Jesús se acerca a los enfermos que viven en una situación límite, a quienes experimentan su mal como algo irremediable, los acoge, los toca y los cura

      mons enrique episcopeo-01      El próximo día 11 de febrero celebramos la Jornada Mundial del Enfermo en la que el Papa Francisco se dirige a “vosotros que lleváis el peso de la enfermedad y de diferentes modos estáis unidos a la carne de Cristo sufriente; así como también a vosotros, profesionales y voluntarios en el ámbito sanitario”. Nos hace una invitación de acercarnos al enfermo, con “una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios”. Jesús es el modelo a seguir.

            Uno de los datos que, con mayor garantía histórica, podemos afirmar de Jesús es su cercanía y atención preferente a los enfermos: los leprosos, los tarados, los desvalidos, los locos, hombres y mujeres incapaces de abrirse camino en la vida. Cuando entra en una ciudad o en una aldea, su mundo preferido es ese submundo de enfermos a los que se les niega la dignidad y los derechos mínimos sin los cuales la vida no puede ser considerada humana.

En la sociedad judía la enfermedad no es solo un problema biológico. El enfermo es un hombre al que le está abandonando el rúaj, ese aliento vital con que el mismo Dios sostiene a cada persona; es un ser amenazado en su misma raíz, alguien que va cayendo en el olvido de Dios. Él vive su enfermedad como una experiencia de impotencia, de desamparo, de abandono y rechazo de Dios. Toda enfermedad es vergonzosa, pues es considerada signo y consecuencia del pecado, es castigo o maldición de Dios y el enfermo, un hombre “herido por Yahvé”. Abandonados por Dios y por los hombres, los enfermos son el sector más desamparado y despreciado en la sociedad judía.

Jesús encuentra a los enfermos tirados por los caminos, en las afueras de los pueblos. Jerusalén se había convertido en “un gran centro de mendacidad”. Son enfermos que no centan con asistencia médica; incapacitados para ganarse el sustento, arrastran su vida en la miseria y el hambre. La inmensa mayoría son incurables: enfermos mentales, incapaces de ser dueños de sí mismos, a los que no solo ha abandonado el espíritu de Dios, sino que están poseídos y dominados por espíritus malignos. Otros, contagiosos, excluidos de la convivencia y obligados a alejarse de las poblaciones por su peligrosidad social. Hombres y mujeres sin hogar y sin futuro.

A estas personas se acerca Jesús: a los que no tienen sitio en el mundo; a los que día a día se topan con las barreras que los separan y excluyen de la convivencia; a los humillados, los condenados a la inseguridad, el miedo, la soledad y el vacío; a los enfermos que viven en una situación límite; a los que experimentan su mal como algo irremediable. A ellos se acerca Jesús, los acoge, los toca y los cura.

Cómo actúa Jesús ante los enfermos. No le mueve ningún interés económico o lucrativo. Su entrega es totalmente gratuita como ha de serlo la de sus seguidores: “Id proclamando que el reinado de Dios está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis, dadlo gratis” (Mt 10,7-8).

No actúa tampoco movido por un deber profesional. Jesús no es médico, ni curandero de oficio. Tampoco se trata de un servicio religioso como el del sacerdote judío, obligado a realizar a los enfermos las purificaciones prescritas o las técnicas curativas que se acostumbraban en algunos santuarios y que se nos narran en los relatos helénicos de milagros.

No mueve tampoco a Jesús un interés proselitista, buscar la integración de un nuevo miembro en el grupo de seguidores. Aunque esto sucede en diversas ocasiones (Lc 8,1-3; Jn 5,2-18; 9,1-41), Jesús es capaz de decir al curado en Gerasa que le pide seguir con él: “Vete a tu casa, donde los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo” (Mc 5,19).

Jesús actúa movido por su amor entrañable a estos seres desvalidos y por su pasión liberadora por arrancarlos del poder desintegrador del mal. Es la misericordia la que lo impulsa (Mc 1,41). Así, hace palpable así la cercanía misericordiosa de Dios. Sus gestos encarnan, hacen realidad el amor del Padre hacia estos seres pequeños y desvalidos. Él es signo de que Dios no abandona a los enfermos. Es cierto lo que proclama: “Si yo arrojo los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha llegado a vosotros el reinado de Dios” (Mt 12,28). Dios está cerca. No están perdidos. Su situación no representa lo definitivo de la existencia. Sus vidas quedan abiertas a la esperanza.

Jesús se hace presente allí donde la vida aparece más amenazada y aniquilada. Y es a partir de su acción liberadora y recreadora en medio de este mundo enfermo desde donde anuncia el reinado de Dios. El servicio liberador a ese hombre enfermo, humillado, excluido y destinado al fracaso es el lugar desde el que se puede anunciar a la sociedad entera la gracia salvadora de Dios, amigo del hombre y amigo de la vida.

