El perdón y la corrección fraterna
El trasfondo y el contexto del Evangelio de hoy, es, la invitación a la misericordia y al perdón. Se trata de darse cuenta que, no obstante el recurso a todos los medios de la reconciliación y del diálogo fraterno, no haya en el hombre la voluntad eficaz de comunión y de conversión. Con todo, conviene recordar que la Iglesia conserva el derecho de pronunciarse sobre los pecadores contumaces, para no arruinar la comunidad y ayudar al pecador a recapacitar y a convertirse; así como S. Pablo de pronunció acerca del incestuoso de Corinto: “reunido en espíritu con ustedes, en nombre y con el poder de nuestro Señor Jesucristo, he decidido entregar a ese individuo a Satanás, para ver si, destruida su condición pecadora él se salva el día en que Cristo se manifieste” (1Cor 5,5-6).
La práctica penitencial de la Iglesia primitiva atestigua la seriedad y coherencia del compromiso de la conversión. El pecador encuentra el perdón de Dios, descubriendo la misericordia divina actuante en la Iglesia, sobre todo en el Sacramento de la Penitencia, en que la Iglesia expresa y ejercita la misericordia y el perdón de Cristo. Si un hermano peca, en primer lugar se debe aplicar la corrección personal; si no atiende se debe llamar como ayuda algún testigo; si ni así atiende, en tercera instancia, se debe informar a la comunidad; si no atiende ni a esta, se le debe considerar como un pagano o publicano, es decir como a uno que se coloca fuera de la comunidad (Mt 18, 15-17).
Pero, lástima que para muchos cristianos, el mismo signo sacramental de la reconciliación ha quedado vacío e insignificante. El Sacramento queda reducido a un gesto consuetudinario privado de eficacia y de vida. Lástima, que uno de los aspectos más preocupantes de la actual práctica penitencial, consista en la fractura entre signo sacramental y experiencia de la comunidad cristiana. Lo que hace embarazosa la aplicación de los temas contenidos en los textos bíblicos, a las asambleas eucarísticas dominicales es el hecho que frecuentemente dichas asambleas no son verdaderas comunidades. Falta una relación personal entre los miembros, por la que cada uno se sienta responsable, como hermanos de los demás asistentes a la asamblea.
Por ello, el tema de la corrección fraterna, del perdón solicitado a la comunidad y a Dios, carece de un apoyo sociológico importante. Será necesario aprovechar al menos, los elementos rituales de petición de perdón reciproco en el rito penitencial de la Misa y el don de la paz, para lograr que se aprovechen las riquezas de la práctica penitencial de la Iglesia.
La confesión, además de ser conversión a Dios, también es siempre reconciliación con los hermanos; nos inserta en la Iglesia: de miembros muertos, nos regresa en miembros vivos, activos y responsables. Hemos de descubrir el sentido comunitario del pecado y por tanto de la penitencia; ella es el sacramento en que toda comunidad cristiana retoma por la acción de Cristo, la unidad rota.
Una comunidad de amor, entre los hombres, es siempre una comunidad de reconciliación y de corrección fraterna. Pero, el verdadero amor, el perdón auténtico no deja a los personas como son, con sus defectos y sus límites. Amar a un hermano, significa ayudarlo a crecer en todos los niveles; querer su liberación de lo que sea defectuoso y malo, empeñarse por su humanización plena. Por ello, corregir es obra de amor; no es jamás apagar energías y entusiasmos; es algo muy distinto de la crítica.
Junto a la corrección fraterna, el cristiano alienta y orienta. Un hombre espera de otro, algo distinto de un don material: espera que el otro se detenga cerca; que entre en contacto con él; que se dé cuenta que existe y que se lo diga; que le preste alguna atención; alguna felicitación no convencional.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango