¿Ustedes quién dicen que soy?

arzo-01Hoy, nos detenemos en la pregunta crucial de Jesús, que pregunta a los discípulos: ¿quién dice la gente que sea el Hijo del Hombre?; los discípulos respondieron “algunos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o alguno de los profetas”; “y ustedes ¿quién dicen que yo sea?; inmediatamente, Simón Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le contestó: “Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque, esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo”.

            Estas palabras son trascendentales e importantes  por sí mismas, en cuanto que contienen la profesión de fe de Pedro, sobre la mesianidad de Jesús, palabras unidas a la promesa del primado que Jesús hace a Pedro. Cronológicamente las dos cosas no coinciden; más bien, el motivo de S. Mateo para unirlas es la ruptura teológica y definitiva que hace con Israel: Israel no es más la planta de Dios; en el capítulo 15.13 asienta: “toda planta que no haya plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Déjenlos, son ciegos que guían a otros ciegos; y si un ciego guía a otro ciego, caerán ambos en el hoyo”.

            Meditemos aún en la respuesta-profesión de fe de Pedro. Esta narración de lo que suele llamarse “la confesión de Cesarea”, introduce una lección de particular importancia: la presentación de un Mesías que no corresponde a las expectativas del pueblo judío y aún de nosotros,  cristianos comunes y corrientes de nuestro tiempo. En nuestra Arquidiócesis, tenemos años, queriendo introducir la Nieva Evangelización; y aún, son minoría los cristianos actuales que son capaces de dirigirse directamente a Cristo y decirle como S. Pedro: “yo creo que Tú eres el Mesías, al Hijo de Dios vivo”. Son pocos los que han experimentado un encuentro personal con Cristo, los que experimentan una fe viva, los que aceptan un proceso gradual y duradero en seguimiento de Cristo.

            Jesús declara “bienaventurado”  a Pedro, no por sus méritos, sino porque el Padre le ha concedido la gracia de reconocerlo como Mesías. Más aún, es Jesús mismo, quien cambia a Pedro desde el interior, empezando por el nombre: “Simón, hijo de Juan”,  “Yo te digo, Tú eres Pedro; y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no podrá contra ella”: El cambio de nombre, indica el nuevo encargo que Cristo le confiere: ser piedra de cimiento para el nuevo Israel que empieza a ser reunido. Este nuevo Israel es la Iglesia, asamblea de los elegidos, nuevo Pueblo de Dios, cuya misión será arrancar a los hombres del imperio de la muerte. A través de esta Iglesia viene el Reino de Dios, que es semejante a una ciudad, cuyas llaves se entregan a Pedro. Él es quien recibe el encargo de ser mayordomo y supervisor, con autoridad para interpretar la ley y adaptarla a las nuevas situaciones.

            Los hechos de Jesús hace 2000 años aún nos interpelan; aquellos hechos sucedidos en Cesarea de Filippo  junto al nacimiento del río Jordán, aún nos cuestionan. La pregunta de Jesús a los discípulos: “quién dice la gente que soy yo” y la respuesta de  Pedro a Jesús: “Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”; son aún como una interpelación personal, un problema crucial, algo muy importante. A pesar del secularismo cada vez más extendido; a pesar del abandono de prácticas y tradiciones cristianas, sigue siendo desafiante el diálogo que resonó en Cesarea de Pilippo y crea aún interrogaciones inquietantes.

            Por una parte, representa la novedad, la frescura y el contraste a un sistema viejo, árido y carente de creatividad. Por otra parte, para los pobres y oprimidos del mundo, Jesús es un liberador y signo de esperanza, que empuja a transformaciones sociales: es significativo que nuestro mundo no pueda prescindir de Jesús. Nuestra historia ha quedado marcada por la Encarnación,  la Pasión, el Viacrucis, la muerte y la Resurrección de Jesús, de tal modo que no se le puede ignorar.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango.

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