Dios cercano a nosotros
En la Biblia, Epifanía es toda manifestación de Dios accesible a los sentidos. En el Antiguo Testamento, son raras las apariciones de Dios bajo formas humanas: hay tal abismo entre la santidad de Dios y la indignidad del hombre, que, si lo viera o lo oyera, este puede morir. Sin embargo, en el AT, a Yahveh se le representa hablando familiarmente con Adán y Eva. Yahveh se aparece a Abraham e Isaac en forma humana. Al final de los tiempos, Yahveh se manifestará de nuevo con vistas a la restauración de Israel y al juicio final de las naciones.
Hoy, las lecturas presentan dos escenas de teofanía: primero, al profeta Elías, Dios se le manifiesta en la suave brisa a la entrada de la caverna del monte Oreb, ahí donde Yahveh se había manifestado a Moisés; Elías como Moisés, tuvo una visión divina, simbolizando intimidad, paz y amor en el encuentro con Dios, que es bondad y misericordia. Luego, Dios se manifiesta a los Apóstoles, en la persona de Jesús, que domina el mar con su presencia que trae paz, misericordia y verdad (Sal 84).
Dios está con nosotros; está cercano y asiste a la Iglesia. Dios viene al encuentro del hombre, especialmente en momentos de necesidad, cuando es invocado con fe. El Dios de los profetas y de Jesús, es el que defiende a los pobres y a los débiles y que decepciona las esperanzas de quienes quieren disponer de su poder. Él está en el soplo ligero de la brisa suave, como significando espiritualidad e intimidad de las manifestaciones de Dios al hombre.
La comunidad cristiana vive una existencia zarandeada por fuerzas manifiestas en persecuciones o dificultades internas y externas; con sus solas fuerzas no llegará al término de su vocación. Pero Jesús resucitado está presente en medio de los suyos; aunque invisible, Él asiste a la Iglesia y revive la experiencia de la peregrinación del Éxodo. Su fe, como la de Pedro, es puesta a prueba; pero la mano de Jesús que libra del abismo jamás le falta. Solo la fe sale victoriosa: la fe del cristiano que marcha al encuentro del Señor resucitado, en medio de la tempestad; la fe que como la de Pedro que empuja a ir lejos, a dejar las tranquilas seguridades de la tierra firme para caminar sobre las aguas.
Afirmar que Cristo venció el dominio del mal es reconocer las dimensiones cósmicas de su obra. Antes de Él, la solidaridad del pecado abarcaba toda la creación; Él rompe esta dependencia. Así, la victoria del cristiano, no es solamente una victoria sobre sí mismo: tiene también una resonancia cósmica. El cristiano vence realmente el mundo, dominando sus elementos, como Cristo y Pedro dominaron el mar. La misión del cristiano consiste en sacudir el dominio del mal en todos los campos en que aparezca.
Pero la primera lectura de hoy, subraya también otro aspecto del misterio de Dios y de la visión religiosa del universo: la experiencia de Elías hace comprender que Dios no está en los fenómenos naturales: huracán, terremoto, rayos, donde espontáneamente lo colocaban los paganos y las religiones naturales; tampoco en el fuego donde lo imaginaba el Antiguo Testamento (Ex. 19,18).
Dios no se deja aprisionar por ningún elemento creado. La experiencia de Elías es particularmente significativa de la fe vivida en el mundo moderno: Elías, como Moisés es agraciado con una visión divina; como Moisés tuvo una experiencia de Dios, acompañada de una sensación de paz, como suave brisa acariciando sus mejillas en la altura del Monte Oreb. En la medida en que la ciencia ha profanizado la naturaleza y el mundo, ha hecho un servicio a la idea de Dios, puesto que Dios no puede quedar prisionero en las categorías humanas ni encerrado en los fenómenos de la naturaleza: Él es el Dios cercano a nosotros, de suma bondad y misericordia.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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