llegado a la luz, es sometido a constantes interrogatorios tanto por parte de la gente como por parte de los dirigentes judíos. Comienza a ser una persona incómoda. Su contundente testimonio es una denuncia que cuestiona sobre todo a los dirigentes judíos porque pone en peligro sus categorías de valores. La presencia de Jesús produce un doble efecto: es luz, para quienes reconocen su oscuridad necesitada de iluminación; es oscuridad para los que creen bastarse a sí mismos: los ciegos comienzan a ver, los que ven, quedan ciegos: En Jesús se cumple la promesa antigua y la esperanza universal que tiene el hombre de ver, de aclarar el misterio de la existencia, de iluminar el sentido de la propia vida. Elegidos por Dios de un modo absolutamente gratuito, los bautizados reciben la consagración del Espíritu, que permea todo el ser y confiere la iluminación de la fe. El cambio de condición implica el deber de hacer visible en la vida la novedad realizada por el Bautismo.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

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