Dones para la responsabilidad

           arzo-01 Desde la antífona antes del Evangelio de hoy, S. Mateo nos alerta: “vigilen y estén atentos, porque no conocen el día en que vendrá el Señor” (Mt 24,42-44). Y, la parábola sobre los talentos o carismas, (Mt 25, 14-30) exige una vigilancia dinámica. No es digno del Señor su Dios, aquella comunidad cristiana o un miembro de ella, que por miedo a comprometerse en el contacto con los hombres y con sus problemas cotidianos, se aleja de las realidades de este mundo. Una comunidad (o individuo en ella), debe experimentar la corresponsabilidad de hacer crecer el Reino, debe fructificar, si no quiere ser condenado.

             En la parábola de hoy, lo que unifica el cuadro, no es el diálogo entre el patrón y los criados a quienes fueron confiado diez o dos talentos, de los que dieron buenos intereses; sino el diálogo cerrado entre el patrón y el criado que recibió un talento y lo enterró regresándolo íntegro; condenado por su pereza por el patrón que le exige justificaciones.

            Porque la prudencia exige también calcular el riesgo. La explicación del criado perezoso, a primera vista es un razonamiento justo, un comportamiento que, sin arriesgar pone al seguro sus espaldas: juzgando que es más sensato conservar lo poco que se tiene y no perderlo.

            El criado se cree en lo justo, no arriesgando y enterrando el talento recibido para restituirlo intacto. Se defiende, diciendo que el patrón “cosecha donde no ha sembrado”. Así, en nombre de la justicia, contradice al patrón el derecho a pedirle más de lo que le ha dado.

            La argumentación de esta parábola, está claramente dirigida contra los escribas y fariseos observantes de la ley, y contra quienes buscan evitar el riesgo de la responsabilidad, el riesgo de perder la vida. En el fondo, su razonamiento tiene lógica: Dios exige la perfección, la ley expresa su voluntad: solo una observancia escrupulosa de la ley da seguridad. Pero, la lógica del patrón de la parábola es distinta: la salvación incluye el riesgo: “sabes que cosecho donde no he sembrado; por tanto…”.

            El denario que el criado ha recibido no salva por sí sólo; la cantidad de talentos no constituye una seguridad, o una justificación. El don o carisma es para fructificar. Quien no arriesga no puede ganarse ni la vida terrena ni la vida eterna. La venida del Señor, improvisamente para todos, no permite esperas para negociar con los dones recibidos. La defensa es la táctica de la derrota. No arriesgar, puede parecer prudencia; pero, al fin de cuentas, es prueba de pereza.            Quien no pone en acción el anuncio recibido y no sabe sacar alguna ventaja de lo recibido, es como el invitado a un festín de bodas, que no viste el traje formal o como las damas del cortejo nupcial, distraídas y perezosas que no llenaron sus lámparas de aceite.

            El Evangelio es un mensaje para dejarse transformar por Él, influyendo toda la actividad propia.

En cambio, no es modelo el tercer criado de la parábola: él tiene miedo del patrón, miedo que el cristiano no tiene, desde el momento que el Bautismo nos ha hecho “hijos”. El trabajo es el medio por el cual el hombre pone en acción su condición de criatura. En lo cotidiano, el hombre experimenta las propias capacidades transformadoras, su fantasía creativa. Aunque, también en lo cotidiano experimenta el desorden del pecado a nivel personal, social y estructural.

            Con todo, en esta humanidad, Cristo actúa como energía de renovación, difundiendo dones y talentos a hombres libres que saben hacerlos fructificar con entusiasmo. El Espíritu Santo nos empuja a ser hombres nuevos, esto es hombres que a pesar de contragolpes y oposiciones continuamos a edificar con amor un futuro más bello.

Héctor González Martínez

Administrador Apostólico

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