Martirio del P. Hernando Santarén (5)

3333550107_dd87082e26_qDespués de las breves pinceladas en las cuatro entregas anteriores sobre la vida y misión del P. Santarén, en esta me referiré a su martirio, sufrido el 20  de noviembre de 1616, el último de los jesuitas martirizados, pero que yo traté primero por ser el más destacado y por ser su nombre el título con que la Compañía de Jesús encabezó la presentación de la Causa ante la Congregación Pontificia para las Causas de los Santos.

           A principios de 1600, por súplicas de los habitantes de Topia, el Virrey Gaspar de Zúñiga nombró al capitán Diego de Ávila como pacificador, juez y protector de los acaxees; y este tomó como ayudante al P. Hernando. Por febrero empezaron a recorrer esos lugares, nombrando autoridades y sacristanes, oyendo pleitos, haciendo justicia, rompiendo ídolos, etc. Por dos años, anduvo el P. Hernando visitando de rancho en rancho y de casa en casa, además de la atención a los españoles de los Reales de minas, empezando la fama de las Misiones de Topia y de S. Andrés. Antes de la llegada de más misioneros, se levantaron los indígenas contra los españoles. Llegando más misioneros, en 1606 el P. Hernando se pasó más al norte, a la sierra de Carantapa.

          En El P. Hernando prestó grandes servicios en Sinaloa, donde atendió los lugares de S. Andrés, Topia y Culiacán, y fundó la Misión de Guasave. Se distinguió en la pacificación de los acaxees, como lo venimos viendo. Cuando lo martirizaron tenía cuarenta y nueve años de edad, de los cuales pasó veintitrés en las Misiones, habiendo sido superior en algunas de ellas por espacio de catorce años.

            Los ricos mineros de Sinaloa, le hacían regalos, pero el Padre, contentándose con un pobre vestido y con comidas frugalísimas, todo lo repartía a los pobres, habiéndoles repartido más de cuarenta mil pesos reales. En sus últimos años, atendiendo a los desgastantes trabajos, el P. Provincial lo llamaba a descansar en el Colegio de la Compañía en la Ciudad de México. El P. Hernando contestó: “Aunque me siento viejo y cansado, deseo que no quede por mí el procurar el bien de estas almas y misiones; ni pediré salir de ellas, aunque no cerrando por eso la puerta a la obediencia, para que disponga de mi persona, como de un cuerpo muerto: pues harto mal fuera, si de diecinueve años de misión y trabajos, no hubiera quedado con la indiferencia que nuestro Padre S. Ignacio nos pide; y ya que no con tantos talentos a lo menos faltará el ofrecerme de nuevo: “heme aquí, no rehúyo el trabajo: que se haga la voluntad del Señor”.

             En noviembre de 1616, venía el P. Hernando en mula acompañado de dos cristianos, uno el joven Fernando que el Padre había conocido y tratado en Culiacán, durante su enfermedad y convalecencia, joven que luego ingresó a la Compañía de Jesús. Venían para participar en la bendición de la nueva Imagen de la Inmaculada que los Padres colocarían el día 21 en El Zape; y después regresaría hasta Guadiana, para tratar con el Gobernador, pues habiendo misionado entre los xiximes, ahora en 1616 y a petición de los nativos, los superiores  le trasladaban a misionar entre los yaquis o pimas bajos.

            Pasando por Tenerapa, poblado actualmente perteneciente a la Parroquia de S. Miguel de Papasquiaro, deteniéndose el Padre para celebrar la Eucaristía, vio la Iglesia destrozada y la población vacía de gente: lo cual le causó mucho dolor. Pero, no se imaginó la magnitud del alzamiento, pues no le llegaron los recados que le había enviado el P. Andrés Tutiño, su antiguo compañero. Montó pues de nuevo y  siguió adelante; pero al pasar un arroyo, sintió el tropel de los indígenas que con grande algazara los arrojaron por tierra. El Padre, con su acostumbrada dulzura, les preguntó qué mal les había hecho. Los indígenas respondieron con un golpe de macana, que le abrió la cabeza, martirizando también a uno de sus acompañantes.

            En la Parroquia  de Santiago Papasquiaro, se conserva una pintura del P. Hernando, junto con las de sus compañeros mártires los Padres Cisneros y Orozco.

             Héctor González Martínez; Obispo Emérito

 

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