P.Hernando de Santarén 2

3333550107_dd87082e26_qLlegando a Ciudad de México, el Hno. Hernando pasó al Colegio S. Pedro y S. Pablo de la  Compañía de Jesús, para realizar  sus estudios de Teología con mucho fervor. Los tiempos libres, se pasaba al adjunto Colegio de S. Gregorio Magno, a enseñar doctrina cristiana y compartir su experiencia religiosa, con los hijos de los Caciques naturales, ahí hospedados; y al mismo tiempo aprender náhuatl, que después habría de ejercitar. Ahí hizo cuatro años de Teología, de lo que salió aventajado teólogo, siempre con la mira en la virtud, sabiendo que las letras sin virtud son como naves sin velas para navegar. Se ordenó de Sacerdote y tuvo su tercera probación en el Colegio del Espíritu Santo de Puebla. Muchos deseaban que permaneciera en aquel Colegio.

          Pero, nuestro Señor le tenía escogido para luz y apóstol de la gentilidad, los Superiores le enviaron a la selva de la gentilidad de Sinaloa, donde ya había misionado el P. Gonzalo de Tapia (pronto martirizado) y  el P. Pedro Méndez habían fundado una Misión tres años antes; allá colaboraban también los Padres Martín Pérez, Juan Bautista de Velasco, Alfonso de Santiago y el Hno. Francisco de Velasco. Tan avenidos y en comunión estaban, que para 1594 ya tenían bautizados y educados en la fe seis mil cien cristianos adultos, repartidos en veinticinco capillas. Era tan copiosa la mies, que era imposible atender a tantos; por lo que el P. Tapia había pedido al Provincial socorro con nuevos obreros del Evangelio; cuando supo que había llegado a Culiacán el refuerzo, dijo: “ahora sí, que con tan buenos compañeros, hemos de dar un grande empellón al demonio; esta vez le hemos de retirar y desterrar bien lejos”; pero a él no le tocó verlo.

          Acompañando al P. Méndez, allá enviaron al P. Hernando, muy parecidos en el fervor y en el celo. Parten pues, los dos en mayo de 1594, hacia el poniente. El P. Hernando sufrió con fervor los muchos trabajos, fatigas y necesidades de un camino tan largo, despoblado, y desprovisto de lo necesario para la vida humana. Todo lo sufría el P. Hernando con paciencia y alegría, aceptado más por amor a Cristo.

          En todo el camino, los Padres experimentaron la paternal Providencia de Dios, librándolos de manifiestos peligros de la vida, defendiéndolos de traiciones, reveses, crueldades y varios asaltos  de los chichimecas, debiendo a veces dejar los caminos ordinarios y atravesar sierras y montes asperísimos, ni senda por muchas millas. La Providencia de Dios permitió, que una vez el P. Hernando de repente se vio cercado por un grande incendio, que no daba esperanzas de su vida, pero, queriéndolo el Señor para grandes fines de su mayor gloria, le libro del incendio.

          El 27 de junio de 1594, llegaron a la Villa de S. Miguel, cabecera de la Provincia de S. Miguel de Culiacán, habiendo caminado trescientas leguas. Rápidamente corrió la noticia y fue grande la reacción, saliendo las gentes a los caminos, calles y plazas a recibirlos. Esta devoción y benevolencia creció después de ver y conversar con religiosos tan santos y humildes, tan despegados de sí y de las cosas, tan suaves y humanos en su trato, tan celosos del bien de sus almas; pidieron con insistencia que se detuvieran algunos días con ellos para predicarles; así lo aceptaron los Padres, predicando el P. Méndez a los nahuas y el P. Santarén a los españoles.

          Continuando las labores de los Padres Tapia y Méndez, en las cinco predicaciones que hizo el P. Santarén en esa ocasión, con su santidad y dulzura de estilo, aquella provincia se apegó de tal manera al Padre, que todo el tiempo que vivió le profesó devoción y aún después conservó su recuerdo celebrando su celo y los santos efectos que provocó, dejando edificada y admirada aquella tierra, rogando su bendición y encomendándose a sus oraciones.

          Es que el P. Santarén, no parecía un operario solo, sino un conjunto  unido y compacto, por su actividad, celo y virtudes para conquistar con las armas espirituales de la predicación naciones, pueblos y provincias, cuantas aún no habían conquistado sus hermanos, desterrando al diablo.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

El P. Hernando de Santarén

3333550107_dd87082e26_qEntre los ocho misioneros jesuitas martirizados por los tepehuanos, en noviembre de 1616, el que encabeza el grupo presentado a la Santa Sede solicitando la Beatificación, seguida de la Canonización, es el P. Hernando de Santarén de quien nos ocupamos ahora.

            El asalto de los indígenas estaba planeado para el día 21 de noviembre, fecha en que los Padres jesuitas misioneros en la Nueva Vizcaya bendecirían una imagen nueva de la Inmaculada en El Zape, que era como centro de las Misiones jesuíticas en Guadiana. Pero distintas circunstancias coyunturales precipitaron los acontecimientos y los hechos sucedieron en el transcurso de varios días, siendo el P. Santarén martirizado al último, el 19 de noviembre.

