Homilía Domingo XXXIII; 18-XI-2012

Las últimas realidades

             El Evangelio de S. Mateo transmite el anuncio de Jesús: “Verán al Hijo del Hombre, venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria: Y mandará a los ángeles y reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos,  desde los extremos de la tierra hasta los extremos del cielo”. Jesús habla a sus discípulos, de manera que sepan vivir los acontecimientos históricos en el horizonte de su venida, a fin de que les  sirva como clave en toda tribulación a que serán sometidos los discípulos, quienes compartirán la suerte de su maestro. Pero, un mismo destino supone una misma actitud: “vigilar y orar”.

             Del enigma de este trozo evangélico, descubramos que todo el Cristianismo es escatología: la predicación, la existencia cristiana y la Iglesia en su conjunto,  se caracterizan por su orientación escatológica: es decir: anunciamos un mundo nuevo. Con la Resurrección de Jesús, el mundo y la historia han entrado en su fase final, en la plenitud de los tiempos, Se han cumplido las promesas de Dios, y se han inaugurado los cielos y la tierra nuevos. En Cristo, Dios ha dicho ya su palabra definitiva.

             El cristiano construye ya el futuro. Comprender esto, es comprender que el cristiano es el hombre que espera el futuro. Significa, no tanto que el cristiano sea el hombre que espera el futuro, que le será dado después de la muerte; significa, más bien que es el cristiano quien construye hoy su futuro. Significa, que  después de Cristo: nosotros, no esperamos nada sustancialmente nuevo; aunque es también cierto que todavía nos falta mucho por hacer.

                       Se trata de lograr que el mundo se convierta en “Pascua”, que todas las realidades de la creación pasen bajo la esfera de Cristo, el cual al final recapitulará en sí todas las cosas. Y mientras tanto, esta es la gran obra que llena el tiempo de la Iglesia; obra que está lejos de estar completa. El cristiano ha de desarrollar en la tierra una tarea que podríamos llamar cósmica. Como el pecado de los primeros padres tuvo consecuencias para el hombre, pero repercute en el cosmos y en la materia, que se volvió opaca  (o sea que esconde a Dios en vez de manifestarlo), es pesado (empuja hacia abajo en vez de elevar): es rebelde al hombre (“comerás con el sudor de tu frente”): así la redención de Cristo tocó todo el universo. Él ha atraído a todo el hombre, lo ha salvado, incluyendo los cuerpos destinados a la resurrección y a la gloria. Solidario con el primer Adán en la caída, la creación es llamada a participar también a la victoria del segundo Adán.

            S. Pablo, ve la misma naturaleza orientada hacia la redención y siente sus gemidos, semejantes a los de una parturiente (Rom 8, 22). Todas las cosas tienden a Cristo, que recogerá en sí toda la creación” (Ef 1,9). Salvador del hombre, Cristo es igualmente Salvador de todo el universo. En este esfuerzo y en esta tensión el cristiano es llamado  a desarrollar un rol insustituible. El cristiano, con su trabajo, con su sacrificio y con la oración humanizará este mundo  y preparará aquella transformación del universo, en cielos nuevos y en nueva tierra que inaugurará el definitivo reino de Dios. En una palabra, “lo que el alma es en el cuerpo, esto deben ser los cristianos en el mundo” (Carta a Diogneto, 6).

              Una interpretación unilateral e injusta de las realidades humanas ha hecho que muchas personas de nuestro tiempo miren con desconfianza a la religión cristiana como si fuera enemiga del mundo, de la vida, del progreso y del compromiso humano; una religión de evasión del compromiso humano; una religión de renuncia pasiva  y cobarde; el opio que adormece al hombre y lo disuade de todo interés por las realidades terrenas. Pero, al contrario, el cristiano es un peregrino en esta tierra. No es un citadino, sino un exiliado en marcha, hacia la verdadera Patria. Él considera la tierra, no como morada permanente, sino como etapa de un viaje; por ello no construye una casa firme de piedra como morada permanente, sino sólo una tienda de viajero que hace parada o descanso en el desierto.

                                                                                                          † Héctor González Martínez

        Arz. de Durango

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