El Misterio de la redención humana: la Pasión de Cristo
Hemos llegado al final de la cuaresma y nos hemos preparado para comprender el misterio de la cruz. El grito terrible del Salmo 22 (Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?) puesto en los labios de Cristo, nos invita a la contemplación de la completa solidaridad del Hijo de Dios con el sufrimiento de todo ser humano; es un grito real y verdadero, como todos y cada uno de los acontecimientos de la Pasión. A ese grito Dios responderá a Cristo y a todo sufriente en el momento de la resurrección, pues en ella se demuestra que el Señor no abandona al orante en angustia, y que el cumplimiento de su voluntad aún a costa de la vida define a los verdaderos hijos de Dios.
Este año, el sello particular y central de la Palabra en toda la Semana Santa, lo imprime el Evangelio de San mateo, lleno de dolor y dramatismo, especialmente el Domingo de Ramos, con el relato de la Pasión según San mateo y en la Vigilia Pascual con la narración del encuentro con el Resucitado.
En el Evangelio de Mateo, desde el inicio de la vida de Cristo, su Misterio Pascual y en particular su Pasión aparecen “preanunciadas” con una primera frase golpeante: “Herodes busca al niño para matarlo” (2,13); Durante su ministerio público se tienen “planes para matarlo” (12,14); los jefes del pueblo “convencen a la muchedumbre para que pida su muerte” (27,20). Es un acontecimiento que no es improvisado ni accidental. El punto más dramático del mismo es que Jesús en sus últimos días en Jerusalén “describe su propia muerte” a manos de los responsables religiosos (parábola de los “viñadores homicidas” 21, 33-46)
Poco a poco Cristo va “correspondiendo” al perfil, a la figura misteriosa del “Siervo de Yahvéh”: “He aquí a mi siervo, a quien elegí, mi amado, en quien mi alma se complace” (12,18ss). Un aspecto especialmente fuerte en el relato es la “venta” que Judas hace del “Señor y Maestro” (26,14-16), Así cumple la profecía de Zacarías (11,12-13). Jesús es vendido por uno de los suyos, y el precio es de “treinta monedas” (valor de un esclavo).
El “Plan de Dios” se lleva a cabo en el “cumplimiento de las Escrituras” hasta en detalles mínimos: Jesús “bebe” la mezcla de mirra con vino (salmo 69,22); la predicción del abandono de sus discípulos, para que “siendo herido el pastor se disperse el rebaño” (26,30); el testimonio de Jesús ante el Sanedrín como Hijo de Dios (26,64); el dinero de la venta se devuelve y con él se compra un campo “con dinero de sangre” (Zac 11,12-13). Todo lo anterior indica que el verdadero conductor del drama es Dios Padre, a quien Cristo clama por toda la humanidad: Elí, Elí, lemáh sabactani (Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?)
El relato de la Pasión es un “momento de fuerte revelación de la dignidad y majestad del Hijo de Dios”, quien de una manera horrenda, coronado de espinas (27,27-31), crucificado y despojado de todo (27,32-38), e incluso objeto de ultrajes con frases que misteriosamente aluden a su profunda verdad (“Soy Hijo de Dios” 27,43); este es precisamente a quien el mundo niega su identidad, será Dios Padre, quien en el momento de la muerte del Hijo hará sentir esa verdad: el velo del templo se rasga de arriba abajo, la tierra tiembla, las rocas se parten, se abren los sepulcros y muchos santos resucitan y se aparecen en la ciudad (27,51-54).
Mediante la Pasión, Cristo se muestra a la comunidad, a sus discípulos y testigos como “ejemplo” de cumplimiento de la voluntad del Padre, es decir de “filiación”; para ser salvos, para recobrar la condición de “hijos” de Padre hay que vivir su “justicia”, su voluntad. Cristo desde su bautismo en el Jordán (3,13-17), estuvo dispuesto a “bajar a las aguas del bautismo” a sumergirse sin reservas en la voluntad de Dios, que no le sería nada fácil: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero que no se haga como yo quiero, sino como tú quieres” (26,39)
Es el signo de Jonás que encerrado tres días en la oscuridad, surge para la vida: es el campo de la solidaridad para con todos los pecadores, camino que al tercer día “transforma a Cristo” y hace “Señor y Maestro” de su comunidad: “todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra” (28,18). Él, después de su Pasión, Muerte y Resurrección los enviará “a todos los pueblos” y será para siempre el “Dios con nosotros”
La comunidad de los discípulos y testigos de Cristo “escucha, medita, ora, contempla y vive” el relato de la Pasión de Cristo en los días de la Semana Mayor.
Durango, Dgo., 13 de Abril del 2014 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com
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