            El P. Hernando nació en 1567 en Güete (o Huete), reino de Toledo, Diócesis de Cuenca;  sus padres fueron los nobles Juan González de Santarén y María Ortiz de Montalvo, señores de un rico mayorazgo y de honda piedad quienes criaron a Hernando en el santo temor de Dios, formando y enderezando la niñez de su hijo. Cuando la Compañía de Jesús fundó un Colegio en ese lugar, Hernando fue ahí internado, donde, desarrollando su índole natural,  creció en edad, en letras y en virtud: se le conocía como temeroso de Dios, honesto en su trato, compuesto en las palabras y en su modo natural de proceder, parecía religioso; tuvo una condición tan blanda y suave, que ni se enojaba con nadie y no daba motivo para ello a otros; fue tan sujeto y obediente que ni en casa ni en las escuelas dio motivo a que le llamaran la atención.

            Abriendo los ojos, comenzó a pensar cómo podría él corresponder a Dios y determinó entrar por un camino de penitencia, mortificación y de servicio en la religión. Pidió con afecto ser admitido en la Compañía de Jesús, y habiendo hecho varias pruebas, en 1582 fue recibido por el P. Gil González de Ávila, a los quince años de edad, quién luego lo envió al Noviciado.

            En el Noviciado, bajo la enseñanza del P. Almazán, parecía nacido para la religión: se distinguió en vida sacrificada, oración, obediencia, modestia, humildad, paciencia y modestia; ayunos, silencio, disciplina y sacrificios; se señaló en el afecto por los enfermos siendo el primero acomedido en servirlos. Se distinguió en deseos ardentísimos por derramar la sangre por Cristo, aunque se consideraba indigno; nada melancólico, taciturno o huraño. Por su modo de tratar a los demás, se distinguía por la virtud de atraer a los demás. Después del Noviciado pasó a estudiar lengua latina y humanidades; luego hizo el Curso de Artes, con mucha aprobación y alabanzas.

            Al fin, Dios despertó en su corazón, vivos deseos de pasar a las Indias recién descubiertas para anunciar la fe y la conversión a los gentiles. Le vino una gran compasión de tantas partes sepultadas en las tinieblas de la idolatría, que le duró toda la vida. En ello le estimulaban las informaciones que llegaban de América; y soñaba con semejantes victorias con ayuda de la gracia divina y aún mayores, si imitara a aquellos Padres en la misma empresa. Esto trataba en la oración frecuente con Dios. También lo consultaba con personas prudentes y espirituales; y por su medio con los superiores. Con cuya aprobación y licencia, sale de su Patria como Abraham, dejando a su familia y las comodidades de su casa paterna, sin conocer la tierra, las gentes y los percances que le esperaban. Sólo contaba con la bendición de Dios y ser padre de muchas gentes.

            Navegó con el P. Ortigosa y desembarcaron en Veracruz el 8 de octubre de 1588. En el viaje ocurrieron muchas enfermedades, oportunidad para que el Hno. Hernando mostrara su caridad y su celo, con que procuraba el remedio, animando y consolando con suavísimas palabras. Con su apacibilidad, modestia y suave violencia, se hizo dueño de los corazones de todos. Todos, admirados y compungidos, le miraban y escuchaban corrigiendo grandes ofensas de la gente de mar a Dios. Sin duda mérito del Hno. Hernando, pero sobre todo, maravilla de la gracia divina en apoyo de un joven de 21 años, ante hombres curtidos en el mar.

Héctor González Martínez

 Obispo Emérito

La reacción tepehuana

3333550107_dd87082e26_qLas Misiones de la Iglesia, en la Provincia de la Nueva Vizcaya, hoy Diócesis y Estado de Durango, fueron al mismo tiempo tareas evangelizadoras, culturales y civilizadoras; es decir, tomando a las personas y a los pueblos en el punto evolutivo en donde se encontraban y  promoviéndolas en un abanico de dimensiones que podemos llamar Promoción Humana Integral.

            Sin embargo, los grupos étnicos que poblaban la Nueva Vizcaya, desde Culiacán hasta el Golfo de México y desde Guadiana hasta Nuevo México, por milenios estuvieron sometidos  al dominio de brujos y hechiceros. Por ello, brotaron diversas rebeliones indígenas, en distintas latitudes de la muy extensa Provincia de la Nueva Vizcaya.

            La reacción rebelde  más extensa y prolongada fue la de los tepehuanes. Cuando todo parecía que avanzaba y que se profundizaba, por varios años un indígena llamado Quatlatas, originario de Tenerapa, se sintió iluminado y enviado por un ídolo que tenía y que le hablaba; sintiéndose escogido por Dios, para liberar a los tepehuanos y a los demás grupos que se adhirieran; “que a los que no se adhirieran, se abriría la tierra y se los tragaría”; con esto los indígenas creyeron lo que el indio les decía y empezaron a tomar las armas.

            Quatlatas pregonaba que había que expulsar la nueva religión, que los entretenía concentrados, sin libertad; que había que matar a los españoles y Misioneros, que su dios lo pedía, prometiendo que quienes murieran en esa lucha pronto resucitarían. Por ello, al levantarse en armas contra la nueva religión, en odio a la fe, los tepehuanos profanaban misioneros, templos e imágenes; todo en desprecio y odio a la fe.

