El riesgo de la Fe

arzo-01La vida es un riesgo hacia una meta. Cada uno lleva en el corazón aspiraciones, proyectos e ideales a veces confusos. Para poderlos perseguir y realizar se requiere cierta claridad, cierta presencia significativa, algún signo que indique la dirección, un rayo de luz que aclare lo que sólo se entrevé.

            La Cuaresma es un itinerario hacia la Pascua, vértice del año litúrgico y significado último de toda opción nuestra. El Antiguo Testamento nos ofrece el tema del camino; en el Nuevo Testamento, Jesús se presenta a nuestra vista como “Camino, verdad y vida”.  El camino del creyente, aunque siempre sembrado de esperanza,  es largo y no siempre ágil o fácil. Igualmente, la vida cristiana, está sometida al signo de la tentación y Dios puede parecernos lejano, ausente o escondido.

            Hoy la primera  lectura, tomada  del Génesis, nos presenta la vocación de Abraham, padre del pueblo de Dios. Pues, también después de la Alianza contraída con Noé (Gn 9, 8-17), la humanidad se alejó de Dios, (simbolizado en la Torre de Babel). Pero Dios toma la iniciativa de volverse a acercar al hombre: y elige uno, Abraham, pero le exige el riesgo de la fe. Como contrapartida, Dios le promete una numerosa descendencia y le anuncia que por él serán benditas todas las naciones. Abraham hace este acto de fe, se confía totalmente a Dios, se desarraiga de su hábitat confortable y civil, y parte hacia lo desconocido. La historia de la salvación quedará ligada a la fe de Abraham, padre de la fe, y nos será sino un acto de fidelidad de Dios a Abraham.

            También hoy, la lectura de S. Pablo a Timoteo, Obispo de Éfeso refuerza mucho nuestra fe, hoy tan degastada. Pues, el encarcelamiento de Pablo, desmoralizó a Timoteo. Pero S. Pablo le recuerda la vocación a que es llamado todo cristiano, esto es el riesgo de la propia fe, apoyada únicamente en el poder y en la gracia de Dios por medio de Cristo Jesús, que comporta trabajos y sufrimientos afrontados por el Evangelio. No podemos pensar en una fe angelical: “Cristo Jesús ha vencido la muerte y ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio”

            En el Evangelio de S. Mateo, a la Transfiguración siguen inmediatamente las exigencias de Cristo, a saber: el discípulo debe arriesgar su propia vida por su Maestro; la fuerza del discípulo está en escuchar a Cristo “este es mi Hijo predilecto, escúchenlo” (v.5); y escuchar a Cristo, es obedecer al Padre y caminar en la fe. El hecho de la Transfiguración asegura al discípulo que Cristo es Hijo de Dios, aquel que da plenitud a la historia de la salvación, por ello aparecen junto a Él  Moisés y Elías, simbolizando la verdadera tienda, la verdadera habitación de Dios  entre los hombres.

            Los signos que acompañan esta Pascua anticipada (luz, nube, voz), son característicos de las manifestaciones de Dios. El Padre indica en Jesús, al Hijo predilecto, el Siervo disponible para el cumplimiento de su voluntad (Is. 42,1), destinado al sacrificio y a la gloria; la nube es el signo del Espíritu que indica en Jesús el lugar de la divina presencia.

            Importante es la voz, que resuena como una invitación perentoria “escúchenlo”. Escuchar significa acoger la persona de Cristo, obedecer a su Palabra, seguirlo. La vida cristiana es un empeño o compromiso de seguimiento de Cristo por el camino de la cruz, para llegar a la luz y la gloria: “indicó a los Apóstoles que solo a través de la Pasión podremos llegar con Él al triunfo de la Resurrección” (prefacio de hoy). Desde entonces y hasta el presente, el que elige a Dios y se fía de Él, sabe que su vida tendrá un éxito positivo: En la Transfiguración, la Iglesia entrevé en Cristo, el sentido y la orientación del propio Éxodo: es decir la gloria de la Resurrección, inseparablemente unida al escándalo de la cruz.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Adorarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y a Él sólo darás culto

arzo-01Las lecturas de la presente Cuaresma son del Ciclo bautismal. Este primer domingo cuaresmal celebra el enfrentamiento victorioso de Cristo sobre el maligno y su fiel “sí” a la voluntad del Padre. Jesús, que en el bautismo del Jordán fue manifestado por el Padre como “Hijo amadísimo”, inmediatamente fue conducido por el Espíritu al desierto para que fuera tentado.

            El episodio de la tentación es desconcertante para cierta piedad que lee en la tentación un desorden y que transporta sobre la vida terrena de Jesús la gloria del Hijo de Dios. No se trata de una narración con fin edificante, sino de una narración clave que presenta la relación plenamente humana en que Jesús vive su relación con el Padre. Tenemos aquí los primeros asomos de una prueba que cruzará toda la vida de Jesús hasta el momento culminante de la cruz. Entre el bautismo del Jordán y el bautismo de la cruz se descube un camino de progresiva fidelidad a la vocación recibida, que debemos aprender.

