La Fe, fuerza que conforta en el sufrimiento
En el empeño de desarrollar y de vivir una Pastoral de la Salud nutrida del amor de Dios hacia sus hijos, en especial a los que sufren y a los enfermos, nos será de gran ayuda y de sostenimiento el testimonio evangélico del Papa Francisco y su amor hacia los más pobres y frágiles.
En su enseñanza es constante el llamado, la invitación a la Iglesia de no cerrarse jamás en sí misma, sino de salir para llevar el anuncio del Evangelio hacia las “periferias existenciales”, como son aquellas del dolor y de los enfermos.
En distintas ocasiones el Papa Francisco ha denunciado con fuerza cómo los mismos medios de comunicación tienden siempre a resaltar el valor del dinero, los juegos financieros, olvidando el sufrimiento actual de las personas, el crecimiento de la pobreza en todos los países, la falta de trabajo, las injusticias sociales existentes. Ha subrayado como la persona humana, su dignidad, su misma vida. A menudo la vida de los niños, de los ancianos parecen no contar, que estorban, así como la vida de los discapacitados y de las personas enfermas.
Ha afirmado constantemente que si no se parte de la persona con su inviolable dignidad, del cuidado y de la defensa de la vida, poco a poco va desapareciendo el valor más grande que es la humanidad, sin el cual ninguno de los problemas que nos aquejan y que enfrentamos día a día, podrán encontrar respuesta.
Se trata de una invitación a reemprender una nueva conciencia y confianza en la luz y en la fuerza que podemos recibir del Dios del amor, para que lo recibamos con una fe realmente vivida y comunicada, como signo de una esperanza que no desilusiona y como fuente de un gozo que solo en Él puede ser experimentado.
En la Lumen Fidei (56-57), el Papa Francisco nos invita a un renovado y generoso empeño en el compartir la luz y la consolación de la fe con todas las personas que están enfermas y que sufren. Meditemos el mensaje.
San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto sobre sus tribulaciones y sufrimientos, pone su fe en relación con la predicación del Evangelio. Hablar de fe comporta a menudo hablar también de pruebas dolorosas, pero precisamente en ellas san Pablo ve el anuncio más convincente del Evangelio, porque en la debilidad y en el sufrimiento se manifiesta y se hace palpable el poder de Dios que supera nuestra debilidad y nuestro sufrimiento.
El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último “Sal de tu tierra”, el último “Ven”, pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo.
La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, “inició y completa nuestra fe” (Hb 12,2).
El sufrimiento nos recuerda que la fe nos conduce a la esperanza, que mira adelante, sabiendo que sólo en Dios, en Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos. En este sentido, la fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo (2Co 4,16-5,5). El dinamismo de fe, esperanza y caridad (1 Ts1,3) nos permite así integrar las preocupaciones de todos los hombres en nuestro camino hacia aquella ciudad “cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios” (Hb 11,10), porque “la esperanza no defrauda” (Rm 5,5).
Durango, Dgo., 14 Septiembre del 2014
+ Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
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