El gran encuentro final
El tema de la convocación y del encuentro universal atraviesa en todos los libros de la Escritura y define la experiencia de Israel y de la Iglesia.
El pueblo elegido percibe su unidad como un encuentro continuamente provocado por la convocación de Yahvé. El enfoque de estos encuentros casi siempre es cultual y sacrificial, en referencia al gran encuentro que concluye la Alianza y preludia o antecede el encuentro final y universal. Cuando loa profetas prevén le llegada mesiánica acuden al tema de la asamblea en que Yahvé congregará no sólo las doce tribus de Israel, sino todas las naciones de la tierra.
Dios desea congregar a todas las naciones, por medio del pueblo elegido, precedentemente destinado en los planes de Dios a ser el instrumento privilegiado del encuentro universal. Pero, el rechazo de Israel lo priva de este privilegio, y dicha congregación universal se logrará en torno al Cristo crucificado que resucita de entre los muertos.
Es Dios, quién por medio de Jesús convoca este encuentro; pero su proyecto de reunificación no se logrará sin la participación activa y la colaboración del hombre. El proyecto de Dios se convierte en tarea del hombre: el Reino de Dios no desciende del cielo como un relámpago. Si es cierto que Cristo constituye la piedra angular de la construcción, los hombres no pueden dispensarse de colaborar a levantar el edificio. En este encuentro universal no habrá ningún reconocimiento para Israel. Ha comenzado un nuevo universalismo. Es el banquete sobre el monte que el Señor preparará para todos los pueblos.
Desde el día de Pentecostés, el lugar y la señal privilegiados del encuentro universal queridos por Dios es la Iglesia. El milagro de las lenguas y su lugar en Jerusalén, de gentes llegadas de todas partes del mundo, expresan bien, desde su nacimiento la naturaleza y la misión de la Iglesia; su misterio puede expresarse como convocación y misterio. La Iglesia no es fiel a sí misma, si no se coloca como puente que une no solo a los hombres con Dios, sino también entre sí. La Iglesia tiene el deber de ir al encuentro de los hombres y de alcanzarlos ahí donde se encuentren.
En el mundo moderno y secularizado, ha cambiado mucho la situación y la presencia de la Iglesia entre los hombres. En tiempos de cristiandad la Iglesia congregaba no sólo en torno a la Eucaristía, sino también en todos los demás sectores de la vida y de la actividad humana, sobre los cuales ejercía una verdadera tutela; hoy esta competencia es muy diversa por el cambio de situaciones. Podremos decir que la verdadera unidad, el verdadero encuentro de los hombres se da fuera de la esfera de influjo de la Iglesia, cuando no, en oposición a ella.
La convocación y el encuentro de los hombres sucede hoy en torno a los ideales de justicia de liberación, toma de conciencia de la dignidad personal, que reúnen a las masas en partidos o sindicatos. Los hombres se unen en la lucha contra el hambre, las enfermedades, en el intento titánico de librarse de la esclavitud y de las fuerzas de la naturaleza; se congregan en torno a la ciencia y a la técnica, en las cuales creen como en una esperanza nueva y terrena; se congregan y se unen en la lucha de clases, contra la opresión y el poder de los sistemas. Este es el terreno donde se encuentran los hombres de hoy, y donde el hombre moderno tiene siempre conciencia de poder terminar un destino histórico y terreno, ajeno a preocupaciones religiosas. La convocatoria de la Iglesia, en estos ambientes, pasa a través del testimonio de los creyentes que sea de verdad un llamado a la salvación y a una reunión mucho más total y profunda de aquella que el hombre logra construir solo con sus manos.
Héctor González Martínez
Administrador Apostólico
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