            La triple insinuación diabólica: contrasta con la declaración del Padre en el Bautismo de Jesús: “este es mi Hijo amado en quien me complazco”: primera tentación: “Si eres el Hijo de Dios, di a estas piedras que se conviertan en pan”; segunda tentación: “si eres el Hijo de Dios, arrójate hacia abajo”; tercera tentación: el diablo, condujo a Jesús a un monte altísimo, le mostró todos los reinos del mundo con su esplendor y le dijo: “todo esto te daré, si postrándote me adoras”; Jesús le respondió “retírate Satanás, está escrito, adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto”.

            La tentación va a la raíz de la condición filial de Jesús. Si Cristo hubiese eludido la pobreza de la condición humana y hubiese recorrido la vereda del suceso fácil, no habría sido auténticamente hombre, ni Hijo de Dios. En el fondo, esta es la tentación de todo hombre.

            Escenario de estas tentaciones es el desierto, que es lugar tradicional de la prueba y de la intimidad con Dios. En el Antiguo Testamento, en tiempos del Éxodo, en el desierto el pueblo de Israel experimentó la tentación y salió derrotado. En el mismo lugar Cristo, como nuevo Israel, salió victorioso de Satanás. El tentador, con refinada habilidad, presenta a Cristo el espejismo de un fácil mesianismo: el espejismo del poder, del prestigio, de la riqueza.

            Pero la elección de Cristo es inequívoca. Con una triple respuesta: “está escrito”, muestra como su vida transcurre a la sombra de la Palabra Divina: su alimento es hacer la voluntad del Padre, pues “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Este inciso resulta central en la liturgia de hoy, indica cual sea la única elección que promueve el hombre y que lo asienta en la libertad. La otra elección posible es la autonomía ante Dios, la desconfianza en Él, por la engañosa presunción de lograr la plenitud personal.

            En el paraíso terrenal, las instrucciones del Señor, más que un don y una garantía de vida, por insinuación diabólica, Adán y Eva las interpretaron como señal de defensa de las prerrogativas divinas por parte de Dios. Este error de interpretación manifiesta inmediatamente un efecto devastador: la vergüenza de los primeros padres produce desarmonía, desgarramiento del hombre en sí mismo que en adelante no podrá más ver la realidad con ojos limpios e inocentes. Y el pecado traerá consigo la división profunda de la primera pareja humana: el resquebrajamiento de la armonía humana y cósmica; la dramática verdad del hombre orgulloso y pecador. Su elección negativa no puede sino conducir a la muerte. En cambio, Cristo, respondiendo positivamente al proyecto del Padre, aparece como el nuevo Adán, que rectifica el golpe sufrido por el primer Adán e inicia la humanidad nueva, que ahora buscamos ser.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

El ayuno que salva

arzo-01Ya toda la feligresía de nuestra Arquidiócesis, ha escuchado durante los últimos años, invitaciones a ingresar al Catecumenado en el Proceso de la Iniciación Cristiana. Hoy, con los siguientes imperativos bíblicos:   “déjense reconciliar con Dios; he aquí el momento favorable, he aquí el día de la salvación”; y también, con la exhortación “conviértanse y crean en el Evangelio” (Mc 1,15), la comunidad cristiana es convocada para acoger la acción misericordiosa de Dios y regresar a Él.

    Por su parte, el rito de imposición de la ceniza, puede ser considerado, como una especie de inscripción al catecumenado cuaresmal, un gesto de entrada al estado de los penitentes. En los textos de la liturgia la penitencia se explicita en la práctica de la imposición de la ceniza, del ayuno y de la abstinencia. Pero, si no cambia al corazón no cambia nada.

        Sobriedad, austeridad y abstinencia de alimentos parecen anacrónicos, en esta sociedad que hace del bienestar y de la saciedad su propio orgullo. Y es propiamente esta saciedad que puede hacernos insensibles a las apelaciones de Dios y a las necesidades de los hermanos.

            Para el cristiano el ayuno no es proeza ascética ni ostentación farisaica de justicia, sino signo de disponibilidad ante el Señor y a su Palabra. Abstenerse de alimentos es declarar cuál es la única cosa necesaria: cumplir un gesto profético ante una civilización que de modo engañoso y pertinaz insinúa siempre nuevas necesidades y crea nuevas insatisfacciones. Alejarse de las cosas fútiles y vanas significa buscar lo esencial, esto es: confiarse humildemente al Señor, crear espacios para escuchar la voz del Espíritu. Por tanto, el ayuno atiende a todo el hombre y expresa la conversión del corazón.

