Cristiano es, el que escoge a Cristo y lo sigue
En la primera lectura, tomada del primer libro de los Reyes, dijo el Señor a Elías: “ungirás a Eliseo hijo de Safat, de AbelMecola, como profeta en tu lugar”. Tenemos aquí una llamada que el profeta Elías hace en nombre de Dios, con un gesto simbólico: arroja sobre Eliseo su manto, símbolo de su personalidad y de sus derechos, y le transmite su espíritu profético. Eliseo sabe lo que le sucedió, y obedeciendo a la voz de Dios, deja todo y sigue a Elías.
En el Evangelio de hoy, S. Lucas narra que “Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió delante a mensajeros, los que entraron en una aldea de samaritanos preparando su llegada. Pero, los samaritanos no lo quisieron recibir…Acercándose a otra aldea, uno le dijo: te seguiré a dondequiera que vayas. Jesús respondió: las zorras tienen guaridas y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza. A otro le dijo; sígueme, el cual le contestó: Señor, concédeme ir a sepultar a mi padre; Jesús le replicó: deja que los muertos sepulten a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios. Otro le dijo: Te seguiré, Señor; pero, deja que primero me despida de mis familiares. Jesús le respondió: nadie que pone mano al arado y vuelve atrás es apto para el Reino de Dios”. Este trozo está compuesto de tres partes desiguales: 1.- Jesús, convencido que su fin está próximo se dirige decididamente a Jerusalén; 2.- el rechazo de los samaritanos le da motivo para una enseñanza sobre la paciencia; 3.- quien quiera seguirlo, siguiendo su ejemplo debe disponerse a sufrir incomodidades y llegar a rupturas que pueden herir sicológicamente. En esta página del Evangelio de S. Lucas, Jesús aparece como maestro: pocos episodios, muchos dichos y enseñanzas.
En todas las religiones, los grandes maestros han tenido discípulos asiduos a las enseñanzas y preocupados de recoger sus palabras. Esto sucede también en la Biblia, de un modo muy particular, viviendo el pueblo en un régimen de alianza y de fe. La alianza no se apoya en tradiciones de maestro a discípulo, sino en sí misma. Ciertamente el pueblo elegido necesitaba guías que lo orientaran en la lectura de fe de los sucesos; pero esta necesidad es provisional y los mismos profetas esperaban un porvenir en que Dios mismo amaestraría los corazones sin la mediación de maestros terrenos, y todos serían discípulo de Dios (Is 54, 13).
Así, en el Nuevo Testamento, los discípulos estamos llamados a compartir el destino de Jesús. Durante todo su ministerio, Jesús se presenta como un maestro que congrega a sus discípulos en torno a Él.
El llamado, para poder colaborar a la misión divina del Mesías, debe estar dispuesto a compartir la vida y el destino de Jesús, reconociéndolo y aceptándolo como elección de vida. No se trata tanto de adherirse a una doctrina, sino de comprometerse con su persona.
Ahora que en la Arquidiócesis vamos repitiendo e insistiendo: “ser y hacer discípulos y misioneros”, nos estimula meditar que la vida en común con el Maestro, transforma al discípulo en seguidor y colaborador de Jesús. Jesús lo prepara para esta tarea-deber y lo coloca en grado de difundir con poderes divinos el reclamo del Dios de Israel. Los Doce Apóstoles cumplen otra función: son expresión viviente del reclamo mesiánico dirigido por Jesús a todo Israel: el acto de caminar y seguirlo representa para ellos en cierto modo una profesión. Por ello, deben abandonar la profesión que ejercían precedentemente: hombres del mar, recaudadores de impuestos, etc.
Los evangelios sinópticos, narran los encuentros históricos de Jesús, con aquellos a quienes invita a seguirlo; pero, los encuentros y las invitaciones persisten como una llamada viviente para los cristianos de todos los tiempos. Todos los hombres, han de sentirse llamados a dar una respuesta y tomar una decisión.
Héctor González Martínez
Arz. de Durango