             El alzamiento de los tepehuanos y de los confederados, conmovió y afectó a la Provincia de la Nueva Vizcaya y a la Nueva España. Los primeros golpes fueron rápidos y certeros. Entre los días del 15 al 21 de noviembre de 1616,  mataron cruelmente ocho Misioneros jesuitas, un domínico, un franciscano y un joven acompañante de un jesuita. Fue una verdadera persecución religiosa, contra la religión católica, su culto, sus sacramentos y los practicantes: los misioneros, familias españolas con sus servidores negros y mulatos, indígenas cristianos antiguos y nuevos, quienes no aceptaron al ídolo ni hicieron caso de las amenazas, prefiriendo morir a manos de sus compañeros indígenas y rebeldes, pero conservando su fe.

 Averiguaciones quedó clara constancia, que el motivo era la “mudanza de religión”;    por el aborrecimiento que tenían a los Misioneros, “porque los adoctrinaban y convertían de la gentilidad y falso culto de dioses, a la verdadera fe”; apareciéndoseles el demonio, a veces en forma de ángel de luz, a veces arrimado a una cruz, y otras veces vestido de colorado. Por otra parte, alguien de las minas de Guanaceví, ofreció una nueva Imagen de la Inmaculada,  y los Padres creyeron oportuno bendecirla el 21 de noviembre, en S. Ignacio del Zape, centro natural de las Misiones tepehuanas, invitando a fieles y misioneros. Y  los indígenas confabulados, consideraron que el lugar y la fecha, facilitaban sus planes, pues tomaba a todos juntos y desprevenidos,  y empezaron a organizarse.

            Estas muertes de Misioneros y de cristianos fieles a su fe, despertaron inmediatamente la determinación de investigar las raíces de este cambio tan radical e inesperado de los indígenas. Los testimonios principales fueron tres  Procesos Eclesiásticos, Autos y Testimonios Civiles, que concluyeron en lo arriba dicho. Los contemporáneos de la persecución, consideraron a Misioneros y acompañantes, incluyendo a muchos fieles,  como mártires y santos, pues muchas personas de todo nivel, conservaron diversos objetos que guardaban con veneración, lo que les llevó a considerarlos como verdaderos mártires por la fe, que ocasionó su muerte. Todavía hace poco un profesor de Santiago Papasquiaro me regaló una reliquia.

Héctor González Martínez

Obispo Emérito

 

Los Jesuitas en la Nueva Vizcaya

3333550107_dd87082e26_qDesde 1574 fueron llegando jesuitas  a la inmensa Provincia de la Nueva Vizcaya, que se extendía hasta Nuevo México: P. Juan Sánchez, P. Hernando Suárez, P. Nicolás Arnaya, P. Gonzalo de Tapia y P. Martín Pérez; los dos últimos, en llegando fueron enviados a misionar a Culiacán; para el mismo destino luego llegaron los Padres Juan de Velasco y Alonso de Santiago.

            Tanto agradó esto a los durangueños que el Gobernador Rodrigo del Río de la Loza, pidió a la Compañía  de Jesús que fundara Casa en Durango, para lo cual la Compañía  ordenó que la fundación de Zacatecas pasara a Guadiana, siguiéndose la fundación de la Residencia de Guadiana en 1592 o en el año siguiente. Los padres jesuitas consideraron muy positivamente asentarse en esta Villa a favor de las actividades misioneras en la Provincia, adquiriendo propiedades estratégicas, donde luego, construyeron la casa y el templo que conocemos.

            Cinco años después, ese inmueble se convirtió en el primer Colegio en forma en Guadiana, como escuela de primeras letras, atendida por cuatro o cinco religiosos, que enseñaban a leer y escribir a los hijos de los vecinos; y latín y gramática a los mayores; según narra el Obispo de Guadalajara, Alonso de la Mota y Escobar, en la Visita Pastoral que hizo en 1701. Desde esta casa los jesuitas atendían las misiones establecidas en Sinaloa.

            Uno de los primeros misioneros jesuitas, que anduvieron evangelizando fue el P. Gerónimo Ramírez, quién  en 1594, desde Cuencamé, fue el primero que se asomó a la Región Lagunera. En 1596, el mismo P. Gerónimo Ramírez estableciendo la primera Misión en la Hacienda de La Sauceda, desde donde inició a recorrer hacia el norte y descubriendo numerosos pueblos de tepehuanos que vivían en gran ignorancia religiosa. Dedicándose todo ese año de 1596 a estudiar la lengua tepehuana, al año siguiente empezó a fundar las Misiones de Santiago Papasquiaro y Santa Catarina de Tepehuanes. Este aprendizaje de la lengua  desafío a todos los misioneros, puesto que la sola Provincia de Nueva Vizcaya era un mosaico de lenguas.     Probablemente, el P. Gerónimo también fundó las Misiones de S. Ignacio Tenerapa, Santos Reyes, Atotonilco, Santa Cruz de Nazas y Tizonazo. Siendo mucho territorio para uno sólo, al año siguiente le llegó el P. Juan Fonte. Mientras el P. Gerónimo misionaba hacia el norte; el P. Juan Agustín de Espinoza, misionaba al oriente de Cuencamé, fundando las Misiones de Cinco Señores, Mapimí y Parras. En la Sierra de Topia, habitada por acaxees y xiximíes, en 1598, el P. Hernando Santarén fundó las Misiones de Guazave, Topia, san Andrés, Recuchuuapa, etc.