            Renunciar a sí mismo, no es moralismo o mortificación de las energías vitales, sino dejar de considerarse como centro y valor supremo. En cuanto descentralización de sí, Cristo actúa su victoria sobre el mal y el hombre es renovado a semejanza de Él.

            Nos renovamos para celebrar la Pascua del Señor. Al interior del pueblo de Dios, el ayuno fue considerado siempre como una práctica esencial del alma religiosa; de hecho, según el pensamiento hebrero, la privación del alimento y en general, de todo lo que es agradable a los sentidos, era el medio ideal para expresar a Dios, en una plegaria de súplica, la total dependencia ante Él, el deseo de sentirse perdonado y el firme propósito de cambiar de conducta.

            Con todo, ante el aspecto formal instintivo, que el ayuno llevaba consigo, los profetas recordaros el primado del amor hacia Dios y hacia el prójimo.     En la acción eclesial del ayuno está la presencia del Señor, sin lo cual las obras del hombre serían una vanagloria.

            Por fuerza de esta presencia del Señor, el ayuno de la Iglesia no es triste y lúgubre, sino gozoso y festivo. Tomando ceniza, haciendo abstinencia y ayunando, la Iglesia expresa su propia vigilancia y la espera del regreso del Esposo. Si por una parte Cristo Esposo está siempre presente a su Esposa la Iglesia, por otra parte, esta presencia no es aún plena, será siempre preparada y solicitada. La terminación definitiva del ayuno sucederá cuando todos sean aceptados al banquete del Reino.

Mientras tanto, hagamos penitencia y abstinencia, tomemos ceniza y ayunemos. Avancemos por la vida transformándonos en auténticos cristianos, en discípulos misioneros de Cristo Jesús.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Confiar en Dios

arzo-01Leemos hoy del profeta Isaías: “¿acaso se olvida una mujer de su hijo, de modo de no conmoverse del hijo de sus entrañas? Aunque hubiera una mujer que se olvida, yo no te olvidaré jamás”. El amor eterno de Dios por su pueblo, semejante al amor de un padre por sus hijos o a la pasión de un hombre por la mujer amada, se expresa aquí en toda su gratuidad que perdona y en toda su fidelidad que no puede olvidar las promesas hechas a los antiguos padres. Y la historia de la salvación continúa, porque Dios ama gratuitamente.

            Por ello, Jesús, hoy, en el Evangelio de S. Mateo, enseña y educa: “primero busquen el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se afanen pues, por el mañana, porque el mañana tendrá sus preocupaciones. A cada día le basta su pena”. Una idea clave: el Reino exige decisiones radicales; impone desapego total; no una confianza pasiva en la Divina Providencia, ni el desprecio de las exigencias materiales; es un mandato, buscar en la vida lo que es esencial, esto es: no perder de vista la  finalidad de una vida dedicada al Reino.

            El Evangelio resalta la actitud del cristiano ante las preocupaciones y ante los afanes de la vida. Por una parte el Reinado de Dios no consiente divisiones: la opción por el Reino, exige una soberana y destacada libertad interior ante todo. Es una invitación a zafarse del culto al dinero, que es una idolatría, y a tener confianza en Dios, del cual nos describe su activa solicitud hacia nosotros sus hijos.

            Dios es fiel a su proyecto de salvación: en la base de la confianza del hombre está la certeza de la fidelidad de Dios. Dios es la roca de Israel: este nombre significa su inmutable fidelidad, la verdad de sus palabras, la firmeza de sus promesas, no obstante la infidelidad del hombre y sus continuos regresos a la idolatría. Sus palabras no pasan, mantiene sus promesas. Dios no miente, ni se retracta: el diseño de Dios, diseño de amor, se realizará infaliblemente: El hombre pues, puede vivir en esta confianza: Dios vela sobre el mundo dando sol y lluvia a todos, buenos y malos.

            El rostro de Dios en la Biblia es el de un Padre que vigila sobre sus criaturas y atiende a sus necesidades: “a todos da el alimento a su tiempo” (Sal 144,15), a los animales como a los hombres. Pero, la providencia de Dios se manifiesta sobre todo en la historia; no como un rígido destino que clava al hombre al destino anulando la libertad, ni como una intervención mágica que sustituye la iniciativa del hombre, sino como proyecto de salvación en el cual se encuentran y colaboran Dios y el hombre.

            Dios y el hombre van de la mano. Hay quien espera de Dios todo lo útil, desde la lluvia hasta el buen tiempo, desde aprobar un examen hasta el éxito en un negocio; reza a Dios,  solo para obtener algo y espera tranquilamente que suceda. Esto es un concepto herrado de confianza; es servirse de Dios en vez de servirlo. En  cambio, hay quien no espera nada de Dios. Más aún, hay quien cree que la confianza en Dios es un impedimento para el éxito humano: son actitudes de autosuficiencia y de salvaguardia.