Oh María, intercede como Madre nuestra por todos los enfermos y los que se ocupan de ellos. Haz que en el servicio al prójimo que sufre y a través de la misma experiencia del dolor, podamos acoger y hacer crecer en nosotros la verdadera sabiduría del corazón

Durango, Dgo., 8 de febrero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

La maternidad y la paternidad son la más sublime realización del hombre y de la mujer

mons enrique episcopeo-01El Santo Padre Francisco sigue catequizándonos sobre la familia. En días pasados se centró en la palabra “padre”. Una palabra más querida que cualquier otra por nosotros cristianos, porque es el nombre con el cual Jesús nos ha enseñado a llamar a Dios: Padre.

 “Padre” es una palabra conocida a todos, una palabra universal. Ella indica una relación fundamental cuya realidad es antigua cuánto la historia del hombre. No obstante, hoy se ha llegado a afirmar que nuestra sociedad sería una “sociedad sin padres”, en la cual, la figura del padre estaría simbólicamente ausente, desvanecida, removida.

En el pasado se entendía al padre como censor de la felicidad de los hijos y obstáculo a la emancipación y a la autonomía de los jóvenes. Algunas veces en nuestras casas reinaba el autoritarismo, en ciertos casos incluso el atropello: padres que trataban a los hijos como siervos, no respetando las exigencias personales de su crecimiento; padres que no los ayudaban a emprender su camino con libertad (pero no es fácil educar a un hijo en libertad) padres que no los ayudaban a asumir las propias responsabilidades para construir su futuro y aquel de la sociedad.           El problema de nuestros días es más bien la ausencia del padre. Los padres están a veces tan concentrados en sí mismos y en su propio trabajo y a veces en su propia realización individual, al punto de olvidar también la familia. Y dejan solos a los niños y a los jóvenes. Debemos estar atentos, la ausencia de la figura paterna en la vida de los pequeños y de los jóvenes produce lagunas y heridas que pueden ser también muy graves.

Las desviaciones de los niños y de los adolescentes en buena parte se pueden atribuir a esta falta, a la carencia de ejemplos y de guías competentes en su vida de todos los días, a la carencia de cercanía, a la carencia de amor de parte de los padres. El sentido de orfandad que viven tantos jóvenes es más profundo de lo que pensamos.

Son huérfanos pero ‘en familia’, porque los padres a menudo están ausentes, incluso físicamente, de casa, pero sobre todo porque, cuando están, no se comportan como padres, no dialogan con sus hijos, no cumplen con su tarea educativa, no dan a los niños con su ejemplo acompañado de las palabras, aquellos principios, aquellos valores, esas reglas de vida, de las que necesitan como el pan.

Pero esto también lo vemos en la comunidad civil. La comunidad civil con sus instituciones, tiene una cierta responsabilidad, podemos decir, paterna hacia los jóvenes. Una responsabilidad que a veces descuida o ejerce mal. También ella a menudo los deja huérfanos y no les propone una verdad de perspectiva.

Los jóvenes quedan, así, huérfanos de caminos seguros a recorrer, huérfanos de maestros en los cuales confiarse, huérfanos de ideales que inflamen el corazón, huérfanos de valores y esperanzas que los sostengan cotidianamente. Son llenados, tal vez, de ídolos, pero se les roba el corazón; son empujados a soñar diversiones y placeres, pero no se les da trabajo; son ilusionados con el dios dinero, y se les niegan las verdaderas riquezas.

Es bueno para todos, a los padres y a los hijos, volver a escuchar la promesa que Jesús hizo a sus discípulos: “No los dejo huérfanos” (Jn 14:18). Es Él, de hecho, el camino a recorrer, el Maestro al que escuchar, la Esperanza de que el mundo puede cambiar, que el amor vence al odio, que puede haber un futuro de fraternidad y de paz para todos.

Durango, Dgo., 1 de febrero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Caridad pastoral del sacerdote: total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo

mons enrique episcopeo-01Como cada año el presbiterio de Durango se reúne en plenario la próxima semana. Convocados por su pastor el Arzobispo José Antonio Fernández Hurtado, los 167 sacerdotes y los diáconos de la Arquidiócesis de Durango se reúnen en torno a él para orar, convivir, estudiar, hacer deporte. En esta ocasión por primera vez convocados por su nuevo pastor.

Estos días son un momento privilegiado para vivir la comunión como Iglesia Diocesana. La enseñanza de la Iglesia en Pastores Gregis (47), dice: “El Obispo ha de tratar de comportarse siempre con sus sacerdotes como padre y hermano que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico”. Estos próximos días son un tiempo de Gracia para revitalizar nuestra relación fraternal como presbíteros y la relación con nuestro Pastor.

El Objetivo del Plenario es: “Cultivar la identidad sacerdotal mediante la fraternidad, en unión con nuestro obispo, para suscitar un mayor compromiso pastoral y asumir con alegría los retos de la nueva evangelización”.

Para los sacerdotes es una oportunidad para renovar su identidad y ministerio sacerdotal. Pastores dabo vobis (17), nos dice: “El ministerio ordenado, por su propia naturaleza, puede ser desempeñado sólo en la medida en que el presbítero esté unido con Cristo mediante la inserción sacramental en el orden presbiteral, y por tanto en la medida que esté en comunión jerárquica con el propio Obispo…El ministerio de los presbíteros es, ante todo, comunión y colaboración responsable y necesaria con el ministerio del Obispo”.

