SB 1070 LEY INJUSTA Y ANTIHUMANA

Durango, Dgo., 31 de julio de 2010. En nuestra arquidiócesis de Durango hay un buen número de familias que están vinculadas al quehacer económico del estado de Arizona en los estados unidos de norte América. Con todas estas familias nos unimos a sus tristezas, hemos recibido con dolor la noticia de la entrada en vigor de la injusta ley migratoria SB 1070, abanderada alevosamente por el gobierno de Arizona desde el pasado mes de abril.

Obispos, sacerdotes, religiosas y religiosos, en comunión con nuestra gente, con las autoridades federales y los Poderes de la Unión, queremos manifestar públicamente nuestra solidaridad con los compatriotas residentes en este estado de la Unión Americana.

Pedimos con insistencia al Señor de la Vida y de toda la tierra, mueva los corazones de  las personas que por desconocer al Padre de todos no han podido descubrir la fraternidad, la tolerancia y la misericordia. Coincidimos con la doctrina de la Iglesia que  ha afirmado siempre, que la inmigración no es un problema ni una amenaza o invasión, es una oportunidad para la sociedad, la movilidad de las personas mejora la libertad, la inmigración nunca podrá ser detenida con barreras. En estos últimos tiempos y a través de esta expresión xenofóbica y egoísta de la ley SB 1070, se puede constatar que los flujos de movilidad humana son percibidos negativamente, y se afrontan a la defensiva, con ello, se hace extensiva la política de rechazo de los inmigrantes, mientras las economías siguen solicitando su contrato.

Valoramos y agradecemos al pueblo noble y generoso de los Estados Unidos de América, que por años ha brindado una calurosa acogida y apoyo a México y a tantos países necesitados del continente y del mundo; por ello, nos duele, y condenamos enérgicamente la postura soberbia e irresponsable de unos pocos grupos de poder que quiere separar, perjudicar y hundir en la más espantosa miseria a incontables familias que con enormes sacrificios, lo han arriesgado todo en busca de una vida mejor y de un porvenir de bienestar y justicia para sus hijos. Estamos constatando esta fuerte tendencia de muchos países en el mundo a refugiarse, a cerrarse, a garantizar el nivel de bienestar alcanzado dentro de sus fronteras, sin prestar suficiente atención a las necesidades de aquellos que están fuera de las mismas con grave omisión del principio de solidaridad.

Nuestra Iglesia local, en comunión con toda la Iglesia mexicana y la norteamericana, condenamos esta  Ley injusta y antihumana esperando que se pueda revertir; y a pesar de que se están dando duros reveces jurídicos a dicha ley, esto no cambia la mentalidad de muchos americanos quienes  tristemente están de acuerdo con esta Ley discriminatoria, que denota  falta de conciencia y de moral al derecho de las personas. Sin embargo hemos de decir que esta ley anti-inmigrante, a pesar de sus graves defectos, involuntariamente logra algo bueno, esto es, a la urgencia de promover entre los gobiernos involucrados una reforma migratoria integral. De igual manera los aspectos humanos que están involucrados: trabajadores honestos deportados, familias divididas, la ansiedad de niños que crecieron ahí pero que no tienen ciudadanía. Todo esto sin duda, tiene que pasar al primer plano del debate nacional especialmente en esa potente nación. Es obvio que nuestro actual sistema migratorio no funciona. Nuestras máximas autoridades necesitan actuar.

Ante esta apremiante realidad de cientos de paisanos Duranguenses, nos unimos al clamor de tantas personas de buena voluntad que han elevado su voz, haciendo un llamado a las autoridades, a las familias mexicanas y a todas los hombres y mujeres creyentes de nuestra Arquidiócesis, para que  recibamos con especial cordialidad y caridad a nuestros hermanos que se vean forzados a regresar.

A nuestros hermanos Duranguenses que residen en Estados Unidos les decimos, sigan hasta el final, cumpliendo responsable y honestamente con su trabajo; no duden de la protección maternal de la Siempre Virgen Santa María de Guadalupe, Señora y Protectora Nuestra en toda circunstancia de la vida, sobre todo, la marcada por la adversidad.

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