            Por dos mil años, los hombres han orado, y con el sudor de su frente, han debido ganarse un pan insuficiente. Han orado, y alguna vez han encontrado la carestía o frecuentemente la miseria. Pero, ahora, desvían el curso de las aguas regando así inmensas tierras incultas, luego brota el grano con tal abundancia que los hombres pueden saciar el hambre. Se impone la confianza plena, la confianza cristiana en Dios,  plena y sin reservas, pero no pasiva. Más aún, de esta confianza plena nace el activismo cristiano, porque el hombre sabe que su trabajo es continuación de la obra creadora de Dios. Él es colaborador de Dios y trabaja como si todo dependiera de sí, pero confiando como si todo dependiera sólo de Dios.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Amar, aún a los enemigos

arzo-01Hoy, en el Evangelio de S. Mateo, volemos a escuchar: “han oído que se dijo en el pasado: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo; pero yo les digo: amen a sus enemigos y oren por sus perseguidores, para que sean hijos de su Padre Celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos.  Porque si amas a los que te aman, ¿qué mérito tendrás?: los publicanos hacen lo mismo; y si saludas solo a tus hermanos ¿qué haces de extraordinario?: los paganos hacen igual. Sean pues perfectos como su Padre Celestial es perfecto”.

              El trozo del Evangelio de S. Mateo, desarrolla primero el tema de la Bienaventuranza: “bienaventurados los mansos”, que tienen en Cristo su más claro ejemplo. Toca luego en la ley del amor el culmen de la enseñanza de Cristo: la característica cristiana es el amor de ágape, esto es el amor no exclusivo; por eso se deben amar también a los enemigos. Realizar el amor de ágape, es imitar al Padre Celestial, es decir amar mansamente como Cristo a los impíos, a los pecadores, a los enemigos, para demostrarnos hijos de Dios Padre, obrando mansamente como Cristo.

            El mandamiento del amor al prójimo no era desconocido antes de Cristo. El Antiguo Testamento no pensó nunca que se pudiera amar a Dios sin interesarse del prójimo; pide hoy la primera lectura: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El libro de los Proverbios, tiene una afirmación que parece repetida por Jesús, casi al pié de la letra: “si tu enemigo tiene hambre dale de comer; si tiene sed dale de beber; y el Señor te recompensará”. (Pr 25,21-22).

            En su formulación, en sus contenidos y en su fuerte exigencia, el mandamiento de Cristo es fuerte y revolucionario. Es nuevo por su universalismo, por su extensión en sentido horizontal; no conoce restricciones de tipo, no tiene cuenta de excepciones de fronteras de raza o de religión; se refiere al hombre en la unidad e igualdad de su naturaleza.

            El mandamiento de Cristo es nuevo, por la medida, por la intensidad, por su extensión vertical. La medida es dada por el modelo mismo que nos viene presentado: “les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros” (Jn 13,34). La medida de nuestro amor hacia el prójimo es pues, el mismo amor que Cristo tiene por nosotros; más aún, el mismo amor que el Padre Dios tiene por su Hijo Jesucristo, pues “como el Padre me ha amado, así yo les he amado a ustedes” (Jn 15,9).

            El mandamiento de Cristo es nuevo, por el motivo que nos propone: amar por el amor de Dios; por sus mismos objetivos divinos; exclusivamente desinteresados; con amor purísimo, sin sombra de compensación. Amarnos como hermanos, con un amor que busca el bien de aquel a quien se ama, no nuestro bien. Amar como Dios que no busca el bien en la persona que ama, sino que crea el bien en ella, amándola.

            El Papa Emérito Benedicto XVI, en su Encíclica “Dios es Amor”, nos explica el “amor mundano, erótico o de concupiscencia y ascendente que tiende al provecho propio y el amor descendente fundado en la fe o de benevolencia llamado “agapé”. Lo típicamente cristiano sería el amor descendente, oblativo, el “agapé”. Pero, en realidad éros y agapé, amor ascendente y amor descendente, nunca llegan a separarse completamente. Cuanto más encuentran ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general… el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre; también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don”.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Domingo VI ordinario; 16-II-2014 La nueva Ley

arzo-01Jesús hijo de Sirá, escribió el libro llamado Eclesiástico o Sirácides, hacia el siglo III antes de Cristo, como una síntesis de tradiciones y enseñanzas sabias, con algo de escepticismo y contraste frente al conocimiento, las actitudes y los valores sancionados por los sabios de Israel.

            “Si quieres, observarás los mandamientos; ser fiel dependerá de tu buena voluntad. Él ha puesto delante de ti, fuego y agua; extenderás tu mano a donde quieras. Ante los hombres están la vida y la muerte; a cada quien les será dado lo que guste. Pues grande es la sabiduría del Señor, Él es omnipotente y ve todo. Sus ojos están sobre los que lo temen, Él conoce toda acción de los hombres. Él no ha mandado a nadie ser impío y no ha dado a nadie permiso de pecar” (Sir 15,15-20).