Los temas que vamos a reflexionar, meditar y dialogar son: La Identidad sacerdotal y espiritualidad del sacerdote diocesano, haciendo énfasis en la Dimensión humana: la persona del sacerdote, las relaciones del sacerdote, las etapas de la vida del sacerdote. El otro aspecto es la Formación Permanente del sacerdote.

Sobre el segundo tema dice Pastores Gregis (47) El afecto especial del Obispo por sus sacerdotes se manifiesta como acompañamiento paternal y fraterno en las etapas fundamentales de su vida ministerial, comenzando ya en los primeros pasos de su ministerio pastoral. Es fundamental la formación permanente de los presbíteros, que para todos ellos es una “vocación en la vocación”, puesto que, con la variedad y complementariedad de los aspectos que abarca, tiende a ayudarles a ser y actuar como sacerdotes al estilo de Jesús”.

Le damos gracias a Dios por estos días de convivencia sacerdotal. Le damos gracias a Dios por nuestros sacerdotes: los jóvenes, los de mediana edad y los más grandes de gran experiencia en la vida sacerdotal que gastado toda su vida al servicio del Pueblo de Dios. Gracias a Dios porque nuestro presbiterio son buenos sacerdotes, especialmente por quienes nos dan testimonio de vida en las comunidades más lejana de nuestra Arquidiócesis.

Que en estos días los sacerdotes renovemos el carisma de Dios recibido con la imposición de las manos (2 Tim 1, 6); que sintamos el consuelo de la profunda amistad que nos vincula con Cristo y nos une entre nosotros; que experimentemos el gozo del crecimiento de la grey de Dios en un amor cada vez más grande a Él y a todos los hombres; que cultivemos el sereno convencimiento de que el que ha comenzado en nosotros esta obra buena la llevará a cumplimiento hasta el día de Cristo Jesús (Flp 1, 6). Sabemos que con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia.

Durango, Dgo., 25 de enero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

A la globalización del fenómeno migratorio hay que responder con la globalización de la caridad y de la cooperación

mons enrique episcopeo-01En la Jornada del Migrante y del Refugiado que hoy celebramos, el Papa Francisco nos ha enviado un mensaje en el que nos invita a reflexionar sobre este fenómeno humano y social de nuestro tiempo.

En México hay unos 6.5 millones de migrantes internos recientes, es decir que se fueron a vivir a otro estado o municipio del país, mientras que en Estados Unidos hay aproximadamente 6.8 millones de migrantes mexicanos no autorizados. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señaló que cifras censales de 2010 indican que en México unos 3.3 millones de personas (3.3%) que tienen 5 años o más viven en una entidad distinta a la que residían en 2005. A esto hay que añadir las cifras de deportaciones masivas, de los niños migrantes, etc.

El Papa Francisco nos invita primero a releerlo a la luz de Jesús “el evangelizador por excelencia y el Evangelio en persona” (Evangelii gaudium, 209). Su solicitud especial por los más vulnerables y excluidos nos invita a todos a cuidar a las personas más frágiles y a reconocer su rostro sufriente, sobre todo en las víctimas de las nuevas formas de pobreza y esclavitud. El Señor dice: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25,35-36).

Pero también desde la Misión de la Iglesia necesitamos acercarnos a los migrantes y refugiados, ella es peregrina en la tierra y madre de todos y su misión es amar a Jesucristo, adorarlo y amarlo, especialmente en los más pobres y desamparados. La Iglesia abre sus brazos para acoger a todos los pueblos, sin discriminaciones y sin límites, y para anunciar a todos que “Dios es amor” (1Jn 4,8.16). Después de su muerte y resurrección, Jesús confió a sus discípulos la misión de ser sus testigos y de proclamar el Evangelio de la alegría y de la misericordia.

Acoger y recibir. La Iglesia sin fronteras, madre de todos, extiende por el mundo la cultura de la acogida y de la solidaridad, según la cual nadie puede ser considerado inútil, fuera de lugar o descartable. Si vive realmente su maternidad, la comunidad cristiana alimenta, orienta e indica el camino, acompaña con paciencia, se hace cercana con la oración y con las obras de misericordia.

En esta época de tan vastas migraciones, un gran número de personas deja sus lugares de origen y emprende el arriesgado viaje de la esperanza, con el equipaje lleno de deseos y de temores, a la búsqueda de condiciones de vida más humanas. Estos movimientos migratorios suscitan desconfianza y rechazo, también en las comunidades eclesiales, antes incluso de conocer las circunstancias de persecución o de miseria de las personas afectadas. Esos recelos y prejuicios se oponen al mandamiento bíblico de acoger con respeto y solidaridad al extranjero necesitado.

Compromiso de solidaridad, de comunión y de evangelización. Hoy la Iglesia debe asumir nuevos compromisos. Los movimientos migratorios requieren profundizar y reforzar los valores necesarios para garantizar una convivencia armónica entre las personas y las culturas. Para ello no basta la simple tolerancia, que hace posible el respeto de la diversidad y da paso a diversas formas de solidaridad entre las personas de procedencias y culturas diferentes. Aquí se sitúa la vocación de la Iglesia a superar las fronteras y a favorecer “el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno” (Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014).

