Homilía Domingo XXX ordinario; 28-X-2012

El camino de la fe

             En el Evangelio de hoy narra S. Marcos, que Bartimeo, hijo ciego de Timeo se sentaba al lado del camino a pedir limosna; pero, al sentir que Jesús pasaba empezó a gritar diciendo: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí. Jesús se detuvo y dijo llámenlo y lo llamaron; él, dejando el manto, se puso de pié y se acercó a Jesús, Quien le preguntó: “¿qué quieres que te haga?; el ciego respondió: Señor, que vea; Jesús le dice: vete, tu fe te ha salvado. Bartimeo, inmediatamente recuperó la vista y se puso a seguirlo”.

             Los milagros del sordomudo, del ciego de Betsaida y de Bartimeo, son símbolo de la necesidad del discípulo de abrirse a la revelación de Jesús. Milagros colocados en un contexto que manifiestan la resistencia de los discípulos a las exigencias de Jesús. Pues, sólo desde la fe es posible ver claramente y seguir a Jesús por el camino que salva la propia vida, perdiéndola. Es Jesucristo, quien llama a los débiles y a los cojos al gran regreso y los colma de consolación y de gozo.

             Entre líneas es fácil leer los trazos de la conversión a la que nosotros somos llamados continuamente. Se trata de una conversión, haciendo el regreso del camino recorrido alejándose de Dios. Es la liberación de una esclavitud humillante, el descubrimiento de un gozo antes olvidado: el sentirnos abarcados por los brazos amorosos del Padre que nos acoge de nuevo en su amor. El Evangelio subraya la participación y la respuesta activa del hombre, proponiendo la curación del ciego en el cuadro de un rito catecumenal del cual se describen aspectos relevantes: la iniciación a la fe, el camino de la fe que jamás es fácil y no hay lugar para una fe anónima.

             La iniciación a la fe, comienza con una manifestación de Jesús en la vida del hombre: para ello, es necesario que Cristo pase por el camino; pero su manifestación es misteriosa: el ciego que representa al hombre por el camino de la fe, no ve a Jesús; sólo intuye la presencia de Jesús en los rumores que le rodean acontecimientos, pero expresa su fe abandonándose a la iniciativa salvífica de Dios; aunque esta apertura a Dios, es rápidamente replicada por el mundo que lo rodea. Y es necesario todo el valor para mantener el propósito para la apertura hombre-Dios. Así, el candidato a la fe, se siente objeto de la atención de quienes le revelan la llamada de Dios, lo animan y lo invitan a convertirse, a alzarse o resucitar, despojándose del manto, del hombre viejo. Entonces entra en diálogo con Jesús: ¿qué quieres?; se trata del compromiso definitivo, presentado bajo la forma de pregunta y respuesta, para dejar bien clara la libertad total de las partes que contraen alianza. Finalmente, la vista es restituida al ciego como una visión de la fe que lo compromete inmediatamente a seguir a Cristo por su camino.

             El camino de la fe nunca es fácil. Seguir la llamada de Jesús, siempre ha significado dejar algo tras de sí; ir hacia lo desconocido como Abraham; renunciar a la lógica de la carne y de las seguridades humanas para confiar totalmente en el Dios de las promesas.

             Hoy, esto resulta más difícil. Si en el pasado la fe podía constituir una explicación o una interpretación del universo, un lugar de seguridad ante lo absurdo de la historia y del misterio del universo, hoy ya no es así. “La fe hoy”, documento del episcopado italiano de 1971, dice: “los movimientos de ideas, el progreso tecnológico, la expansión del consumo, la movilidad migratoria y turística, la urbanización creciente y caótica con las consiguientes enormes dificultades de integración comunitaria, la agresión de la publicidad, la inestabilidad política, económica y social, con todos los problemas conexos, concurren a agudizar el desgarramiento interior, aún más sensible en los hombres de cultura. En este cuadro, la carencia de una fe consciente y robusta, favorece la disolución de la religiosidad, hasta una ruptura total con la práctica religiosa” Este abanico de fenómenos sociales que nos deslumbran, nos retan y desafían son una fuerte motivación para aprovechar “el Año de la Fe” que estamos iniciando, para mirar con fe viva y esperanza confiada al Cristo de nuestra fe y salir robustecidos de esta experiencia eclesial. Así sea.

 

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