El trozo constituye una solemne afirmación de la libertad humana. Es la libertad del hombre que explica el pecado. Elegir el querer divino es elegir la vida; oponerse es una elección de muerte. Para Ben Sirá la muerte acompaña a la naturaleza humana, pero resulta castigo para quien se opone a Dios.

Jesús no vino para abolir la ley, sino para llevarla a plenitud, a dar el “plus” que la supera en cuanto ley y la hace aceptar como elección interior. De hecho la justicia del fariseo se limita a la observancia de los artículos de la ley. La justicia del cristiano, antes que nada, no depende de la simple observancia de la ley, sino del hecho que los últimos tiempos se han cumplido en Jesús, y Jesús, el primero, ha obedecido las leyes religiosas  en comunión con el Padre. Cristo establece un nuevo criterio de valoración moral. La intención personal.

El “plus” de la ley neo-testamentaria está en el corazón donde se decide la actitud más verdadera y radical; es ahí donde se necesita poner la atención y la elección; esta es la exigencia superior de la ley, el “plus” con que Cristo la lleva a cumplimiento y a perfección.

No basta no matar, es necesario no enfadarse (Mt 5, 21s). No basta no cometer adulterio, es necesario no desear las mujeres de otros (Mt 5, 27s). No basta lavarse las manos antes de comer, es necesario purificar el interior del hombre (Mc 7,1-23). No basta levantar monumentos a los profetas, es necesario no hacerlos callar, matándoles (Mt 23, 29ss). No basta decir, “Señor, Señor”, es necesario “hacer la voluntad del Padre que está en los cielos” (Mt7, 21). No basta decir palabras sin fin en la oración, es necesario tener fe en la bondad de Dios (Mt 6,7). No basta el sacrificio, no sirve de nada el acto de culto y la observancia de los preceptos menores, si no se ponen en primer lugar de la propia vida moral, la fe, la justicia y la misericordia (Mt 9,13; 12,7; 23,23).

La ley viene impuesta al hombre desde el exterior. Si Jesús se limitara sólo a espiritualizar la ley, su perfeccionamiento sería aparente e incompleto. Jesús apunta a la voluntad, al corazón.

La aportación nueva de Cristo es otra; si Jesús exige un “plus” que apunta a la voluntad y al corazón, la motivación está en aquello “pero yo les digo”. Quien impone es Cristo, dándonos Él primero el ejemplo: el amor a los enemigos, soportar los sufrimientos y la persecución son posibles a los cristianos porque lo solicita y ayuda el ejemplo que tenemos delante.

 El cristiano no solamente obedece una ley, sino que se pone en el seguimiento de Cristo que lo precede y que resulta modelo, ley, instancia suprema, fuerza interior por el don del Espíritu (Mt 3,11), premio y amor beatificante.           La nueva ley es un paso adelante en el amor, la fraternidad y la sinceridad.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Tu luz surgirá como la aurora

arzo-01Leamos del profeta Isaías: “comparte tu pan con el hambriento; abre tu casa a los miserables, sin techo, viste a quien anda desnudo y no des la espalda a tu propio hermano.  Entonces tu luz brillará como la aurora, tu herida sanará luego. Delante de ti caminará tu justicia, la gloria del Señor te  seguirá”. Reaccionando contra una religión hecha de puro formulismo, Isaías explica cuales sean las prácticas religiosas agradables a Dios. Sólo así, la gloria del Señor estará con su fiel y este será como una luz en las tinieblas.

            En el Evangelio de S. Mateo somos instruidos: “ustedes son la sal de la tierra… ustedes son la luz del mundo; una ciudad colocada sobre un monte, no puede quedar oculta”. Como en el Antiguo Testamento, el creyente es luz, porque camina en la gloria de su Señor, y la manifiesta mediante las obras. Así el cristiano es luz del mundo, porque sigue a Cristo luz del mundo;  y porque como Cristo, obra para la gloria del Padre.

Ahora, esto es posible al cristiano porque Cristo ha subido al Padre. Más difícil es el tema de la sal; pero, si lo consideramos como imagen de lo que purifica o que da sabor, y como signo de la Alianza, entonces el cristiano aparece en el mundo, como aquel que da sentido y como signo de la Alianza entre los hombres y Dios.

El trozo evangélico entra en el contexto de las bienaventuranzas. Los que son proclamados bienaventurados, no lo son sólo por sí mismos, sino también en relación al mundo: ellos, para las realidades terrestres son luz y sal: “ustedes son luz del mundo”. Jesús dirigió estas palabras en primer lugar a los creyentes, a los discípulos que son los pobres, a los mansos, a quienes tienen hambre y ser de justicia: ellos son luz no tanto porque pertenezcan de hecho a la Iglesia, o tengan una doctrina de salvación que comunicar; tampoco, porque sean hombres de oración y fieles al culto; sino, porque en primer lugar son pobres, mansos, limpios de corazón, constructores de paz.