Globalización de la caridad y de la cooperación. Esta debe ser la respuesta para que se humanicen las condiciones de los emigrantes. Es necesario también, intensificar los esfuerzos para crear las condiciones adecuadas para garantizar una progresiva disminución de las razones que llevan a pueblos enteros a dejar su patria a causa de guerras y carestías, que a menudo se concatenan unas a otras.

Existen organismos e instituciones, en el ámbito internacional, nacional y local, que ponen su trabajo y sus energías al servicio de cuantos emigran en busca de una vida mejor. No ha sido suficiente, es necesaria una acción más eficaz e incisiva, que se sirva de una red universal de colaboración, fundada en la protección de la dignidad y centralidad de la persona humana. De este modo, será más efectiva la lucha contra el tráfico vergonzoso y delictivo de seres humanos, contra la vulneración de los derechos fundamentales, contra cualquier forma de violencia, vejación y esclavitud. Trabajar juntos requiere reciprocidad y sinergia, disponibilidad y confianza, sabiendo que “ningún país puede afrontar por sí solo las dificultades unidas a este fenómeno que, siendo tan amplio, afecta en este momento a todos los continentes en el doble movimiento de inmigración y emigración” (Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2014).

Añadir objetoDurango, Dgo., 18 de enero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo, es alabanza a Dios.

mons enrique episcopeo-01El Papa Francisco nos ha enviado el mensaje con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de Enfermo, a realizarse el próximo 11 de febrero. El tema de este año nos invita a meditar una expresión del Libro de Job: “Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies” (29,15). El Papa nos invita a profundizar el texto desde la perspectiva de la sapientia cordis, la sabiduría del corazón.

Esta sabiduría no es un conocimiento teórico, abstracto, fruto de razonamientos. Es una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos la imagen de Dios. Hagamos nuestra la invocación del Salmo: ¡A contar nuestros días enséñanos, para que entre la sabiduría en nuestro corazón! (Sal 90,12). Pero como resumir esta sabiduría del corazón cuando acompañamos al enfermo.

Sabiduría del corazón es servir al hermano. En el discurso de Job que contiene las palabras “Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies”, se pone en evidencia la dimensión de servicio a los necesitados de parte de este hombre justo, que goza de cierta autoridad y tiene un puesto de relieve entre los ancianos de la ciudad. Su talla moral se manifiesta en el servicio al pobre que pide ayuda, así como también en el ocuparse del huérfano y de la viuda (vv.12-13).

Cuántos cristianos dan testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una fe genuina, y son “ojos del ciego” y “del cojo los pies”. Personas que están junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada, de una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. Este servicio, especialmente cuando se prolonga en el tiempo, se puede volver fatigoso y pesado. Es relativamente fácil servir por algunos días, pero es difícil cuidar de una persona durante meses o incluso durante años, incluso cuando ella ya no es capaz de agradecer. Y, sin embargo, ¡qué gran camino de santificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial para la misión de la Iglesia.

Sabiduría del corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo, el cual “no ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20,28). Jesús mismo ha dicho: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).

Sabiduría del corazón es salir de sí hacia el hermano. A veces nuestro mundo olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo, porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir, y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse cargo del otro. Detrás de esta actitud hay frecuencia una fe tibia, que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

El Papa nos recuerda que, la absoluta prioridad de la “salida de sí hacia el otro” es uno de los mandamientos principales que fundan toda norma moral y es el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual como respuesta a la donación absolutamente gratuita de Dios (Evangelii gaudium,179). De la misma naturaleza misionera de la Iglesia brotan “la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve”.

Sabiduría del corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo. La caridad tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para visitarles. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job: “Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande” (Jb 2,13). Pero los amigos de Job escondían dentro de sí un juicio negativo sobre él: pensaban que su desventura era el castigo de Dios por una culpa suya. La caridad verdadera, en cambio, es participación que no juzga, que no pretende convertir al otro; es libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la aprobación y se complace del bien hecho.

La experiencia de Job encuentra su respuesta auténtica sólo en la Cruz de Jesús, acto supremo de solidaridad de Dios con nosotros, totalmente gratuito, totalmente misericordioso. Y esta respuesta de amor al drama del dolor humano, especialmente del dolor inocente, permanece para siempre impregnada en el cuerpo de Cristo resucitado, en sus llagas gloriosas, que son escándalo para la fe pero también son verificación de la fe (Homilía con ocasión de la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, 27 de abril de 2014).

También cuando la enfermedad, la soledad y la incapacidad predominan sobre nuestra vida de donación, la experiencia del dolor puede ser lugar privilegiado de la transmisión de la gracia y fuente para lograr y reforzar la sapientia cordis. Se comprende así cómo Job, al final de su experiencia, dirigiéndose a Dios puede afirmar: “Yo te conocía sólo de oídas, mas ahora te han visto mis ojos” (42,5). De igual modo, las personas sumidas en el misterio del sufrimiento y del dolor, acogido en la fe, pueden volverse testigos vivientes de una fe que permite habitar el mismo sufrimiento, aunque con su inteligencia el hombre no sea capaz de comprenderlo hasta el fondo.