            Todas estas Misiones, fundadas con trabajo y peligro inmensos para los Misioneros, fueron centros de fe y de cultura y base firme de desarrollo humano.  Los Padres misioneros de la Provincia, ocupados en convertir a los indígenas de la gentilidad, enseñar a los niños y sacramentar a todos, conservar a los ya convertidos y bendecir  sus matrimonios,  con mucha insistencia pedían que los bautizados se hicieran sociables después del Sacramento. A todo lo  cual atendían en trabajo continuo, sin duda ayudados de la gracia del Señor, que si no muy difícilmente  podrían permanecer con salud.

            Bien ponderada la obra misionera de los Padres, podría considerarse milagrosa, tratándose de gente pobre, necesitada y nueva en la fe, tan hecha a las supersticiones del paganismo,  sometida a las influencias de los hechiceros y hablando tantas lenguas.

           Al esfuerzo ordinario, se añadían los caminos tan dificultosos, que a veces parecían despeñaderos, y que muchas veces era  menester pasarlos a pie y evitando peligros, arrastrarse por el suelo o rodear las cuestas abajo.

            Ante todo esto, la Casa de Guadiana apoyó mucho a los misioneros, recurriendo a ella, con oportunidad para descansar y atender a su desarrollo humano, personal y espiritual.

 

Héctor González Martínez

 Arzobispo Emérito de Durango

Los Jesuitas en Durango

            3333550107_dd87082e26_qYa sabemos que a partir de 1492, fueron llegando a México una oleada trás otra de misioneros; primero los franciscanos, y después muchos otros. El 28 de septiembre de 1572, llegó a Nueva España un grupo de la Compañía de Jesús:   ocho sacerdotes, tres hermanos teólogos y cuatro coadjutores, encabezados por el Superior R. P. Pedro Sánchez. Las primeras Fundaciones importantes fueron de los Colegios de S. Pedro y S. Pablo en 1573 y de S. Gregorio en 1586.

            Este buen inicio, sirvió de ejemplo para su actividad entre indígenas y criollos; actividad que se extendió benéficamente por la República en una red de Colegios y Residencias que elevaron el nivel cultural, moral y religioso: Pátzcuaro en 1573; Oaxaca en 1574; Puebla y Valladolid en 1578;  Guadalajara en 1586; Zacatecas en 1590; Durango en 1593. Junto a sus casas, los jesuitas establecían escuelas para enseñar a leer y escribir; eran escuelas gratuitas y populares, admitiendo a pobres, ricos, indígenas o negros; también se enseñaba la doctrina cristiana, la buena educación, la limpieza, la piedad, el respeto a los pobres y la caridad fraterna. En los colegios de externos, se tenían internados, donde los jóvenes vivían de día y de noche; ahí los jóvenes en su mayoría,  se formaban competentemente, no sólo en las letras, sino también en todas las virtudes cívicas y religiosas.

            En el Noroeste de la Nueva España, mediante misiones entre infieles fomentaron lo temporal para apuntalar lo espiritual. Desde el 6 de julio de 1591, los jesuitas empezaron a trabajar en ministerios especialmente dedicados a indígenas a orillas del río Sinaloa. Los misioneros jesuitas, fueron de lo mejor de su Orden, que rebosante de vigor y de fe,  se lanzó a la conquista del Nuevo Mundo recién descubierto. Esta empresa exigía grandes cualidades de virilidad, carácter, inteligencia, valor, salud y constancia. En los 175 años que los jesuitas atendieron el noroeste de México, en las distintas formas y ministerios, atendieron a más de dos millones de indígenas. Ellos estudiaron el mayor número de lenguas indígenas; su obra lingüística histórica y científica es notable.

              El cronista de la Compañía de Jesús, narra que, cuando en 1590 gobernaba la Provincia de la Nueva Vizcaya, D. Rodrigo Río de la Loza, solicitó al Provincial de los jesuitas, le enviara a esta Provincia, misioneros de la Compañía, para la instrucción de las naciones vecinas; el P. Provincial le envió luego a los Padres Martín Pérez y Gonzalo de Tapia. Pero, cuando los Padres se presentaron al Gobernador, éste les dio una grata bienvenida; pero les dijo que en vez de misionar entre los vecinos de Guadiana,  creía “ser conveniente que se dedicasen a los pueblos de Sinaloa”. Los padres Martín y Gonzalo, oído el parecer, partieron luego con rumbo a Culiacán, permaneciendo unos días en la Villa, ejerciendo el ministerio en muchos pueblos de la región, por el rumbo de Rosario, Chiametla y Matatán, hasta que llegaron a S. Felipe y se repartieron los pueblos, para evangelizarlos.

            Al principio, los indígenas se mostraron recelosos, pero distinguiendo el trato de los colonizadores y de los misioneros, acabaron familiarizándose con los Padres. El P. Tapia, permaneció un tiempo, progresando rápidamente en la misión. Después decidió internarse en el territorio y luego regresar a sus primeras doctrinas. Mientras tanto, en Tevorapa, pueblo cercano a S. Felipe, un indígena decidió matar al P. Martín, y aprovechando una ocasión en que el Padre quedó solo en su aposento, Nacabeba y dos compañeros ingresaron al cuarto del Padre; conversando con él, traidoramente con macana lo golpearon en la cabeza; el Padre, como pudo salió del cuarto, y a la entrada de la Iglesia abrazando una cruz expiró el primer jesuita martirizado en la  Nueva Vizcaya. Los asesinos le cortaron la cabeza y un brazo y huyeron.