            Al pueblo hebreo, preocupado por la práctica exterior e irreprensible del culto, atareado en reconstruir el templo destruido, Yahvé recuerda e Isaías subraya en la primera lectura que más que el esplendor del culto, le agrada hospedar a los sin techo, compartir el pan con los hambrientos, vestir a los desnudos, no dar la espalda tu hermano y toda obra de misericordia. Entonces sí, tu luz se levantará como la aurora, tus heridas cicatrizarán de prisa, te abrirá camino la justicia y la gloria del Señor cerrará tu marcha. Entonces, clamarás al Señor y Él te responderá, lo llamarás y Él te dirá: aquí estoy”.

            Como “el justo brilla como una luz en las tinieblas” (Sal 111), en el rito del Bautismo, el bautizante entrega a los familiares, una vela encendida en el Cirio pascual: porque Cristo resucitado “es la luz”. El bautizado es el iluminado que se inserta en la muerte y resurrección de Cristo. Vivir la luz es el compromiso que le espera; a ello, lo mueve y lo estira el Espíritu. Las acciones de la luz son acciones del Espíritu; y por ello, en el bautizado no hay lugar para la vanidad, la presunción  o la soberbia personal.

             El Evangelio de S. Mateo, sentencia hoy: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se enciende debajo de una tapadera, sino que se pone, sobre un candelero, para que alumbre a todos los de la casa” (Mt 13,14). Podemos preguntarnos: “¿dónde está hoy la luz que salva?”. ¿La luz de Cristo, ilumina aún este mundo o nos movemos hacia un mundo nuevo nos atrae y hacia el debemos movernos como en un éxodo?  Los cristianos de hoy, arriesgamos de ocultar bajo pesantes sistemas la luz de Cristo.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango

Domingo IV ordinario; 2-II-2014 Cristo es la luz que alumbra a las naciones y gloria de Israel

arzo-01En todas partes hoy se celebra la fiesta de la Candelaria, fiesta de la Virgen de la Candelaria y se cumple la tradición de bendecir las velas, como signo de iluminación. Así mismo es la fiesta de la presentación del Niño Jesús llevado por María y José el templo de Jerusalén; recientemente la Iglesia ha añadido hoy, el día de la Vida Religiosa: felicidades. A ellos se añade la purificación de la Santísima Virgen. Es una fiesta que ha tenido varios añadidos a lo largo de los siglos del primer milenio.

            La Iglesia de Rito latino, se ha quedado con la presentación del Señor al templo. Dicha presentación es más un misterio doloroso, que gozoso. María presenta y ofrenda  a Dios su hijo Jesús; pero fijémonos en que toda ofrenda es una renuncia: esto me hace recordar que siendo yo niño, mi mamá me tomó en sus brazos, me llevó a la Iglesia y me ofrendó a Dios, predestinándome para Sacerdote; por lo cual, sin yo saberlo, cuando el Sr. Arzobispo José María González y Valencia me dijo “vete al Seminario, sin pensarlo dos veces me vine al Seminario y hasta la fecha estoy dedicado a servir a Dios y a la Iglesia. Cosa, que les recomiendo mucho a los Padres de Familia que hagan con sus niños y niñas para tener muchas y buenas vocaciones sacerdotales y religiosas.

            Para la Virgen María, la presentación y la ofrenda del Niño Jesús en el templo de Jerusalén, fue el comienzo del misterio del sufrimiento, que alcanzará su culmen al pié de la cruz: la cruz es la espada que atravesará su alma. Todo primogénito hebreo, era el signo permanente y el memorial cotidiano, de la liberación de la gran esclavitud en Egipto; en Egipto los primogénitos fueron tomados; Jesús, el primogénito por excelencia, con su sangre traerá la liberación nueva y definitiva.             El gesto de María que “ofrenda” se convierte en gesto litúrgico en toda Eucaristía nuestra. Cuando el pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre, se nos dan como Cuerpo y Sangre de Cristo, también nosotros quedamos en la paz del Señor, porque contemplemos su salvación y vivimos a la espera de su venida.

