Confiar en Dios
Leemos hoy del profeta Isaías: “¿acaso se olvida una mujer de su hijo, de modo de no conmoverse del hijo de sus entrañas? Aunque hubiera una mujer que se olvida, yo no te olvidaré jamás”. El amor eterno de Dios por su pueblo, semejante al amor de un padre por sus hijos o a la pasión de un hombre por la mujer amada, se expresa aquí en toda su gratuidad que perdona y en toda su fidelidad que no puede olvidar las promesas hechas a los antiguos padres. Y la historia de la salvación continúa, porque Dios ama gratuitamente.
Por ello, Jesús, hoy, en el Evangelio de S. Mateo, enseña y educa: “primero busquen el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se afanen pues, por el mañana, porque el mañana tendrá sus preocupaciones. A cada día le basta su pena”. Una idea clave: el Reino exige decisiones radicales; impone desapego total; no una confianza pasiva en la Divina Providencia, ni el desprecio de las exigencias materiales; es un mandato, buscar en la vida lo que es esencial, esto es: no perder de vista la finalidad de una vida dedicada al Reino.
El Evangelio resalta la actitud del cristiano ante las preocupaciones y ante los afanes de la vida. Por una parte el Reinado de Dios no consiente divisiones: la opción por el Reino, exige una soberana y destacada libertad interior ante todo. Es una invitación a zafarse del culto al dinero, que es una idolatría, y a tener confianza en Dios, del cual nos describe su activa solicitud hacia nosotros sus hijos.
Dios es fiel a su proyecto de salvación: en la base de la confianza del hombre está la certeza de la fidelidad de Dios. Dios es la roca de Israel: este nombre significa su inmutable fidelidad, la verdad de sus palabras, la firmeza de sus promesas, no obstante la infidelidad del hombre y sus continuos regresos a la idolatría. Sus palabras no pasan, mantiene sus promesas. Dios no miente, ni se retracta: el diseño de Dios, diseño de amor, se realizará infaliblemente: El hombre pues, puede vivir en esta confianza: Dios vela sobre el mundo dando sol y lluvia a todos, buenos y malos.
El rostro de Dios en la Biblia es el de un Padre que vigila sobre sus criaturas y atiende a sus necesidades: “a todos da el alimento a su tiempo” (Sal 144,15), a los animales como a los hombres. Pero, la providencia de Dios se manifiesta sobre todo en la historia; no como un rígido destino que clava al hombre al destino anulando la libertad, ni como una intervención mágica que sustituye la iniciativa del hombre, sino como proyecto de salvación en el cual se encuentran y colaboran Dios y el hombre.
Dios y el hombre van de la mano. Hay quien espera de Dios todo lo útil, desde la lluvia hasta el buen tiempo, desde aprobar un examen hasta el éxito en un negocio; reza a Dios, solo para obtener algo y espera tranquilamente que suceda. Esto es un concepto herrado de confianza; es servirse de Dios en vez de servirlo. En cambio, hay quien no espera nada de Dios. Más aún, hay quien cree que la confianza en Dios es un impedimento para el éxito humano: son actitudes de autosuficiencia y de salvaguardia.
Por dos mil años, los hombres han orado, y con el sudor de su frente, han debido ganarse un pan insuficiente. Han orado, y alguna vez han encontrado la carestía o frecuentemente la miseria. Pero, ahora, desvían el curso de las aguas regando así inmensas tierras incultas, luego brota el grano con tal abundancia que los hombres pueden saciar el hambre. Se impone la confianza plena, la confianza cristiana en Dios, plena y sin reservas, pero no pasiva. Más aún, de esta confianza plena nace el activismo cristiano, porque el hombre sabe que su trabajo es continuación de la obra creadora de Dios. Él es colaborador de Dios y trabaja como si todo dependiera de sí, pero confiando como si todo dependiera sólo de Dios.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango
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