«La paz entre las naciones debe fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.»
Hace algunas semanas el mundo fue testigo de la canonización del Papa Juan XXIII. Quizá muchos no saben quién es este santo proclamado, por la Iglesia católica, como ejemplo de vida para el mundo. Fue un Papa intuitivo, reconciliador, optimista y profético. Su vida cristiana tiene mucho que podamos imitar. El optimismo que lo caracterizaba se fundaba en un mensaje fundamental: la visión de la Iglesia que reúne místicamente a todos los hombres y que une la tierra al cielo. Es la mística solidaridad entre Iglesia y humanidad la que transforma la tierra en Reino de Dios. A la Iglesia ciudad celeste, le corresponde la misión de transformar la ciudad terrestre. De esta misión nace el compromiso social de los cristianos y el pensamiento social de la Iglesia.
Quiero proponer parte de su visión que nos ha dejado en la Encíclica Pacem in Terris (La Paz en la tierra), que es uno de los grandes documentos de la Doctrina Social de la Iglesia y concretamente de los Derechos del Hombre.
Esta Encíclica tiene caracteres propios que explican su universal acogida por “todos los hombres de buena voluntad”. Lo específico de ella es la confianza que manifiesta en la buena voluntad de los hombres, en la fuerza de la verdad de las ideas y en lo positivo de los hechos. Juan XXIII supera definitivamente el camino de las condenaciones e intenta descubrir la huella de Dios en el progreso del mundo, los “signos de los tiempos”.
El análisis de la situación del mundo después de la guerra es importante para entender el pensamiento del Papa y el contenido de la Encíclica: la reconstrucción de Europa; el pesimismo después del exterminio nazi; la división del mundo en dos bloques (capitalismo liberal y socialismo marxista) y la Cortina de Hierro (Muro de Berlín); el surgimiento del Tercer Mundo o el grupo de los países subdesarrollados; la tensión entre pueblos entre el norte desarrollado y el sur subdesarrollado; la revolución cubana, etc.
La paz es la preocupación del Papa. El documento empieza: “La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios».
El documento nos sugiere criterios de acción a todos, incluso también para los que no son cristianos. Es una clara exhortación a vivir bajo el amparo de la paz. La paz requiere el cumplimiento del orden que Dios estableció. En dicho orden se ha de reconocer el plan de Dios y las leyes de la naturaleza del hombre.
La paz entre las naciones, considerada como el componente esencial del bien común universal, estará asegurada cuando la convivencia humana esté fundada en la verdad, la justicia, el amor, la libertad. Estos valores constituyen un orden moral, deseado por Dios mismo y que todos los seres racionales podemos llegar a conocer.
El respeto a la dignidad de la persona humana es el fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales y sujeto de derechos y obligaciones, es la condición fundamental para una paz duradera.
Esta Encíclica ofrece una completa enumeración de los Derechos Humanos en el siguiente orden: derecho a la existencia y a los bienes del espíritu; derechos económicos y sociales; derechos de asociación, de comunicación y de participación; derechos cívicos. Todos los derechos generan obligaciones correlativas.
El ejercicio de todos estos derechos supone que la sociedad cree instituciones políticas plenamente democráticas, conscientes de que toda autoridad viene de Dios, que en su ejercicio está sujeta a una ley superior y que antes que apoyarse en la amenaza y el temor de las soluciones penales, lo hará sobre la fuerza moral.
Con el fin de asegurar la paz genuina, lleva al Papa, hoy San Juan XXIII, a postular la constitución de una autoridad política mundial, un anhelo representado en el quehacer de la Organización de las Naciones Unidas y orientado en el espíritu de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Propuesta difícil de llevar a la práctica pero que mantiene hoy plena vigencia.
La paz constituye una aspiración universal, hoy y siempre. No debemos vivir acostumbrándonos a que la paz está lejos o que es un sueño. Sino que la paz «Es una tarea permanente de todos».
Durango, Dgo., 8 de Junio del 2014.
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
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