Héctor González Martínez

                                                                                              Obispo Emérito

Los tres Beatos Niños Mártires de Tlaxcala

Sr.-Arzobispo-288x300El 13 de mayo de 1524, desembarcaron en S. Juan de Ulúa, los doce franciscanos, presididos por Fr. Martín de Valencia y considerados como los fundadores de la Iglesia en México. A mediados del mismo año, en presencia de Cortés, tuvieron una Junta Administrativa de lo espiritual, determinando distribuirse en cuatro grupos para evangelizar la tierra: Ciudad de México, Texcoco, Tlaxcala y Huejotzingo. También tomaron medidas sobre catequesis, bautismo, confesiones, enfermos, matrimonio, y la extremaunción.

          Para aprender la lengua, se les ocurrió hacerse niños con los niños, jugando con ellos, se fijaban en los vocablos, los apuntaban y los compartían por las tardes. Además, componían letras y tonadas de cantos, que agradaban a los indígenas; pero, también derrocaban templos y destruían ídolos; ante esta osadía, bastaba que un fraile enviara algunos niños con rosarios y otros objetos, para que los indígenas se alejaran de idolatrías, hechicerías o borracheras.

         La Evangelización franciscana en la Nueva España, en contacto con los niños, adolescentes y jovencitos, pronto rindió frutos de vida cristiana con los primeros mártires que conocemos: tres niños, educados en la primera escuela franciscana de Tlaxcala: Cristóbal, Antonio y Juan.

          Cristóbal, nacido en Atlihuetzía, que en náhuatl significa “agua que cae”, hijo de Acxotecatl y Tlapazilotzin, tenía unos doce años cuando fue martirizado. El niño asimiló rápidamente la doctrina cristiana, y él mismo pidió el Bautismo. Pronto empezó a exhortar a su padre y a sus familiares a dejar la embriaguez y los ídolos. Viendo que no le hacían caso, empezó a recoger y destruir los ídolos de la familia y a derramar el pulque. Acxotecatl retiró a sus hijos de la escuela y quedándose sólo con Cristóbal, lo increpaba, lo golpeaba a puntapiés y a garrotazos, hasta echarlo al fuego. Rescatado por su madre y demás familiares, sobrevivió hasta el día siguiente. Llamó a su padre y le dijo: “no pienses que estoy enojado, porque yo estoy muy alegre; me has hecho más honra que lo que vale tu señorío”.

            Antonio y Juan, nacieron en el Señorío de Tizatlán. Antonio era nieto de Xicotencátl, el Grande, Señor de Tizatlán y Senador de Tlaxcala. De Juan sólo se sabe que era servidor de Antonio. Dos años después del martirio de Cristóbal, pasaron por Tlaxcala dos religiosos dominicos, Fr. Bernardino Minaya y Fr. Gonzalo Lucero, dirigiéndose a misionar en Oaxaca. Mirando tantos niños en la escuela franciscana, solicitaron a Fr. Martin de Valencia, que les facilitara algunos compañeros para catequistas e intérpretes. Fueron designados Antonio y Juan, y un tercero llamado Diego. Fray Martín de Valencia les exhortó a estar preparados, si les tocaba sufrir mucho; ellos contestaron estar dispuestos. Llegando a Tepeaca, los dominicos comenzaron a predicar el Evangelio. Los niños se dedicaron a recoger ídolos en Tecali y Cuahutinchán, donde fueron sorprendidos por los naturales, quienes les mataron a palos. El niño Diego se escapó.

            El franciscano Fr. Toribio de Benavente, llamado Motolinía por los indígenas, y otros documentos narran el hecho, recogido de los mismos familiares. En 1982, Mons. Luis Munive Escobar, Obispo de Tlaxcala y originario de ahí mismo, introdujo y favoreció la Causa, con el fin de presentar a la niñez y a la juventud de México, modelos evangelizadores y catequistas. También, para hacer justicia a la primera Evangelización del siglo XVI, que en tan poco tiempo logró admirables frutos de santidad.

            El 6 de mayo de 1990, en la Basílica de Guadalupe en México, el Santo Padre Juan Pablo II, declaró Beatos a los niños Mártires de Tlaxcala Cristóbal, Antonio y Juan. Con ello, estos niños tlaxcaltecas, misioneros, catequistas y mártires, pueden ser venerados en la Diócesis de Tlaxcala. Para que sean declarados Santos Canonizados, se requiere la presentación y el reconocimiento de un auténtico milagro.  Entonces, podrán tener culto en cualquier lugar de la Iglesia Universal.

Héctor González Martínez; Obispo Emérito

 

Migración de Tlaxcaltecas hacia el Norte

Sr.-Arzobispo-288x300De miércoles a domingo de la semana pasada, visité Tlaxcala, para sus fiestas religiosas. Pude apreciar aspectos culturales y religiosos en una hermosa y bien lograda inculturación que perdura hasta el presente: fervor mariano, historia, arquitectura civil y religiosa con muchos retablos barrocos,   el lugar de los tres Beatos Niños Mártires de Tlaxcala,   vida cívica y vivencia cristiana,  celebraciones litúrgicas, participación de los fieles, repetidos repiques de campanas, abundante pólvora, comunicación cristiana de bienes.