   Durango, Dgo., 11 de enero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

No seamos partícipes del flagelo del sometimiento del hombre por el hombre; Sí seamos artífices de la globalización de la solidaridad y de la fraternidad

mons enrique episcopeo-01Desde el mes de Agosto del 2009, me hice cargo, por petición del Sr. Dn. Héctor González en ese entonces Arzobispo de Durango, de la publicación semanal “Episcopeo” que él escribía desde hacía varios años. En el inicio de este 2015, dejo de escribir bajo esta columna, pero voy a seguir escribiendo y enviando un mensaje semanal.

            Este dia 1° de enero del 2015 celebramos la Jornada Mundial por la Paz “No esclavos sino hermanos”. En el último episcopeo del 2014 presenté la realidad de la paz como un don para los hombres, pero también la realidad del fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. La esclavitud contemporánea se manifiesta en: la trata de personas, el tráfico ilegal de los emigrantes y de otras formas conocidas y desconocidas de la esclavitud. Son trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores: en el trabajo doméstico, en la agricultura, en la industria manufacturera, en la minería.

Son las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, son los esclavos y esclavas sexuales; son los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional. Son los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales.

Aunque la realidad sea cruda, existe un compromiso común para derrotar la esclavitud. Muchas congregaciones religiosas realizan un gran trabajo silencioso en favor de las víctimas. Trabajan en contextos difíciles, a veces dominados por la violencia. La actividad de las congregaciones religiosas se estructura principalmente en torno a tres acciones: la asistencia a las víctimas, su rehabilitación bajo el aspecto psicológico y formativo, y su reinserción en la sociedad de destino o de origen.

            Para este inmenso trabajo de poner fin al flagelo de la explotación de la persona humana. Se requiere un triple compromiso a nivel institucional de prevención, protección de las víctimas y persecución judicial contra los responsables. Además, como las organizaciones criminales utilizan redes globales para lograr sus objetivos, la acción para derrotar a este fenómeno requiere un esfuerzo conjunto y también global por parte de los diferentes agentes que conforman la sociedad.

Sobre todo el papel del Estado, que debe vigilar para que en su legislación nacional en materia de migración, trabajo, adopciones, deslocalización de empresas y comercialización de los productos elaborados mediante la explotación del trabajo, se respete la dignidad de la persona. Se necesitan leyes justas, centradas en la persona humana, que defiendan sus derechos fundamentales y los restablezcan cuando son pisoteados, así como mecanismos de seguridad eficaces para controlar la aplicación correcta de estas normas, que no dejen espacio a la corrupción y la impunidad.

Pero también es necesaria la presencia de las organizaciones intergubernamentales, de acuerdo con el principio de subsidiariedad, están llamadas a implementar iniciativas coordinadas para luchar contra las redes transnacionales del crimen organizado que gestionan la trata de personas y el tráfico ilegal de emigrantes.

Es también importante la colaboración de las empresas, y de las organizaciones de la sociedad civil. Las primeras, tienen el deber de garantizar a sus empleados condiciones de trabajo dignas y salarios adecuados, pero también han de vigilar para que no se produzcan en las cadenas de distribución formas de servidumbre o trata de personas. Las segundas, tienen la tarea de sensibilizar y estimular las conciencias acerca de las medidas necesarias para combatir y erradicar la cultura de la esclavitud.

            La Iglesia en su tarea de “anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad”, se esfuerza constantemente en las acciones de carácter caritativo partiendo de la verdad sobre el hombre. Tiene la misión de mostrar a todos, el camino de la conversión que lleve a cambiar el modo de ver al prójimo, a reconocer en el otro, sea quien sea, a un hermano y a una hermana en la humanidad; reconocer su dignidad intrínseca en la verdad y libertad.

Estamos frente a un fenómeno mundial que sobrepasa las competencias de una sola comunidad o nación. Para derrotarlo, se necesita una movilización de una dimensión comparable a la del mismo fenómeno. Por esta razón, hago un llamamiento urgente a todos especialmente a quienes son testigos del flagelo de la esclavitud contemporánea, para que no sean cómplices de este mal, para que no aparten los ojos del sufrimiento de sus hermanos y hermanas en humanidad, privados de libertad y dignidad, sino que tengan el valor de tocar la carne sufriente de Cristo, que se hace visible a través de los numerosos rostros de los que él mismo llama “mis hermanos más pequeños” (Mt 25,40.45).

Dios nos preguntará a cada uno de nosotros: ¿Qué has hecho con tu hermano? (Gn 4,9-10). La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos.

