EPISCOPEO 1 de abril del 2012

Semana Santa: días de recogimiento y oración

            Aunque impregnada de un ambiente secularizado, la semana santa sigue siendo la semana más importante del año y sigue mostrando un sentido religioso. Los medios de comunicación siguen destacando el sentido profundamente religioso que tiene para nuestra sociedad y no solo como “un tiempo de vacaciones”. Afortunadamente estos días, sobre todo el triduo pascual, conservan la tradición religiosa católica.

            Es la “semana mayor” en la que se conmemora la Pasión de Cristo. Tiene dos partes: el final de la Cuaresma (del Domingo de Ramos al Miércoles Santo) y el Triduo Pascual (Jueves, Viernes y Sábado-Domingo). Es el tiempo de más intensidad litúrgica de todo el año.

El Domingo de Ramos inaugura la Semana Santa, en el que se celebran las dos caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos en honor de Cristo Rey; y la muerte o el fracaso, por eso también se le llama “Domingo de Pasión”, con la lectura de la Pasión. Por esta razón, el Domingo de Ramos comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la Eucaristía. Lo que importa en la primera parte no es el ramo bendito, sino la celebración del triunfo de Jesús. A la procesión sigue inmediatamente la Eucaristía. Del aspecto glorioso de los ramos pasamos al doloroso de la pasión. Esta transición no se deduce sólo del modo histórico en que transcurrieron los hechos, sino porque el triunfo de Jesús en el Domingo de Ramos es signo de su triunfo definitivo. Los ramos nos muestran que Jesús va a sufrir, pero como vencedor; va a morir, pero para resucitar.

Así llegamos al corazón de la Semana Santa, culmen del camino cuaresmal: el Triduo Pascual. Los tres días santos en los que la Iglesia conmemora el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El Jueves Santo por la mañana (puede ser un día antes), cada comunidad diocesana, congregada en la iglesia catedral en torno a su obispo, celebra la Misa Crismal, en la que se bendicen el santo Crisma, el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos. Estos óleos se usarán para los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, las Ordenaciones sacerdotal y episcopal, y la Unción de los enfermos. En esta celebración tiene lugar también la renovación de las promesas sacerdotales. En todo el mundo, cada sacerdote renueva los compromisos que asumió el día de su Ordenación, para consagrarse totalmente a Cristo en el ejercicio del sagrado ministerio al servicio de los hermanos. Acompañemos a nuestros sacerdotes con nuestra oración.

El Jueves Santo, por la tarde, comienza efectivamente el Triduo Pascual, con la memoria de la Última Cena, en la que Jesús instituyó el Memorial de su Pascua, cumpliendo así el rito pascual judío. De acuerdo con la tradición, cada familia judía, reunida en torno a la mesa en la fiesta de Pascua, come el cordero asado, conmemorando la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto; así, en el Cenáculo, consciente de su muerte inminente, Jesús, verdadero Cordero pascual, se ofrece a sí mismo por nuestra salvación (I Co 5,7).

Al pronunciar la bendición sobre el pan y sobre el vino, anticipa el sacrificio de la cruz y manifiesta la intención de perpetuar su presencia en medio de los discípulos: bajo las especies del pan y del vino, se hace realmente presente con su cuerpo entregado y con su sangre derramada. Durante la Última Cena los Apóstoles son constituidos ministros de este sacramento de salvación; Jesús les lava los pies (Jn 13, 1-25), invitándolos a amarse los unos a los otros como él los ha amado, dando la vida por ellos. Repitiendo este gesto en la liturgia, también nosotros estamos llamados a testimoniar efectivamente el amor de nuestro Redentor.

El Jueves Santo, por último, se concluye con la adoración eucarística, recordando la agonía del Señor en el huerto de Getsemaní. Al salir del Cenáculo, Jesús se retiró a orar, solo, en presencia del Padre. Los Evangelios narran que, en ese momento de comunión profunda, Jesús experimentó una gran angustia, un sufrimiento tal que le hizo sudar sangre (Mt 26,38). Consciente de su muerte inminente en la cruz, siente una gran angustia y la cercanía de la muerte. En esta situación aparece un elemento de gran importancia para toda la Iglesia. Jesús dice a los suyos: permaneced aquí y velad. La adoración nocturna del Jueves Santo, el estar velando con el Señor, debe ser precisamente el momento para hacernos reflexionar sobre la somnolencia de los discípulos, de los defensores de Jesús, de los apóstoles, de nosotros, que no vemos, no queremos ver toda la fuerza del mal, y que no queremos entrar en su pasión por el bien, por la presencia de Dios en el mundo, por el amor al prójimo y a Dios.

El Viernes Santo conmemoramos la pasión y la muerte del Señor; adoramos a Cristo crucificado; participamos en sus sufrimientos con la penitencia y el ayuno. “Mirando al que traspasaron” (Jn 19, 37), podremos acudir a su corazón desgarrado, del que brota sangre y agua, como a una fuente; de ese corazón, de donde mana el amor de Dios para cada hombre, recibimos su Espíritu. Acompañemos, por tanto, también nosotros a Jesús que sube al Calvario; dejémonos guiar por él hasta la cruz; recibamos la ofrenda de su cuerpo inmolado. La Virgen dolorosa nos acompaña en este seguimiento de Jesús hacia el Calvario.

En la noche del Sábado Santo celebraremos la solemne Vigilia Pascual, en la que se nos anuncia la resurrección de Cristo, su victoria definitiva sobre la muerte, que nos invita a ser en Él hombres nuevos. Al participar en esta santa Vigilia, en la noche central de todo el año litúrgico, conmemoraremos nuestro Bautismo, en el que también nosotros hemos sido sepultados con Cristo, para poder resucitar con él y participar en el banquete del cielo (Ap 19,7-9).

El volver a vivir este Triduo santo, dispongámonos a acoger en nuestra vida la voluntad de Dios, conscientes de que en la voluntad de Dios, aunque parezca dura, en contraste con nuestras intenciones, se encuentra nuestro verdadero bien, el camino de la vida.

 

Durango, Dgo., 01 de Abril del 2012                                   + Mons. Enrique Sánchez Martínez

Obispo Auxiliar de Durango

Email: episcopeo@hotmail.com

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