            En Huamantla, “la noche en que nadie duerme”: ríos de gente a pie, por las calles tapizadas con pétalos de variadas flores formando tapetes, por los cuales pasó la Imagen de la Santísima Virgen. Una  corrida de toros (que comienza con la vuelta al ruedo y una oración, presidida por el Sr. Obispo de Tlaxcala). Culminando todo con la Eucaristía de media noche y la procesión por las calles con la imagen de Ntra. Sra. de la Caridad.

            Estos datos que pude captar muestran que los primeros Misioneros llegados a la Nueva España, lejos de ser rudos o ignorantes, habían recibido una seria formación posterior al Concilio Tridentino; valores religiosos que supieron inculcar en el alma indígena, de modo que sus huellas   vienen atravesando  los tiempos hasta nuestros días.

            Pero, mientras la vida cristiana se había establecido seriamente en Tenochtitlan, Texcoco, Huejotzingo y Tlaxcala;  más al norte, existían muchas otras etnias como zacatecas, tepehuanos, acaxees, xiximíes,  tarahumares, conchos, pames, copuces, guachichiles, guaxabanes, tepeques, guames, cazcanes,  etc. ocupando parte del  extenso territorio globalmente denominado  “La Gran Chichimeca”. Un común denominador de esos grupos  era ser nómadas y reacios a la vida en pueblos,  dedicados a la caza y a la recolección; sus incursiones causaban grandes destrozos en villas y caravanas españolas. Como defensa contra esas tribus nómadas, se construyeron presidios de militares habitados por cholultecas, mexicas, tarascos y otros indígenas evangelizados.

            Pero los ataques chichimecas no paraban; cuando surgió el oficial mestizo Miguel Caldera, quien recorrió la “Gran Chichimeca”, obsequiando ropa y comida buscando pacificar a los chichimecas y hacerlos sedentarios; .entonces, en 1590 el Virrey Luis de Velasco II nombró a

Miguel Caldera como Justicia Mayor de los asentamientos chichimecas.

            Miguel Caldera y los franciscanos pidieron que el Rey apoyara con  cuatrocientas familias indígenas cristianas para colonizar y cristianizar la Gran Chichimeca: haciéndolos cristianos y enseñándoles a vivir en pueblos; a los tlaxcaltecas que aceptaran ir a colonizar se les concederían privilegios llamados capitulaciones, que heredarían sus descendientes. Se reclutaron aproximadamente 1100 personas, entre varones, mujeres, casados, solteros, viudos y niños  de los cuatro señoríos de Tlaxcala; acompañados por  frailes franciscanos, salieron de Tlaxcala en la primera semana de junio de 1591, el 15 de junio divisaron la Ciudad de Tenochtitlán, donde se reunieron con el Virrey Luis de Velasco

            La caravana siguió por el camino de la plata; el 6 de julio llegó a S. Juan del Río y ahí levantaron un censo. Luego, una parte quedó en S. Miguel Mexquitic; otra parte colonizaría Colotlán Jalisco; otra parte iría a San Andrés del Téul y otros lugares de Zacatecas; y otra iría a Coahuila y Nuevo León. Al principio se logró que los chichimecas se hicieran sedentarios por medio del cultivo de la tierra. Pero, en los varios rumbos y destinos fueron teniendo distintas dificultades. Sin embargo, en medio de todo, se fueron abriendo camino, y fueron sirviendo de fermento e impulso tanto a la fusión cultural y religiosa para  una nueva sociedad y una nueva cristiandad. Y surgieron las nuevas expresiones religiosas, culturales y civilizadoras, de que ahora disfrutamos.

     Héctor González Martínez

Obispo Emérito

Guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil

Sr.-Arzobispo-288x300El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar, ni deje de decir aquello que hay que manifestar. Porque así como el hablar indiscreto lleva al error, así el silencio imprudente deja en su error a quienes pudieran haber sido adoctrinados. Porque con frecuencia acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que huir cuando se acerca el lobo.

            Por eso el Señor reprende a estos prelados, llamándoles, por boca del profeta: “Perros mudos, incapaces de ladrar”. Y también  dice de ellos en otro lugar: “No acudieron a la brecha ni levantaron cerco en torno a la casa de Israel, para que resistiera en la batalla, en el día del Señor”. Acudir a la brecha significa aquí oponerse a los grandes de este mundo, hablando con entera libertad para defender a la grey; y resistir en la batalla en el día del Señor es lo mismo que luchar por amor a la justicia contra los malos que acechan.

            ¿Y qué otra cosa significa no atreverse el pastor a predicar la verdad, sino huir, volviendo la espalda, cuando se presenta el enemigo? Porque si el pastor sale en defensa de la grey es como si en realidad levantara cerco en torno a la casa de Israel. Por eso, en otro lugar, se dice al pueblo delincuente: “Tus profetas te predicaron cosas falsas y vanas, y no revelaron tu culpa para invitarte a penitencia”. Pues hay que tener presente que en la Escritura se da algunas veces el nombre de profeta a aquellos que, al recordar al pueblo cuán caducas son las cosas presentes, le anuncian ya las realidades futuras. Aquellos, en cambio, a quienes la Palabra de Dios acusa de predicar cosas falsas y vanas son los que, temiendo denunciar los pecados, halagan a los culpables con falsas seguridades y, en lugar de manifestarles sus culpas, enmudecen ante ellos.