Durango, Dgo., 4 de enero del 2015.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Sagrada Familia: esperanza para el mundo y para nuestras familias

mons enrique episcopeo-01La Iglesia constantemente nos ha invitado a los cristianos a reflexionar sobre la institución de la familia y a tomar conciencia de su carácter sagrado. Los problemas que la época moderna plantea, en especial en lo que se refiere a la vida: como el control de la natalidad, el drama de los matrimonios fracasados y de las parejas cristianas divorciadas y casadas de nuevo, la difusión del aborto, del infanticidio y de la mentalidad anticonceptiva, los variados problemas económicos de la familia y de la misma educación de los hijos a veces sometida al Estado, ponen en crisis esta célula esencial de la sociedad humana. Ente esta situación es necesario reafirmar que el fundamento de la vida humana es la relación conyugal entre los esposos, relación que, entre cristianos es sacramental.

            Ante esta realidad debemos recuperar una eficaz catequesis sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida de la familia, que valorice una espiritualidad de la paternidad y de la maternidad. La familia cristiana para poder ser llamada “Iglesia domestica” debe constituir el ámbito en el que los padres transmiten la fe siendo para los hijos su primer testimonio de la fe con la palabra y con el ejemplo, y ser a la vez el ambiente vital donde los hijos, educados en los valores evangélicos, puedan descubrir su vocación al servicio de la sociedad y de la Iglesia y encontrar el cauce para realizar su identidad cristiana (Meditatio. Lectio divina para cada día del año. Verbo divino)

            El domingo después de la Navidad celebramos la liturgia dedicada a la “Sagrada Familia”. La comunidad de fe también es una familia constituida en la historia de la salvación por Aquel que por la vía de la humanidad misma ha vencido al pecado.

            El nos ha provisto de esa familia de creyentes en su promesa a través de todos los siglos y que se ha hecho parte de la familia humana para que el destino de toda familia no fuera ya la violencia y la muerte, sino el ser lugar de crecimiento y maduración de la vid auténticamente humana.

El Catecismo de la Iglesia Católica (2201-2206) afirma que, “La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso puede y debe decirse Iglesia doméstica”. Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (Ef 5, 21-6, 4).

La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.

Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una comunidad privilegiada llamada a realizar un propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los hijos (Gaudium et spes 52).

Durango, Dgo., 28 de Diciembre del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Para que el hombre se desarrolle plenamente, es esencial que se reconozca y respete su dignidad, libertad y autonomía.

mons enrique episcopeo-01El nacimiento de Jesús trae una era de “Paz a los hombres”. Es el regalo de Dios para la humanidad. Se trata de una paz que se fundamenta en la “complacencia”, en el amor de Dios. Jesús viene como el verdadero príncipe de la paz y quien lo recibe en su humildad de niño,  en el pesebre,  recibe por medio de él el amor total y definitivo de Dios que transforma completamente su vida y la hace don para los hermanos, fermento de justicia en la sociedad.

            Contrapuesto a este don de Dios para los hombres, que es la paz, desde tiempos inmemoriales, las sociedades humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre. En algunos períodos en la historia humana se generalizó la institución de la esclavitud, aceptada y regulada por el derecho. Éste establecía quién nacía libre, y quién, en cambio, nacía esclavo, y en qué condiciones la persona nacida libre podía perder su libertad u obtenerla de nuevo (Mensaje para la Jornada Mundial por la paz 2015).

Hoy la esclavitud está oficialmente abolida en el mundo. El derecho de toda persona a no ser sometida a esclavitud ni a servidumbre está reconocido en el derecho internacional como norma inderogable. Sin embargo, a pesar de que la comunidad internacional ha adoptado diversos acuerdos para poner fin a la esclavitud en todas sus formas, y ha dispuesto varias estrategias para combatir este fenómeno, todavía hay millones de personas (niños, hombres y mujeres de todas las edades) privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares a la esclavitud.

¿Quiénes son?  Son trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores: en el trabajo doméstico, en la agricultura, en la industria manufacturera, en la minería. Esto se verifica en casi todos los países, avanzados o no en leyes laborales a favor del trabajador. Son los emigrantes que, en su dramático viaje, sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de los que se abusa física y sexualmente.

También son las personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las que hay muchos menores, son los esclavos y esclavas sexuales; son los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad, para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas encubiertas de adopción internacional. Son todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados.

¿Cuáles son las causas profundas de la esclavitud? En la raíz se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratado como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano, y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin.

Existen otras causas que explican las formas contemporáneas de la esclavitud, y son: la pobreza, el subdesarrollo y la exclusión, especialmente cuando se combinan con la falta de acceso a la educación o con una realidad caracterizada por las escasas, por no decir inexistentes, oportunidades de trabajo. Redes de la trata y de la esclavitud de personas, que utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo. Otra causa es la corrupción de quienes están dispuestos a hacer cualquier cosa para enriquecerse. Es la complicidad que con mucha frecuencia pasa a través de la corrupción de los intermediarios, de algunos miembros de las fuerzas del orden o de otros agentes estatales, o de diferentes instituciones, civiles y militares.

Otras causas de la esclavitud son los conflictos armados, la violencia, el crimen y el terrorismo. Muchas personas son secuestradas para ser vendidas o reclutadas como combatientes o explotadas sexualmente, mientras que otras se ven obligadas a emigrar, dejando todo lo que poseen: tierra, hogar, propiedades, e incluso la familia. Éstas últimas se ven empujadas a buscar una alternativa a esas terribles condiciones aun a costa de su propia dignidad y supervivencia, con el riesgo de entrar de ese modo en ese círculo vicioso que las convierte en víctimas de la miseria, la corrupción y sus consecuencias perniciosas.