            En el Evangelio de S. Lucas, contemplemos en los primeros versos, a la Sagrada Familia que vive en cumplimiento de la Ley, esto es, plenamente inserta en el ordenamiento social judío. Avanzando en el texto, encontramos un desarrollo teológico-pascual, y la Madre aparece estrechamente unida en el dolor, al destino del hijo. Jesús, es aquí descrito como el Mesías del Señor, como el ungido por excelencia, destinado a una obra de salvación, que cumplirá realizando en Sí la figura del Siervo Sufriente del canto de Isaías. Él, como luz, coloca a los hombres en la necesidad de decidirse: viene por tanto a dividir. De frente a Él, tal decisión se impone a todo hombre, para que logre aceptar al Mesías y Señor de manera personal y comprometida, capaz de adherirse a Cristo como se adhiere la bugambilia a la pared o al árbol que la sostiene; capaz de adherirse a Cristo como se adhiere el tábano al lomo de los animales, capaz de adherirse a Cristo como la garrapata que se adhiere a la piel de las personas, de donde no se separa sino muerta.

            Esto es lo que la Misión diocesana urge a toda persona bautizada que habite en el territorio de la Arquidiócesis. Sabemos, que muchos de nuestros hermanos y hermanas, están bautizados y les gusta llamarse cristianos; pero se contentan con poco o ningún compromiso. Por ello hemos introducido el  Proceso de Iniciación Cristiana, con el deseo de llegar a formar cristianos de una pieza, adultos, maduros; quisiéramos contar con discípulos misioneros que puedan afrontar las inclemencias de la época en que vivimos. Y bendito sea Dios, que este Proceso va pegando y se va propagando, gracias a muchos Párrocos y Catequistas; Dios quiera que los demás se vayan sumando.

            Estemos contentos de la amplia Asamblea eclesial que formamos en nuestro Plenario. Dios y la Virgen de la Candelaria hagan fructificar este fermento.  Ánimo todos, hasta formar una floreciente Iglesia Misionera.

                  Héctor González Martínez, Arz. de Durango

Domingo III ordinario; 26-I-2014 Jesús, luz del mundo

arzo-01La primera lectura tomada del profeta Isaías, plantea primero el cuadro oscuro de los pueblos rivereños de Cafarnaúm, ocupados en 732 antes de Cristo y convertidos en Provincia de Asiria; y comenta Isaías: “en el pasado, el Señor humilló la tierra de Zabulón y de Neftalí”.

Pero, prosigue Isaías anunciando la liberación: “en el futuro llenará de gloria el camino del mar, más allá del Jordán, en la región de los paganos”. Describe luego el júbilo de los salvados: “el pueblo que caminaba en las tinieblas vio una gran luz; sobre aquellos que habitaban en tierra tenebrosa, una luz resplandeció. Engrandeciste a tu pueblo e hiciste grande su alegría. Se gozan en tu presencia, como gozan al cosechar, como se alegran al repartirse el botín. Porque Tú quebrantaste su pesado yugo, la barra que oprimía sus hombros y el cetro de su tirano, como el día de Madián”

La palabra luz que resplandeció, aquí se aplica a Cristo como nuevo rey, y así es retomado por S. Juan (8,12) y en S. Mateo (4,13-16). Así mismo nos enseña a cantar el salmo 26 del Rey David: “el Señor es mi luz y mi salvación ¿a quién temeré? El Señor es mi fortaleza ¿quién me hará temblar? Cuando los malvados se lanzan contra mí para devorarme, son ellos, mi adversarios y enemigos, los que tropiezan y caen”.

La luz es una de las necesidades primordiales del hombre. No es sólo un elemento necesario de su vida, sino imagen de su misma vida. A pesar de que muchos hombres en el mundo se hacen como ciegos y caminan como ciegos por la vida, esta ha influido notablemente en el lenguaje; por lo que, “ver la luz”, “venir a la luz” significa nacer; “ver la luz del sol” es sinónimo de vivir. Y, al contrario, cuando muere cualquier persona, decimos que “se apagó”, que “cerró los ojos a la luz”. La biblia usa esta palabra como equivalente de salvación. Así lo cantamos hoy en el salmo responsorial: “el Señor es mi luz y mi salvación; si el Señor es mi luz, ¿a quién temeré?, ¿quién me hará temblar?

 “Dios es luz y en Él no hay tinieblas” (1Jn 1,5). “Él habita en una luz inaccesible” (1Tim 6,16). En Jesús, la luz de Dios viene a resplandecer sobre la tierra: “la Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre” (Jn 1,9). “Yo he venido al mundo como la luz,  para que todo el que  crea en mí, no siga en la oscuridad” (Jn 12,46).

            Entonces: pasemos de las tinieblas a la luz. Arrancado de las tinieblas del pecado e inmerso en la luz de Cristo por el Bautismo, el cristiano debe realizar las obras de la luz: “Si en un tiempo eran tiniebla, ahora son luz en el Señor. Compórtense como hijos de la luz” (Ef 5,8). El paso de las tinieblas a la luz es la conversión, la entrada en el Reinado de Dios. Sabemos que quiere decir convertirse y hacer penitencia: indica un cambio radical de nuestra vida, un giro en la escala de valores que el mundo propone y en nuestras preocupaciones cotidianas que no sean las propuestas por el Evangelio en el sermón de las bienaventuranzas.

