¿Qué significa Misericordia para el sacerdote?
En toda la Iglesia es el tiempo de la misericordia. Ésta fue una intuición del beato Juan Pablo II, quien beatificó y canonizó a sor Faustina Kowalska, luego introdujo la fiesta de la Divina Misericordia. Juan Pablo II, reflexionando sobre el mundo y mirando al futuro dijo: “¿Qué nos depararán los próximos años? ¿Cómo será el futuro del hombre en la tierra? No podemos saberlo. Sin embargo, es cierto que, además de los nuevos progresos, no faltarán, por desgracia, experiencias dolorosas. Pero la luz de la misericordia divina iluminará el camino de los hombres del tercer milenio”. Abramos nuestro corazón al mensaje del Papa Francisco.
La Divina Misericordia es uno de los contenidos del Magisterio de la Iglesia y un legado para el Pueblo de Dios. Este legado viene de lo alto. Nos corresponde a nosotros, como ministros de la Iglesia, mantener vivo este mensaje, sobre todo en la predicación y en los gestos, en los signos, en las opciones pastorales, en el sacramento de la Reconciliación y en las obras de misericordia.
¿Qué significa misericordia para los sacerdotes? Los sacerdotes se conmueven ante las ovejas, como Jesús, cuando veía a la gente cansada y extenuada como ovejas sin pastor. Jesús tiene las “entrañas” de Dios, está lleno de ternura hacia la gente, especialmente hacia las personas excluidas, los pecadores, los enfermos de los que nadie se hace cargo. A imagen del buen Pastor, el sacerdote es hombre de misericordia y de compasión, cercano a su gente y servidor de todos.
El sacerdote demuestra entrañas de misericordia al administrar el Sacramento de la Reconciliación; lo demuestra en toda su actitud, en el modo de acoger, de escuchar, de aconsejar, de absolver. Esto tiene su origen del modo en el cual él mismo vive el sacramento en primera persona, del modo como se deja abrazar por Dios Padre en la Confesión, y permanece dentro de este abrazo. Si uno vive esto dentro de sí, en su corazón, puede también donarlo a los demás en el ministerio. Y podemos preguntarnos los sacerdotes: ¿Cómo me confieso? ¿Me dejo abrazar por Dios?
El sacerdote está llamado a aprender a tener un corazón que se conmueve. Los sacerdotes “fríos”, los que se preocupan porque todo esté limpio, todo hermoso, no ayudan a la Iglesia. Hoy podemos pensar a la Iglesia como un “hospital de campo”. Es urgente curar las heridas, porque hay mucha gente herida, por los problemas materiales, por los escándalos, incluso en la Iglesia. Hay heridas abiertas que deben ser curadas y hay también heridas ocultas, porque hay gente que se aleja para no mostrar las heridas; se alejan por vergüenza de no mostrar las heridas. Y se alejan heridos, enojados, tal vez contra de la Iglesia, pero en el fondo, dentro, está la herida… ¡Quieren una caricia! Y ustedes queridos sacerdotes ¿Conocen las heridas de sus feligreses? ¿Están cercanos a ellos?
La misericordia auténtica, en el Sacramento de la Reconciliación, se hace cargo de la persona, la escucha atentamente, se acerca con respeto y con verdad a su situación, y la acompaña en el camino de la reconciliación. Y esto es fatigoso, sí, ciertamente. El sacerdote verdaderamente misericordioso se comporta como el buen Samaritano. Y el sacerdote lo hace porque su corazón es capaz de compasión, es el corazón de Cristo.
Esto nos debe llevar a preguntarnos ¿Cómo es tu relación con quienes te ayudan a ser más misericordioso? ¿Cómo es tu relación con los niños, los ancianos, los enfermos? ¿Sabes acariciarlos, o te avergüenzas de acariciar a un anciano?
No tengas vergüenza de la carne de tu hermano. Al final, seremos juzgados acerca de cómo hemos sabido acercarnos a “toda carne”. “Hacernos prójimo” es hacernos cercanos a la carne del hermano. El sacerdote y el levita que pasaron antes que el buen samaritano no supieron acercarse a esa persona maltratada por los bandidos. Su corazón estaba cerrado. Tal vez el sacerdote miró el reloj y dijo: «Debo ir a la misa, no puedo llegar tarde a misa», y se marchó. ¡Justificaciones! Cuántas veces buscamos justificaciones, para dar vueltas alrededor del problema, de la persona. El otro, el levita, o el doctor de la ley, el abogado, dijo: “No, no puedo porque si hago esto mañana tendré que ir como testigo, perderé tiempo…”. ¡Las excusas! Tenían el corazón cerrado. Pero el corazón cerrado se justifica siempre por lo que no hace. En cambio, el samaritano abrió su corazón, se dejó conmover en las entrañas, y ese movimiento interior se tradujo en acción práctica, en una acción concreta y eficaz para ayudar a esa persona.
Al final de los tiempos, se permitirá contemplar la carne glorificada de Cristo sólo a quien no se haya avergonzado de la carne de su hermano herido y excluido.
Sin duda, todos hemos conocido a muchos sacerdotes buenos, en nuestra Arquidiócesis hay muchos sacerdotes con misericordia. Nuestra Iglesia es aún fuerte por tantos sacerdotes y tantos párrocos buenos, misericordiosos. En este tiempo de Cuaresma he visto a nuestros sacerdotes preocupados por su pueblo, se han organizado y han llevado a sus feligreses la confesión, ayudados por sus hermanos sacerdotes. Oremos por ellos.
Durango, Dgo., 6 de Abril del 2014 + Mons. Enrique Sánchez Martínez
Obispo Auxiliar de Durango
Email: episcopeo@hotmail.com
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