            Para los cristianos la Navidad es el punto de llegada de toda la esperanza acumulada en el tiempo de Adviento. Nos preparamos para el encuentro con el Mesías Salvador. Los pastores que han recibido el anuncio de parte del Ángel, simbolizan la humanidad que finalmente puede contemplar la promesa de salvación. Es una esperanza preparada desde hace mucho. Dios, actuando movido solo por su propia misericordia, pone al alcance de todos la vida nueva y verdadera, la libertad auténtica y el fundamento único de la paz: el Hijo, hecho Hombre.

        Durango, Dgo., 21 de Diciembre del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Resistamos a la tentación de comportarnos de un modo indigno de nuestra humanidad

mons enrique episcopeo-01Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero del 2015. Siendo el hombre un ser relacional, destinado a realizarse en un contexto de relaciones interpersonales inspiradas por la justicia y la caridad, es esencial que para su desarrollo se reconozca y respete su dignidad, libertad y autonomía. Por desgracia, el flagelo cada vez más generalizado de la explotación del hombre por parte del hombre daña seriamente la vida de comunión y la llamada a estrechar relaciones interpersonales marcadas por el respeto, la justicia y la caridad. Este fenómeno abominable, que pisotea los derechos fundamentales de los demás y aniquila su libertad y dignidad, adquiere múltiples formas sobre las que deseo hacer una breve reflexión, de modo que, a la luz de la Palabra de Dios, consideremos a todos los hombres “no esclavos, sino hermanos”.

El tema recuerda la carta de san Pablo a Filemón, en la que le pide que reciba a Onésimo, antiguo esclavo de Filemón y que después se hizo cristiano, mereciendo por eso, según Pablo, que sea considerado como un hermano. Así escribe el Apóstol: “Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido” (Flm 15-16). Onésimo se convirtió en hermano de Filemón al hacerse cristiano. Así, la conversión a Cristo, el comienzo de una vida de discipulado en Cristo, constituye un nuevo nacimiento que regenera la fraternidad como vínculo fundante de la vida familiar y base de la vida social.

En el libro del Génesis, leemos que Dios creó al hombre, varón y hembra, y los bendijo, para que crecieran y se multiplicaran (1,27-28): Hizo que Adán y Eva fueran padres, los cuales, cumpliendo la bendición de Dios de ser fecundos y multiplicarse, concibieron la primera fraternidad, la de Caín y Abel, quienes eran hermanos porque vienen del mismo vientre, y por lo tanto tienen el mismo origen, naturaleza y dignidad de sus padres, creados a imagen y semejanza de Dios.

Pero la fraternidad expresa también la multiplicidad y diferencia que hay entre los hermanos, si bien unidos por el nacimiento y por la misma naturaleza y dignidad. Como hermanos y hermanas, todas las personas están por naturaleza relacionadas con las demás, de las que se diferencian pero con las que comparten el mismo origen, naturaleza y dignidad. Gracias a ello la fraternidad crea la red de relaciones fundamentales para la construcción de la familia humana creada por Dios.

Por desgracia, entre la primera creación que narra el libro del Génesis y el nuevo nacimiento en Cristo, que hace de los creyentes hermanos y hermanas del “primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29), se encuentra la realidad negativa del pecado, que muchas veces interrumpe la fraternidad creatural y deforma continuamente la belleza y nobleza del ser hermanos y hermanas de la misma familia humana. Caín, además de no soportar a su hermano Abel, lo mata por envidia cometiendo el primer fratricidio.

En la historia de los orígenes de la familia humana, el pecado de la separación de Dios, de la figura del padre y del hermano, se convierte en una expresión del rechazo de la comunión traduciéndose en la cultura de la esclavitud (Gn 9,25-27), con las consecuencias que ello conlleva y que se perpetúan de generación en generación: rechazo del otro, maltrato de las personas, violación de la dignidad y los derechos fundamentales, la institucionalización de la desigualdad. De ahí la necesidad de convertirse continuamente a la Alianza, consumada por la oblación de Cristo en la cruz, seguros de que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia… por Jesucristo” (Rm 5,20.21). Él, el Hijo amado (Mt 3,17), vino a revelar el amor del Padre por la humanidad. El que escucha el evangelio, y responde a la llamada a la conversión, llega a ser en Jesús “hermano y hermana, y madre” (Mt 12,50) y, por tanto, hijo adoptivo de su Padre (Ef 1,5).

No se llega a ser cristiano, hijo del Padre y hermano en Cristo, por una disposición divina autoritativa, sin el concurso de la libertad personal, es decir, sin convertirse libremente a Cristo. El ser hijo de Dios responde al imperativo de la conversión: “Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2,38). Quienes respondieron con la fe y la vida a esta predicación de Pedro entraron en la fraternidad de la primera comunidad cristiana (1P 2,17;Hch 1,15.16; 6,3; 15,23): judíos y griegos, esclavos y hombres libres (1Co 12,13;Ga 3,28), cuya diversidad de origen y condición social no disminuye la dignidad de cada uno, ni excluye a nadie de la pertenencia al Pueblo de Dios. Por ello, la comunidad cristiana es el lugar de la comunión vivida en el amor entre los hermanos (Rm 12,10; 1 Ts 4,9).

