Jesús Resucitado se manifiesta en la Eucaristía
Durante la celebración pascual, desde antiguo y hasta el presente, se repiten a diario en la Celebración Eucarística, las siguientes palabras: “Jesús, cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada, tomó pan, dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “tomen y coman todos de él, porque este es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes”.
El gesto de “partir el pan” era tan rico y denso de significado para las primeras generaciones cristianas, que la Eucaristía fue llamada por mucho tiempo “la Fracción del Pan”. Es el mismo gesto que
Jesús cumple hoy por nosotros, invitándonos a reflexionar sobre la Eucaristía.
En todas las religiones ancestrales, la comida sagrada, era siempre un rito para comunicarse con el divino. Para los hebreos, el signo de la alianza con Dios, era “la cena pascual”. El alimento que conmemoraba la salida de Egipto, incluía como elemento esencial, la inmolación y la consumación del cordero, cuya sangre vino a ser signo de salvación y de liberación. Una liberación no tanto de la esclavitud, sino sobre todo del mal y del pecado; de todos los nuevos “Egiptos” que pueden surgir en el fondo de cada corazón. Por ello, quien participaba en la cena pascual, sabía y creía, que la intervención de liberación y de salvación, por parte de Dios, se renovaba para él.
El Señor Jesús se ha valido de elementos propios de un rito ya familiar a los discípulos, de un signo aparentemente banal: un alimento común. Y cenando con ellos, instituyó el banquete de la nueva y eterna alianza. La gran novedad es: que ya no hay más una víctima sustitutiva; el verdadero cordero es Jesús mismo, que se da en alimento a los suyos. Con gestos extremadamente sencillos, bendice el pan, lo parte y lo distribuye: “tomen y coman, esto es mi cuerpo”; luego ofrece el cáliz diciendo: “este cáliz es la nueva alianza que Dios establece por medio de mi sangre.
Estos gestos y signos, en su esencialidad e intensidad de significado, quedaron tan grabados en la memoria y en el corazón de los asistentes a la cena pascual, que los discípulos de Emaús, incapaces de reconocer al peregrino que se les acercó en el camino, fueron como iluminados en el momento en que Él parte el pan: sus ojos se abrieron y reconocieron a Jesús, el Señor, el Resucitado.
Para entrar pues, en el misterio de la Celebración Eucarística, el cristiano también debe partir del signo común: del “partir el pan”; que en la comunidad de los fieles resulta el lugar privilegiado de la presencia del Señor Resucitado. La Eucaristía, banquete de la alianza nueva, preanuncia el banquete de la alianza eterna, cuando Cristo beberá con los suyos el vino nuevo del Reino llegado a plenitud.
El conocimiento de Cristo es profundizado por los cristianos, mediante el recurso a las Escrituras. Así, la pedagogía catequética de Lucas, al describir el encuentro de Cristo con los discípulos de Emaús, tiene la finalidad de indicar a la comunidad cristiana el camino para un real encuentro con Jesús. Dos momentos son bien evidentes: la escucha de las Escrituras y el partir juntos el pan.
El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación (21), subraya bien que estos son los dos modos, para nutrirse del pan de la vida… ya que inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite inmutablemente la Palabra del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y de los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo. Por tanto, toda la predicación, como toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada Escritura… Y, es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor…fuente límpida y perene de vida espiritual.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!