El hambre del mundo
Escuchamos hoy del Evangelio de S. Mateo, la primera multiplicación de los panes. Este primer relato, está situado en territorio judío, a la orilla occidental del lago, en que se recogen doce canastos, como aludiendo a las doce tribus de Israel, y simbolizando el ofrecimiento del Reino a Israel, que rechaza a Jesús. El relato subraya el papel de los discípulos como intermediarios entre Jesús y la gente. La barca en que se encuentran los discípulos, atacada en la noche por vientos contrarios y sacudida por las olas, es una imagen de la Iglesia. Pero, el desconcierto inicial de los discípulos se convierte al final en reconocimiento de Jesús como Hijo de Dios, que es fruto del encuentro personal con Él.
Miremos detenidamente el contraste entre los habitantes de Nazaret y de los que sacrificaron al Bautista, y las gentes que como nuevo pueblo se congregan en torno a Jesús, y que hambrientas le siguen al desierto. S. Mateo suprime los detalles no necesarios, para resaltar los gestos y las palabras de Jesús. Él aparece como el que ordena con compasión, que agradece al Padre por el pan, que lo da a los discípulos para distribuirlo a la gente, como signo de alianza.
El trozo evangélico de este domingo, forma parte de un conjunto que los exegetas designan con el nombre de “sección de los panes”, porque gira en torno a la narración de las dos multiplicaciones de los panes. Toda la narración es entendida de modo que Jesús aparezca como el nuevo Moisés, que ofrece un “maná” superior al del desierto, que triunfa sobre las aguas del mar como Moisés, que libera al pueblo del legalismo en que había caído la ley de Moisés, y amplía el acceso a la tierra prometida no sólo a los miembros del pueblo elegido, sino también a los paganos.
Es fácil ver en el Evangelio de hoy, una imagen y una revelación de la Iglesia. En ella se realiza la gran abundancia de los bienes característica de los tiempos mesiánicos. Tal abundancia de bienes se da en el banquete, signo de comunión de vida y de participación de los bienes de Dios. Así, en pocos rasgos, Mateo presenta a la Iglesia como comunidad mesiánica escatológica. Y la presenta en su vitalidad y fecundidad, realizadas en la fraternidad de los discípulos en torno a Cristo, por el servicio a las multitudes. Es también lleno de significado que en el relato de la multiplicación de los panes el evangelista use todo el vocabulario de la narración de la Cena Eucarística.
El milagro de Cafarnaúm es visto, como anticipación y promesa de la última Cena. La misma recolección en doce canastos, de los pedazos sobrantes, además de indicar la abundancia mesiánica, tiene una referencia simbólica a la vida de la Iglesia. El milagro de Cafarnaúm, más allá de una resonancia histórica de prodigio en favor de una multitud hambrienta; es símbolo de la comunidad de los últimos tiempos, que se sienta a comer con Cristo; así mismo, es signo de la presencia permanente de Cristo, para dar a la humanidad de todo tiempo el verdadero Pan de Vida. La Iglesia es el lugar, y la Eucaristía es el momento privilegiado donde se descubre el poder de Cristo y se alcanza la capacidad de repetir el prodigio obrado por Él.
La participación en el Pan de Vida, se expresa necesariamente en la decidida voluntad de intentar todo, para que los hambrientos sean saciados, los que tienen sed puedan beber, los que están desnudos puedan cubrirse, etc. (Cfr. Mt 25). Al mismo tiempo, la Eucaristía hace que el creyente sea siempre más un hombre disponible y siempre más libre para el único servicio: el servicio de Dios que se identifica con el servicio a todos los hombres.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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