            Porque la reprensión es la llave con que se abren semejantes postemas: ella hace que se descubran muchas culpas que  desconocen a veces incluso los mismos que las cometieron. Por eso san Pablo dice que el Obispo debe ser capaz de “exhortar y animar con sana instrucción y rebatir a los contradictores”. Y, de manera semejante, afirma Malaquías: “De la boca del sacerdote se espera instrucción, en sus labios se busca enseñanza, porque es mensajero del Señor”. Y también dice el Señor por boca de Isaías: “Grita a voz en cuello, sin cejar, alza la voz como una trompeta”.

            Quienquiera pues que se llega al sacerdocio recibe el oficio de pregonero, para ir dando voces antes de la venida del riguroso juez que ya se acerca. Pero, si el sacerdote no predica, ¿por ventura no será semejante a un pregonero mudo? Por esta razón el Espíritu Santo quiso asentarse, ya desde el principio, en forma de lenguas sobre los pastores; así daba a entender que de inmediato hacía predicadores de sí mismo a aquellos sobre los cuales había descendido.

  1. 1.          (De la Regla Pastoral de san Gregorio Magno, Papa del 590 al 604; Libro 2, 4: PL 77, 30-31).

Mons. Héctor González Martínez

Obispo Emérito de Durango.

Fray Simón del Hierro

            Sr.-Arzobispo-288x300Este fraile, nacido en la Ciudad de Zacatecas el 18 de febrero de 1700, siendo niño de ocho años, vio llegar a Fr. Antonio Margil de Jesús para fundar el Colegio “De Propaganda Fide” en Guadalupe, lo conoció y lo admiró. Obtuvo luego el bachillerato en Filosofía en la Universidad de México, regresó a Zacatecas para hacerse fraile franciscano en el Colegio, tomando el hábito en 2 de mayo de 1719; un año después hizo los votos y fue ordenado Sacerdote el 28 de octubre de 1724, y fue nombrado Maestro de novicios.

            Pronto, Fr. Margil escogió a Fr. Simón para compañero, llegando a ser el más fiel discípulo, émulo y continuador de Fr. Antonio Margil de Jesús; antes de ello, Fr. Margil de Jesús había dicho a Fr. Simón: “¿Se atreve Fr. Simón, que vamos a quemar el mundo? Pues prepárese”.    Fr. Simón cuenta que “le acompañó once meses, día a día hasta que murió. Juntos caminábamos, juntos descansábamos en los parajes en una misma posada, y en los conventos en una misma celda; por todo el camino siempre rezando los dos o con la gente, que casi siempre le seguía; siempre predicando y confesando en los pueblos, en las haciendas y en los ranchos. Siempre entraba cantando el Alabado y se iba a la Iglesia siempre convidando a todos los que se quisieran confesar”.

            Al morir Fr. Antonio Margil de Jesús el 6 de agosto de 1726, asistido por Fr. Simón, este, como heredero del espíritu de Fr. Margil, el 26 de octubre del mismo año  tomó el báculo con el Crucifijo y, acompañado por cinco frailes, emprendió el viaje hacia las Huastecas, llegando de paso a visitar a nuestra Señora del Tepeyac. La gira misionera se extendió a los estados de Veracruz y Tamaulipas, regresando al Colegio el 24 de abril de 1727.

            Fr. Simón del Hierro fue un gran misionero itinerante; en el mismo año de 1727, con Fr. Manuel González, realizó un segundo viaje misionero por Nochistlán, Yahuialica y Cuquío, regresando a su encargo de Maestro de Novicios. De 1736 a 1737, acompañado de Fr. Ignacio de Herice, salió por Calera, Fresnillo, Rancho Grande, san Juan y san Miguel del Mezquital hasta Parral y Chihuahua, penetrando a la sierra tarahumara, continuando por Sonora y Sinaloa, volviendo por Durango, Muleros, Sombrerete y Fresnillo. Su método era el de Fr. Margil: caminar ordinariamente a pie, comer lo que se les ofreciera por el camino, detenerse en cada pueblo o ranchería el tiempo que fuera necesario para predicar en templos y plazas, confesar  aún por las veredas, celebrar la Eucaristía en templos o enramadas, durmiendo hasta a cielo raso. Así, daban testimonio de vida cristiana e impulsaban a la gente en la tarea de la propia superación.

            Después de cumplir su deber de formación de los novicios y de recargar las energías físicas y espirituales, la cuarta salida de Fr. Simón, fue entre junio de 1742 y agosto de 1743, se dirigió a Nuevo León, llegando a la hacienda de Espíritu Santo, Salinas, Charcas, Agualeguas, Cerralvo y Linares. Vuelve al Colegio y entre 1743-1744, con más conocimiento del terreno y de las gentes, repasa estos lugares, con un Viaje y Misión del Reino. Con sólida formación, en la plenitud de su vida, con la gran experiencia acumulada,  los siguientes años, hasta 1759, los gasta Fr. Simón en formar las Misiones de Tamaulipas y de Texas, obra culminante de su vida.