            El Reinado de Dios está presente o desaparece, se acerca o se aleja en relación a nuestra voluntad de conversión. La conversión, a su vez, nunca es una operación completa de una vez por todas; sino una tensión permanente, así como la fidelidad no es una virtud que se pueda adquirir con una promesa, sino una realidad a vivir minuto a minuto. Además, el cristiano después del Bautismo, nunca es pura luz: es una mezcla de luz y tiniebla; por eso su vida es una lucha. Pero Cristo lo reviste con las armas de la luz: “manténganse en pie, rodeada la cintura con la verdad, protegidos con la coraza de la justicia, bien calzados sus pies para anunciar el evangelio de la paz” (Ef 6, 11-17).

Héctor González Martínez

      Arz. de Durango

Domingo II ordinario; 19-I-2014 Jesús borra los pecados del mundo

Domingo II ordinario; 19-I-2014

arzo-01

           Jesús borra los pecados del mundo

            El hombre moderno parece convencido de ser el dueño de su destino. Hoy, hay un nuevo modo de poner y de vivir el problema de la salvación. Al hombre de hoy le apura una nueva esperanza terrena: la visión del hombre, de teocéntrica cambia a geocéntrica y antropocéntrica.   Se ha obrado un traslado o traspaso radical de intereses: una auténtica revolución en el universo espiritual del hombre. El hombre ya no aparece más a sus propios ojos como peregrino que recorre apresuradamente el valle de lágrimas de este mundo, todo tenso hacia la tierra prometida en el más allá.

            El hombre se vuelve cada vez más sedentario; ha sustituido la tienda móvil por una sólida casa de piedra. Las únicas fronteras que conoce son las terrestres y temporales: ha sustituido la esperanza teologal por una esperanza terrenal y humana. Una nueva misión y una nueva acción dan sentido nuevo a su vida: la conquista gradual e incontenible del mundo. La confianza del hombre está puesta en esta lucha gigantesca. La preocupación  por construir la ciudad terrena supera la esperanza y la preocupación por el más allá. El hombre ya no espera la salvación desde fuera, quiere construirla con sus propias manos.

            Al contrario, leemos hoy del cuarto Evangelio: “Juan Bautista, viendo que Jesús venía hacia Él, dijo: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo… Vi descender del cielo sobre Él como una paloma, al Espíritu Santo. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: el hombre sobre el que veas descender y permanecer el Espíritu, es el que bautiza en el Espíritu Santo”.

            El idioma arameo usa la palabra “talya” para nombrar siervo y para nombrar cordero; “he aquí el cordero” está pues relacionado con el siervo expiatorio y con el cordero pascual, símbolo de la redención de Israel. Así pues, la expresión “Cordero de Dios”, evoca en los oyentes hebreos dos imágenes distintas y convergentes: la imagen del Siervo de Yahvé que en Isaías aparece “como cordero conducido al matadero como oveja muda ante sus esquiladores” (Is. 53,7); y la imagen del cordero del sacrificio pascual.

Jesús, como redentor debe pasar por la pasión; así, podrá bautizar en el Espíritu. Pues, sólo después de haber sido elevado tiene el poder de santificar por medio del Espíritu. En este trozo, la actitud de Juan bautista, es la de quien por etapas progresa en la fe y en el conocimiento de Cristo: inicia por no conocerlo, luego ve en Él al Mesías-sufriente, al santificador y por fin al Hijo de Dios.

            Jesús, Cordero liberador, fue sometido a la muerte en la vigilia de la Pascua, por la tarde, en la hora misma en que según las prescripciones de la ley se inmolaban en el templo los corderos. Ya muerto, no le fueron rotos los huesos como a los demás condenados; en lo que el evangelista ve la realización de un anunció del salmo 34, 21 “no le quebrarán ni un hueso”: Jesús, el Cristo, es el Cordero de la nueva Pascua, que con su muerte inaugura y sella la liberación del pueblo de Dios. Muy pronto, la Iglesia primitiva descubrió en Cristo los lineamientos del “Siervo de Yahvé” descritos por el profeta Isaías.

            El Siervo es una figura simbólica que recoge en sí todo el destino de un pueblo, y que mediante el cumplimiento histórico revela a Dios como salvador y como liberador. La misión del Siervo de Yahvé, no se refiere solo al regreso y a la liberación de los prófugos hebreos de Babilonia, sino que adquiere una dimensión ecuménica y universal. La misma liberación histórica de Israel, llega a ser anticipación y prenda de una salvación y de una liberación definitiva de las dimensiones cósmicas hasta los confines de la tierra. Reconociendo al Siervo de Yahvé en Jesús “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, la primitiva Comunidad cristiana, expresa su fe en Cristo liberador y salvador del mundo.

Héctor González Martínez

Arz. de Durango