Homilía Domingo XXIII ordinario; 9-IX-2012

La fe y la palabra

          “Presentaron a Jesús un sordomudo, rogándole que le impusiera la mano. Apartándolo de la multitud con los dedos le tocó los oídos y con saliva le tocó la lengua; mirando al cielo suspiró y dijo: ábrete e inmediatamente se le abrieron los oídos, se le soltó la lengua y habló correctamente”. Apliquemos directamente: quien tiene necesidad de ser tocado por Jesús en los oídos y en la lengua es el que quiere ser discípulo para recibir el don de la fe, para abrirse a la escucha del misterio de Cristo y a un compromiso de anunciar su propia fe.

         En la Sagrada Escritura, frecuentemente se describe la iniciación en la fe, como si se tratara de una curación de nuestra sordera y de nuestra mudez; esto no es casualidad. La fe realmente vivida hace al hombre atento a la Palabra de Dios y le hace proclamarla. Al contrario, la falta de fe, hacer al hombre sordo y mudo. El paso pues, de la incredulidad a la fe, supone una curación de nuestra mudez y de nuestra sordera, dice Isaías en la primera lectura.

Precisamente, nuestra Arquidiócesis de Durango, con la Misión diocesana anhela despertar discípulos que escuchen el Evangelio y misioneros que lo proclamen. La Biblia suele describir la situación del pueblo, cerrada a la Palabra de Dios, como si se hubiera quedado sordo y mudo y afirma que la desobediencia a la palabra hace inútiles los oídos y los labios. En cambio, cuando regresa una época de obediencia a Dios, luego las lenguas se sueltan como profetas y proclaman la gloria de Dios

Justamente, estando nosotros en el mes de septiembre, mes de la Biblia, estas imágenes revelan una verdad esencial: nuestra fe se apoya totalmente en la escucha de la palabra misma de Dios y en su actuación práctica. Leer o proclamar la Palabra de Dios, significa reconocer la primacía de Dios mismo en nuestra vida. Los cristianos como los hebreos, saben que su fe depende de la Palabra de Dios; si solamente usaramos palabras humanas para hablar de Dios nos pareceríamos a mudos o balbucientes.

Precisamente, teniendo la perspectiva de la Iniciación Cristiana en nuestra Arquidiócesis, hemos de disfrutar este gesto de Jesús en la iniciación de los catecúmenos. En rito del Bautismo, el gesto del effetá ha sido colocado al final, entre los signos de conclusión y de augurio. Mientras el celebrante toca los oídos y los labios del bautizando, dice: “el Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos te conceda pronto escuchar su palabra y proclamar tu fe para alabanza y gloria de Dios Padre”.

Hay ahí un claro intento pastoral: hacer comprender a padres y padrinos que el niño que ellos han acercado a bautizar, deberá ser instruido en la fe mediante la escucha de la palabra de Dios y ser educado a expresar esta fe en la plegaria y en la vida.

Cada vez que la comunidad se reúne para celebrar el misterio de Cristo, antes que nada, primero se pone a la escucha de su palabra. Es la palabra de Dios que unida al gesto ritual hace presente y operante en medio de nosotros el misterio de la salvación. Así, cuando en la liturgia la Palabra anuncia la Pascua, la levadura de la resurrección llena la comunidad de nuevo soplo creador. Si proclama la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, el mismo fuego que en el Cenáculo inflamó una vez ciento veinte personas prorrumpe nuevamente para juicio y salvación del mundo.

Jamás se insistirá suficientemente sobre esta eficacia de la Palabra de Dios celebrada en la Iglesia:

Quien disminuyera esta eficacia actualizadora, rompería la unión entre Cristo y la Iglesia su cuerpo. Por ello, el gran Obispo y mártir S. Ignacio de Antioquía llegó a decir en su carta a los cristianos de Filadelfia: “me confío al Evangelio como a la carne de Cristo”: adhiriéndonos al Evangelio con la fe, hacemos nuestra con temblor la carne de Cristo.

En la Sagrada Escritura, frecuentemente se describe la iniciación en la fe, como si se tratara de una curación de nuestra sordera y de nuestra mudez.

         Quien tiene necesidad de ser tocado por Jesús en los oídos y en la lengua es el que quiere ser discípulo para abrirse a la escucha del misterio de Cristo.

La Arquidiócesis de Durango, con la Misión diocesana anhela despertar discípulos que escuchen el Evangelio y misioneros que lo proclamen.

Hagamos comprender a padres y padrinos que el niño que acercan a bautizar, deberá ser instruido escuchando la palabra de Dios y predicándola.

 

 

 

 

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