            El 28 de julio de 1759, Fr. Simón es elegido por su Comunidad como Guardián del Colegio de Guadalupe. Su gobierno, fue sereno y reposado, sin graves problemas y sin pendientes de construcción, pues la obra material del Colegio estaba terminada. Las Misiones de Tamaulipas y de Texas exigían atención y los recursos disponibles. Fr. Simón puso especial cuidado en la atención a sus frailes. Dice un cronista, que “su mayor alabanza será haber desempeñado un gobierno eficaz, armónico, ponderado, de veras inteligente, fraternal y caritativo”. Terminado el período de su gobierno, se dedicó a escribir, tuvo el encargo de Comisario de Misiones, redactó informes, en octubre de 1774 celebró su jubileo sacerdotal y murió en su Colegio el día 27 de enero de 1775. Le caracteriza, haber sido discípulo, compañero y émulo de Fray Antonio Margil de Jesús.

     Héctor González Martínez

                          Obispo Emérito

 

Tres Colegios “De propaganda Fide”

Sr.-Arzobispo-288x300El pasado domingo 28 de junio, visité en su domicilio de la Ciudad de Zacatecas, al Pbro. Dr. Jesús López de Lara, quien vivió en nuestro Seminario Mayor, unos 3-5 años cuando yo era prefecto de Teólogos. Aquí, él inició la experiencia nacional de los Cursos Introductorios al Seminario Mayor. Ahora, el Padre está escribiendo una historia de las Misiones franciscanas realizadas en el norte de México desde los Colegios “De Propaganda Fide”. Él me hizo el favor de regalarme el capítulo V de ese borrador, en que me basaré para esta entrega y la siguiente.

             Fr. Antonio Linaz de Jesús María, con el apoyo del Papa y del Rey reclutaba en España jóvenes franciscanos para fundar el Colegio “De Propaganda Fide” de Santa Cruz de Querétaro. Fr. Antonio Margil de Jesús, nacido el 18 de agosto de 1657 en Valencia, ingresó al noviciado a los 16 años de edad, y después de estudiar filosofía y teología, fue ordenado Sacerdote en 1682; sintiendo  el llamado a pasar a la Nueva España, junto con otros 23 seleccionados, después de tres meses de navegación llegó a Veracruz el 6 de junio de 1683.

              Era maravilloso el nuevo mundo que esperaba a Fr. Margil: geografía fantástica, multitud de razas, lenguas y costumbres; culturas indígenas vivas, dóciles y expectantes algunas y otras indomables y cerradas; montañas gigantescas, barrancas y desiertos inexplorados. Pero, sobre todo, una tierna y profunda devoción a la Madre de Dios; Santa María de Guadalupe sería para él su inmediata superiora, su Preladita.

            El panorama del trabajo misional no tenía límites: habría de trabajar con pueblos paganos y comunidades ya cristianas, con laicos, religiosas y sacerdotes, en ciudades, pueblos, aldeas y caseríos. Fr. Margil predicará en iglesias, barrios y plazas, enseñando a cantar el Alabado de S. Francisco. En marzo de 1584 comienzan las correrías increíbles de Fr. Margil: sale de su Colegio de Querétaro y va a san Francisco el Grande de México, a Puebla, Orizaba, Córdoba, Campeche y Mérida, Tabasco y Chiapas; a donde llega agotado y enfermo. Recibe la Extremaunción, le preparan el ataúd. Se recupera y en Guatemala trabaja con los indígenas más pobres y miserables; recorre El Salvador, con el crucifijo en lo alto del báculo y cantando. En Nicaragua se hospeda en un pequeño convento franciscano, llega a Costa Rica. Catorce años largos y maravillosos, de duro viajar entre indígenas miserables y hostiles; muchas veces estuvo a punto de morir de hambre o asesinado por los infieles. Su regreso por Chiapas y Oaxaca durante tres años, el 22 de abril de 1697 llega a Querétaro, como Guardián y Superior: habiendo vivido las más duras exigencias de la conquista espiritual, ahora podía formar a otros frailes que continuaran la tarea. Podía orar, estudiar y reponer las fuerzas corporales. En 1698 en un viaje pasa por Morelia, Apaseo, Celaya, Acámbaro, Zinapécuaro y Charo. Por Toluca va a Ciudad de México y regresa a Querétaro, deteniéndose en cada lugar  lo necesario para predicar, confesar y servir a quienes se lo piden.

            Al terminar su trienio, regresa a Guatemala a poner paz y a fundar un segundo Colegio “De Propaganda Fide”. Recorre el Istmo hasta Panamá. El 25 de julio de 1706, estando en Costa Rica recibe orden del P. Comisario General de trasladarse hasta Zacatecas, para fundar ahí otro Colegio “De Propaganda Fide”, ya aprobado por el Rey el 27 de enero de 1704, Colegio establecido en Guadalupe Zac en 1707. De este colegio salieron misioneros para suplir a los desterrados jesuitas en 1767 y misioneros para el norte de México, hasta más allá del Rio Bravo o Grande. Por Fresnillo y Sombrerete llegó a Durango en caminata misionera.

Fr. Antonio Margil de Jesús, fue uno de los más grandes misioneros de todos los tiempos, recorriendo a pie, los caminos desde Panamá hasta Lousiana y Texas: cuarenta años de trabajos y fatigas, afrontando muy variados climas, hostilidad de los infieles, variedad de lenguas, amenazas de martirio, alimentándose a base de raíces, frutas silvestres, maíz y cacao. A los sesenta años estaba flaco, calvo y encorvado; pero seguía caminando a pie, aunque más despacio, sin perder su firmeza y alegría; muriendo en Zacatecas el 6 de agosto de 1726; fue sepultado en la Capilla.

Héctor González Martínez

 Obispo Emérito