Todo esto demuestra cómo la Buena Nueva de Jesucristo, por la que Dios hace “nuevas todas las cosas” (Ap 21,5), también es capaz de redimir las relaciones entre los hombres, incluida aquella entre un esclavo y su amo, destacando lo que ambos tienen en común: la filiación adoptiva y el vínculo de fraternidad en Cristo. El mismo Jesús dijo a sus discípulos: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15).

 

Durango, Dgo., 14 de Diciembre del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Campaña permanente por la paz en México: #por1méxicoenpaz

mons enrique episcopeo-01¿Qué hace la Iglesia Católica en México por la paz? La Iglesia Católica siempre trabaja en la construcción de la paz, sin embargo, la magnitud de la violencia que está viviendo el país hace que estos esfuerzos sean insuficientes. Las víctimas y sus familiares son las primeras personas que necesitan de nuestra ayuda, pero este trabajo no se puede alcanzar sin justicia, sin restablecer el Estado de Derecho, sin reconocer y responsabilizar por el daño hecho, para entrar de lleno a una etapa de reconciliación y transformación social que cure las heridas y que propicie la paz y desarrollo que tanto anhelamos los mexicanos.

Los obispos de México, han encomendado a la Comisión Episcopal para la Pastoral Social (CEPS), a través de la Dimensión de Justicia, Paz y Reconciliación, Fe y Política, trabajar por la apropiación e implementación de la Exhortación Pastoral de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) “Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna” (2010).

Desde entonces el trabajo de esta Dimensión se ha basado en responder a las preguntas que nos hacen nuestros agentes pastorales en su trabajo cotidiano: “¿qué y cómo impulsamos la construcción de la paz y la ciudadanía permanente?”. No hay una respuesta única, se han elaborado Directrices que contienen muchas respuestas, ideas, reflexiones y experiencias útiles en este trabajo, se intenta ordenarlas y sistematizarlas para poderlas compartir de una manera más práctica. Se trata de insumos de reflexión, fundamentación y algunas herramientas de apoyo.

Con base en nuestra fe y en la experiencia, reconocemos que no es fácil restablecer la paz, se trata de un proyecto de largo aliento que requiere construirse sobre bases firmes de justicia y reconciliación, lo cual implica fortalecer y restablecer las relaciones y transformar las instituciones y los sistemas injustos.

Toda la Iglesia estamos en Campaña permanente por la paz en México: POR1MEXICOENPAZ (#por1méxicoenpaz). Desde el 30 de noviembre iniciamos un docenario de ORACIÓN POR LA PAZ, hasta el 12 de Diciembre y continuándola en forma permanente.

Existen en nuestro país grupos, movimientos, Arquidiócesis y Diócesis, que se han comprometido en la construcción de la paz en estos momentos en que es urgente la necesidad de paz y reconciliación en México; una muestra de ello es el “Acompañamiento Integral a Víctimas de las Violencias en la Arquidiócesis de Acapulco, construcción de paz de cara a la crisis humanitaria en México”, encabezado por Monseñor Carlos Garfias Merlos, Arzobispo de Acapulco y de toda la Provincia de Acapulco (con las Diócesis de Ciudad Altamirano, Tlapa y Chilpancingo-Chilapa).

¿Como se ha dado este acompañamiento? Se ha dado en alguna o varias de cuatro modalidades: pastoral, espiritual, psicosocial y jurídico. Se busca que las víctimas se reconcilien y se reconstituyan con ellas mismas para evitar que se conviertan en personas llenas de rencor, que busquen venganza o se conviertan en nuevos victimarios. Muchas de estas víctimas acompañadas, hoy participan como promotores y constructores de paz en sus comunidades.

Los gobiernos federal, estatales y municipales del país tienen la obligación y compromiso de recuperar el Estado de Derecho lo más pronto posible y castigar a los infractores, sean estos delincuentes comunes o funcionarios corruptos u omisos, pues sin verdadera justicia es fácil volver a delinquir, pero también nos toca a todos como sociedad participar y construir paz. Debemos transitar por los caminos de la sinceridad y la verdad. Sin la identificación de los responsables, sin el conocimiento de lo que realmente ha ocurrido, son imposibles el arrepentimiento y el perdón sinceros. La verdad no cierra los ojos, ni los oídos, ni la boca. Establecer la verdad es una condición básica para la reconciliación.

Estamos convencidos que la situación de violencia e inseguridad puede transformarse generando procesos conjuntos, interdisciplinares e interinstitucionales; construyendo relaciones de confianza que irrumpan en capacidades de incidencia y desarrollo de iniciativas locales de paz.

¡Que en Cristo nuestra paz, México tenga vida digna!

Durango, Dgo., 7 de Diciembre del 2014.

+ Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

#por1méxicoenpaz